La Agenda del cirujano.


"Serían mas de las diez cuando me acordé del recado del doctor Miguel (***).

Salí de mi planta quinta y me dirigí a cirugía. Mi amiga Ruth se estaba quedando ese turno conmigo por lo que aproveché para cumplir mi compromiso. -Volveré en un momento-, le dije. Recuerdo que no había demasiada gente en el hospital lo cual me resulto extraño. Desgraciadamente cada vez más gente necesita de nuestros cuidados. De esta manera cogí el ascensor y pinché el botón. Cuando salí de él me dirigí a la sala de operaciones 4. El Dr. Miguel me había dicho que iban a operar a una paciente de apendicitis, una intervención de lo más rutinaria.

Me asomé por el ojo de buey pero estaba misteriosamente cubierto. Las salas de operaciones no solían cubrirse pero la noche de por si ya estaba resultando extraña. De todas formas tenía que recoger la agenda de trabajo del Dr. Miguel que se la había olvidado por la mañana en aquella habitación.

Por ello, fui a la sala de al lado y me cambie de ropa. Me vestí con la ropa esterilizada (la ropa interior mas una bata, unos guantes de latex y una cofia donde me recogí el pelo) y fui de vuelta a la sala de operaciones.

Entré lentamente, empujando la puerta con suavidad para no desconcentrar al equipo operatorio. De repente vi algo que me dejo inmóvil. Delante mio había tres personas y la paciente tumbada en la camilla. El cirujano tenía agarrado entre su manos parte del instrumental. Una de la enfermeras estaba masturbándole a un ritmo lento. La otra enfermera estaba controlando los monitores. Ambas estaban desnudas y algo sudorosas. Hasta ahora nadie se había dado cuenta de mi entrada y decidí esconderme detrás de parte del mobiliario sanitario. La paciente estaba sedada y sus ojos cerrados. Yo no sabía qué hacer pero mi cuerpo reaccionó instintivamente y empecé a notarme húmeda. Mi pezones se habían puesto erectos y castigaban a mi sujetador con una presión estimulante. Noté como buscaban salida entre los recobecos de la prenda de encaje. Así, decidí comprobar su evolución por mí misma y extendí una mano sobre ellos. Aquella fatalidad hizo que la otra mano se deslizara casi pasando desapercibida a mi abdomen desatando varios botones de la bata. Mientras una frotaba ligeramente la superficie de mis pechos la otra avanzaba

sin reparo hacia mis ya totalmente húmedas bragitas. En ese instante volví a alzar la vista y vi a la primera enfermera introducirse el pene del doctor en su boca. Ahora le estaba comiendo su miembro como si quisiera que su voraz apetito quedara saciado por este acto impúdico. La otra enfermera se acercó despacio y empezó a rozarle los pechos a la primera. Entre tanto mi mano derecha había penetrado hasta el sujetador que, con el cierre abierto, descansaba en el suelo. Mi otra mano extendía sus dedos por mi raja y masajeaba mi entrepierna humedeciéndome los muslos.

Ahora el doctor estaba cosiendo la zona operada y parecía estar muy concentrado. La segunda enfermera cogió un instrumento alargado de la bandeja de operación y empezó a juguetear con él. Se metía la puntita en la boca y luego se la pasaba por los pezones a su ocupadísima compañera.

Yo no pude más y me introduje el anular en mi cavidad que suspiró por tener algo más grande dentro. Así, empecé a masturbarme con furor hasta que llegué al orgasmo. Mareada de la excitación me apoyé sobre la pared y volví a ver qué estaban haciendo el grupo operatorio.

La primera enfermera tenía ahora la boca llena de semen, y la segunda la besaba para robarle el delicioso néctar de su boca. Mientras tanto, el médico desabrochaba los botones inferiores del vestido de la paciente y con la mano retiraba su bragas hacia un lado. Cogió su todavía erecto pene y la penetró con violencia. En ese momento deseé estar tumbada allí enfrente engulléndome aquel falo, haciéndolo desaparecer dentro de mi. La paciente se agitaba sobre la camilla a cada embestida de su experimentado jinete y su cuerpo, ajeno a todo excepto al placer obtenido, regaba con sus jugos la zona vaginal. Por otro lado las enfemeras jugaban entre si metiéndole cada una un dedo en la concha de la otra para luego lamerlo, saboreando lo que mis labios y me lengua aspiraban a alcanzar. Al cabo de unos minutos el cirujano se volvió y ellas reaccionaron inmediatamente poniéndose de rodillas delante suyo. En ese instante eyaculó, y salpicó con su abundante crema a sus subordinadas. Ellas se extendieron todo el chorro por sus pechos y sonrieron como si acabaran de ser vendecidas por un dios. Yo, con suma dificultad, empecé a vestirme y vi como aquel extraño ritual tocaba a su fin.

Ambas enfermeras limpiaron el miembro del doctor y también las pruebas más evidente en la paciente. Todos se vistieron y abandonaron la sala con la camilla.

Ya sola, y algo menos turbada por lo ocurrido encontré la agenda. La agarré y me fui a cambiar a la sala contigua. Como mis bragas todavía estaban húmedas y no quería que se notara me las guardé en un bolsillo, tiré la cofia, los guantes y volví a mi querida planta 5.

El resto de la noche de guardia me la pasé meditando sobre si el doctor Miguel sabía de estas prácticas interoperatorias. La verda, jamás lo sabré..."

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