El Jefe de mi mujer, según ella.
¡Esto es el colmo!
Que una decida ponerle los cuernos al esposo porque se le frunce el coñete, es una cosa ..., pero tener que hacerlo para darle gusto a él, es muy otra.
Pero empecemos por el principio.
Me llamo Rosa. Tengo 32 años, soy muy blanca, casi pelirroja, de cabellos algo cobrizos, no llego al metro setenta. Mis atributos están muy bien, gracias, y todavía en su sitio. Practico la gimnasia sueca, un poco de natación y trato de no engordar. Que me cuido, vamos.
Mi marido se llama Javier. Es delgado, menudo, nervioso. Cariñoso e imaginativo. Lo suyo es pintar. Tiene algo de infantil, de inmaduro que a veces me exaspera, pero que al mismo tiempo me encanta. Hace bien el amor, aunque no está , como diría, bien dotado para ello. Lo suyo es pura energía nerviosa, una tensión interior. Pero también una enorme ternura. A veces me digo que este mundo no está bien hecho del todo. Él tiene bastantes rasgos femeninos, y yo ...
Bueno, me gano bien la vida. Soy redactora publicitaria. En esa profesión, como probablemente lo saben, los horarios son erráticos, hay una gran libertad de movimientos, y períodos de gran exigencia intelectual, emocional y de lo que sea.
Como Javier tampoco tiene horarios fijos, podemos hacer en parte una vida de adolescentes. Nos gusta un montón hacer el amor. A él le excitan los videos porno, y a mí me permiten, más que todo por los sonidos de las voces masculinas en ellos, imaginar muchas cosas.
A veces, cuando mi tierno macho me monta, como prefiere hacerlo, como si fuera su perrita, me imagino lo que sería tener detrás al Rey León, y así tras un buen rato, consigo acabar.
Desde hace bastante tiempo, Javier me tira preguntas envenenadas: Que si pienso en otras maneras de joder, en otros hombres, por ejemplos ... o ¿Por qué no? en tríos o parties carrées.
De hecho, ya lo ha intentado un par de veces, pero yo creo que él no le ha resultado demasiado apetecible a las mujeres de nuestros amigos.
No es que sea feo ... es bastante guapo, pero cuando lo han visto en bañador o han bailado con él un poco apretadas, esa atmósfera un poco espesa que debe preceder -imagino otra vez- a un ligue múltiple, se va haciendo desvaída y regresan los bostezos.
La verdad es que a mí tampoco me atraen demasiado nuestros amigos, ni los maridos de mis amigas. Tendría que estar más que borracha para meterme en algo así.
En cambio, en mi oficina...
Javier no conoce a nadie allí. Lo montamos así para poder yo trabajar sin mezclar casa y profesión. El que realmente me atrae es el chico de los recados, Pablo. Pero siempre le he dicho a mi marido que ese nombre corresponde a mi jefe, tal vez porque me lo imagino dominante, dándome órdenes que yo acataría como una esclava.
No es un chico. Es un hombre de unos cuarenta años, rápido, oscuro y fuerte como un toro de lidia. Hace muchas cosas, y entre otras, es nuestro electricista.
Yo creo que Pablo se había percatado hace ya tiempo del atractivo que ejerce sobre mí. Pero hasta esa mañana de un miércoles, en que nos encontramos junto a la cafetera automática, sólo habíamos cruzado palabras relacionadas con el trabajo.
-¿Qué tal, Pablo? ¿Cómo lo trata la vida?
- Muy bien Rosita, sobre todo ahora que me la pone al lado.
No creo que él haya advertido la corriente que me contrajo el vientre cuando su mano me tocó al pasarme el vaso de cartón para la bebida.
- Qué galante se pone, Pablo, gracias .... Dígame... ¿Hace usted trabajos por su cuenta en sus ratos libres? De electricidad, quiero decir.
- Depende de qué trabajos... y de quien me los pida.
- En mi casa, este domingo ... si puede....
- Por la tarde tendría que ser, Rosita.
- ¿Y cuánto me cobraría?
- ¡Y qué le voy a cobrar! ¿Una sesión de masaje, por ejemplo?
- Mire qué pícaro se ha puesto..., pero, ¿lo dice de verdad?
- Por supuesto.
Algo explotó en mí. Era ahora o nunca.
- El domingo entonces, Pablo, en mi casa, a las cuatro y media , ¿De acuerdo?
- De acuerdo, Rosita.
- ¡Ah, Pablo! ... y no hace falta que lleve herramientas: Tengo de todo y estaré sola en casa...
y salí corriendo.
Me las arreglé para no encontrarme con él en los días siguientes, salvo por instantes demasiado breves como para tratar de nada serio.
Ese miércoles, al llegar a casa, le dije a Javier:
- Hoy se me volvió a insinuar .
- ¿Sí?... ¿Qué te dijo?
- Que se va de viaje por un mes y que podría darle un masaje para que viaje desestresado.
- ¿Y su esposa?
- Se va el domingo con sus hijos a visitar a su madre a quien no ve hace 6 meses. Él viaja el lunes. Lo haríamos el domingo aquí en casa.
- ¿Aquí? ¿Y cómo se le ocurrió a ese tío semejante cosa?
- No, si pensé en tí, y se lo propuse yo misma. Se sorprendió, me preguntó por ti, yo le dije que era muy común que tú fueras con tus amigos a ver deporte o a visitar tu familia... que yo sacaría cualquier disculpa y me quedaría sola en la casa... ¿Qué te parece?
- Increíble... ¿Y que te dijo él?
- Que lo iba a alistar todo y mañana me confirmaría todo. De manera que ahora mismo es tu ultima oportunidad de arrepentirte.
- No lo haré, ¿Te arrepentirás tú?
Supongo que la mirada que le eché a Javier no era la de siempre, pero me las arreglé para contestarle con toda calma:
- No, lo haremos el domingo, ¿Dónde estarás tú?
- Aquí en la casa, quiero ver en vivo
- Sí, yo sé que estarás aquí en la casa, pero ¿Dónde estarás... cómo lo harás para ver?
- No sé, déjame pensarlo y mañana en la noche te diré cómo haré.
Si alguna duda me quedaba, se me disipó en la noche, cuando me explicó su plan, que por cierto llevó a cabo y que le costó una pequeña fortuna. Consistía en cambiar los cristales de una ventana dispuesta entre nuestro dormitorio y el pasillo, poniendo de aquellos que son opacos como espejo por un lado y transparentes por el otro. Cuando yo estuviese con mi "jefe", él estaría observándonos, sentado cómodamente en una silla. En buenas cuentas, yo le proporcionaría no un film porno, sino un show auténtico, en vivo.
Esa noche estuvo muy cachondo, y no necesitó de nada para hacerme el amor. Me dejé hacer, pensando a mi vez en mi próximo domingo, mi fiesta privada o no tanto. Me costó dormir ese día y los siguientes. Tenía los nervios a flor de piel.
Javier tampoco estaba tranquilo. Me preguntaba una y otra vez si el "tío ese" como lo llamaba, me interesaba realmente. Le respondí con evasivas. No quería que se arrepintiera al último momento. Le dí somníferos y ni se enteró. Yo quería un poco de paz.
El domingo, casi a mediodía, lo encontré tan histérico, que lo induje poco a poco a dejarse hacer una felación. Esto me servía para medir su anatomía, con cierto despego, y ponerme, como diría, en atmósfera... lo que los atletas llaman calentamiento. Creo que se la hice muy bien, porque se relajó muchísimo.
No pude comer nada. Tenía un nudo en la garganta, pero una buena ducha, y el hecho de elegir la ropa que me pondría para el encuentro, poner flores en el dormitorio, maquillarme un poquitín, me distrajo. Me decidí por una camiseta y unos shorts, muy amplios. Eso, unas ballerinas y nada más. Ni peinado, ni moño.
Cuando sonó el timbre, abrí de inmediato. Allí estaba Pablo, correctamente vestido y con un ramo en la mano.
Le di las gracias con un beso en la boca, que ya no podía dejar nada más claro lo que había venido a hacer.
Como sabía que Javier estaba algo lejos, escondido, expliqué rápidamente a mi visitante lo que ocurría.
- Pablo, gracias por venir y por las flores. No diga nada todavía. Oiga. Mi marido está aquí. Sabe que usted viene. Cree que es mi jefe. Ha puesto un vidrio polarizado para vernos. Pero esto no lo hago por él. Si no fuera así, hubiera querido hacerlo de todos modos.
- Ahá, Rosita, ya entiendo.
Me tomó por la cintura y me dio un primer beso, largo, dulce.
Tomándolo de la mano lo llevé hasta mi dormitorio, donde me sentó a mi lado en la cama y empezó a besarme largamente, en la boca,. en el cuello, en las orejas, a acariciarme el pelo. Luego me dijo:
- ¡Vamos! ¿Me va a dar el masaje, cierto?
- Sí, por supuesto.
- Por favor, tráigame una toalla y lo que haga falta para eso.
Mientras yo iba a la sala de baño a buscar lo pedido, Pablo se levantó y empezó a pasearse. Desde dentro yo le hablaba:
- ¿Qué quiere hacer ahora?
- Nada, le echo una mirada a su casa ... la tiene muy bien arreglada.
Me puso a mil que pudiera toparse con Javier.
-No vale la pena, es un apartamento como todos.
Pero Pablo se asomó sin embargo al pasillo y dio unos pasos por allí. Yo le grité: - ¿No quieres saber si me puse ropa interior?
Pablo no me respondió, pero al parecer no vio a nadie, porque volvió muy tranquilo al cuarto. Cuando salí del baño llevando la toalla y la gelatina, estaba desnudo.
Tenía un cuerpo magnífico, fuerte, musculado, duro. El pelo cortado a cepillo y entrecano.
Yo extendí la toalla sobre la colcha y Pablo se tendió sobre ella, boca abajo.
Ahora empezaba mi función. Me unté de las manos con el gel y empecé por sus pies, recios, nudosos. Avancé por sus tobillos, uno por uno, amasando su tendón de Aquiles, sus huesos duros, sus pantorrillas. Conforme avanzaba, me arrodillé encima de la cama para mejor apoyar mi peso. Casi me morí de gusto cuando al sentarme, sus vellos empezaron a hacerme cosquillas en las nalgas. Y seguí, seguí frotando su piel lisa y peluda a ratos, tironeando sus músculos firmes. Me situé de modo que desde el pasillo sólo se entreviera lo que yo sentía tan claro ahora: que él había plegado la pierna y así su talón quedó apoyado contra mi entrepierna, frotando a su vez mi culo y mi conejo por dentro de los amplios shorts de la faldita. Tiene que haber sentido la humedad, porque yo me estaba corriendo desde hacía rato, y empezaba a deslizar mi raja sobre su pierna, conforme lo iba masajeando más y más arriba, en el cuello, hundiendo mis dedos en sus pelos tan duros.
Yo separé mis rodillas para disfrutarlo mejor.
Pero lo realmente bueno empezó cuando le pedí que se tendiera de espaldas.
Madre, que polla tenía. Nunca había visto, ni en películas algo así. Sobre todo porque terminaba en una especie de berenjena rojiza, mucho más ancha que el tronco. Por supuesto que mi masaje no siguió su camino habitual, porque mis manos fueron directamente a ese gran caramelo, al que agachándome, daba besitos de cuando en cuando.
Pablo me dio primero muchos besos en la boca, comiéndome la lengua y hundiéndome la suya, hasta que me hizo girar con sus grandes manazas, tirando hacia abajo mis shorts. Esta vez, mi boca se abrió para recibir esa pija gloriosa, que comencé por lamer en toda su longitud, para luego irla tragando, poquito a poco, cada vez más rápido, al sentir a mi vez cómo unas veces su lengua se deslizaba una y otra vez a lo largo de mi raja y otras me mordía todo el coño, suavemente, como queriendo comerlo entero. Lo sentí escupir algún pelito suelto que lo incomodaba, para recomenzar de inmediato, mientras sus dedos durísimos me atenazaban el culo, y uno de ellos, creo que un pulgar, por lo grueso, empezaba a frotarme el coso chico, apretando cada vez más fuerte, al paso que la lengua de Pablo ya entraba libremente por mi coño hichado y daba bruscas sacudidas en torno a mi clítoris. Me saqué la polla de la boca para gritar más a gusto, momento que él aprovechó para quitarme de una vez los shorts y sacarme la camiseta, dejándome así desnuda del todo, echarme de espaldas, y ensartarme como una brocheta caliente.
Tomó mis piernas por detrás de las rodillas, y luego mi pompis a dos manos y empujó a fondo.
Creí que iba a morir de gusto, con las piernas anudadas en torno a su cuello, gritando o aullando a la luna. Había localizado uno de los micrófonos de Javier y dirigí mi voz hacia allí.
Tanta era la diferencia de este cuerpo con el de mi marido que me pareció estar siendo recién desvirgada. De verdad, nunca lo había hecho así, tan completamente, con otro hombre y ahora empezaba a entender lo que me había perdido.
Recuerdo haberle gritado que me mordiera, que me jodiera, que me rompiera, que me pegara.
Le rogué que se viniera conmigo y me respondió que ahora mismo lo estaba haciendo y sentí su tremendo empuje y su ser ardiente en mi interior, como un volcán dentro de mi volcán, y lo besé, arañé y mordí con pasión, mientras sus manotas me golpeaban las nalgas sin piedad.
Y eso fue sólo el comienzo.
Descansamos un momento.
Pablo me tomó en sus brazos y empezó a pasar sus grandes manos callosas por todo mi cuerpo. Me besó en los ojos, en el cuello, en la boca.
Sentía su palma áspera deslizándose entre mis muslos, sus dedos acariciando con rudeza mis senos, retorciendo un poco mis pezones, apretando mi nuca... sus dedos entrando en mi raja desde atrás, posándose distraidos en mi ojete y hurgando un poco allí, desparramando su propio semen, que empezaba a salir de mi conejo, por todo mi coñete, como para recordarme que había estado allí, o para decirme que ya volvía, que era todo lo que yo quería ahora, lenta, amorosamente.
Entre tanto yo lo besaba también, tratando de adivinar lo que le gustaría, abandonando toda iniciativa a su voluntad, que sentía como envolviéndome