Luna de miel (VIII).
Marta continuó tumbada al sol hasta pasado el medio día, de vez en cuando se refrescaba con una manguera que tomaba el agua directamente del mar por una bomba, seguía haciendo top-less y estaba relajada después del polvo que se había pegado con sus amigos. Cuando llegó la hora del almuerzo Agustín y el subdirector que habían desaparecido de mi vista la avisaron para comer, mi mujercita se levantó de su hamaca y los siguió hasta la cubierta de arriba, pero después de pasar por encima de la escotilla los perdí de vista. Me tumbé en la cama pero me pareció que el barco se había detenido por el movimiento y me empezaba a marear, llamaron a la puerta de mi camarote y usando la llave entró José, el joven camarero, traía una bandeja llena de comida que acepté con gusto pues por la hora que era ya tenía hambre. Después de preguntarle que por que nos habíamos detenido me respondió que los señores iban a pescar en una cala cerca de donde habíamos fondeado, a lo cual según parece eran muy aficionados. Cerro de nuevo con llave y me dejó con la bandeja de ambrosías que casi dejé vacía en pocos minutos. Cuando ya empezaba a desesperarme oí el sonido de la embarcación fuera borda que el yate transportaba en su popa. Miré por las escotillas laterales y vi que tanto Agustín como su amigo el subdirector estaban montados en ella con todos los utillajes para pescar, pero no pude ver a Marta y supuse que continuaba en el barco, mientras los dos se alejaban rodeando el barco en una dirección que yo no podía divisar.
Cuando percibí el sonido de unos tacones en la cubierta de arriba miré por la escotilla y otra vez paso mi esposa con su tanga y una camisa semitransparente que cubriendo la mitad de su trasero, se adhería a sus pechos manchados todavía por la loción aceitosa que le habían untado sus amigos. Bajó por las escaleras a la cubierta trasera y colocó la hamaca pegada a la gran ventana de mi camarote buscando un poco de la sombra que proporcionaba la cornisa de la cubierta superior. Reclinó la hamaca y se tumbó dejando a la vista los pezones de sus pechos que estaban erizados por la brisa que corría. Me encantaba ver sin ser visto; y aunque ya había visto a mi mujer de todas las formas posibles, el hecho de espiar sin saber lo que iba a suceder me encantaba. Marta continuaba echada con sus sandalias de tacón y su minúsculo tanga pegado a los labios mayores de su coño que definían perfectamente la línea divisoria entre ambos como las dos valvas de una almeja, turgentes y un poco hinchados por la follada anterior. Sus piernas y su vientre brillaban por el aceite y las movía sensualmente acariciándose la una con la otra, se veían suaves y hermosas, y sus muslos parecían calientes. José llegó con una bandeja que portaba algún licor en una enorme copa repleta de hielo, se acercó a ella y le ofreció la copa sin apartar los ojos de las espléndidas tetas de mi mujer que al incorporarse un poco para coger la copa apuntaban con los pezones directamente a la cara del muchacho, a mi esposa le encantaba saber que lo estaba poniendo cachondo. Tomó la copa dejando caer la camisola desde sus hombros y dejando por tanto sus senos al total descubierto, José le sonreía y Marta le devolvía la sonrisa. El camarero se sentó en una silla a un par de metros de distancia de mi mujer y se sirvió una copa a sabiendas que los jefes aún tardarían un buen rato en llegar. Miraba a mi esposa con ojos de deseo y ella se sentía a gusto siendo admirada por él. Pero el muchacho estaba inmóvil no hacía nada por acercarse a ella. Marta consciente de las intenciones del camarero le dijo que le iba a deleitar la vista un rato si él quería, no dijo nada, sólo tomo un sorbo de la copa que se había servido y espero... Mi mujer terminó de bajarse la camisola hasta los codos dejando que sus tetas apuntaran justo a la cara de José. Abrió bien las piernas sobre la hamaca de manera que los labios de su coño sobresalían ligeramente a ambos lados del tanga. Con suma habilidad se cogió los pezones con los dedos hasta que los puso totalmente erectos, los pellizcaba con el pulgar y el índice, mientras que con el corazón acariciaba su cumbre que se conectaba de alguna manera directamente con su coño, se calentaba poco a poco cada vez más.
El chico abrió su bragueta y sacó su rabo por ella, ya tenía un buen tamaño por la calentura que suponía para él ver a Marta en acción, y yo me hacía la enésima paja del día. Ella tomó el bote de loción de aceite que se encontraba todo pringoso, gracias a que tenía forma de cilindro casi perfecto lo agarró por una punta y después de frotarlo por encima de la tela de su tanga hasta meterlo en la raja de su chocho, lo apartó a un lado y lo introdujo haciendo ligeros movimientos circulares en su vagina. Cada vez lo colocaba más hondo, llegó un momento en que sólo dejó fuera una pequeña porción, lo suficiente para agarrar al frasco por la punta y no perderlo dentro de ella. Pues bien desde esta posición lo extrajo ligeramente, de manera que dejo expuesto su clítoris a José. El se quedó admirado por el tamaño que tenía y es que aunque Marta tiene un clítoris bastante considerable el hecho de no parar de practicar el sexo durante varios días unido a la excitación continua a la que se encontraba habían hecho que aumentara aún más de tamaño. Ella posó su mano derecha sobre su pubis depilado y con dos dedos abrió lo que pudo su chochito para acariciar su clítoris sin parar. Yo veía perfectamente como brillaba ligeramente bajo sus dedos; pero lo que más cachondo me ponía era toda la escena, mi mujer tumbada en la cama con un cuerpo de vicio, las piernas abiertas el frasco en su vagina y sus maravillosas tetas moviéndose al ritmo que la paja le imponía, y por otro lado el camarero masturbándose a un ritmo frenético, haciendo que su polla se dirigiera a Marta. Llegado un momento Marta se incorporó y con el bote aún dentro de su coño de agacho delante de José, esta en cuclillas con sus rodillas apuntando hacia fuera y sus muslos contra las piernas de él. Se colocó justo enfrente de su polla y mientras con una mano se tocaba el clítoris con la otra le agarro el falo y lo masturbó con una gran pericia, lo hacia desde su base hasta la punta del glande, la apretaba con fuerza y no se dada prisa, quería ponerla dura como una roca, de vez en cuando abría la boca debido al placer que sentía, sacaba la lengua para que el la uniera a la suya pero debido a la distancia des sus caras esto era imposible, harta de juegos Marta se metió el zipote en la boca y lo succionó, primero solo el glande y luego casi todo el miembro, lo ensalivaba mientras que no paraba de masturbarse, el frasco que había estado sólo, terminó cayéndose al suelo de la cubierta por los flujos que salían de su chocho. El tipo no podía más y aviso a mi mujer de que iba a descargar, Marta dejó de chupar y sólo lamió la punta mientras lo pajeaba, quería correrse a la vez que él y creo que lo consiguió, porque se puso como loca cuando empezaron a salir corros de semen por la gruesa polla del chico, casi todos quedaron en la lengua de Marta, que no contenta con esto chupó hasta la última gota, para quedarse luego tumbada en la cubierta extenuada...
Continuará...
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