Matemáticamente delicioso.


Matemáticamente delicioso Mi esposa y yo formamos una pareja joven de 35 años bien avenida y con ganas de intentar cosas nuevas. Después de tres años de estar casados, mi mujer y yo comenzamos una nueva y excitante etapa de nuestra vida conyugal. Si bien teníamos una buena cama, de pronto empezamos a necesitar otras cosas, digamos que un poco de condimento que hiciera más sabroso nuestro sexo. Después de mucho pensar se nos ocurrió que tal vez podríamos invitar a un tercer hombre a nuestro lecho matrimonial. Yo siempre le había dicho que una de mis fantasías favoritas era verla cogiendo con otro hombre mientras yo me hacía una paja.

Ella aceptó vivir la experiencia y desde ese día comenzamos la búsqueda del tercer hombre, cosa que no nos fue fácil porque no nos convencía la idea de conectarnos con alguien desconocido; un hombre conocido, un amigo por ejemplo, nos avergonzaría si nos rechazara aunque no nos condenara. Y mezclar la amistad y el sexo tampoco pensamos que fuese realmente bueno. A medida que los días pasaban no le encontrábamos la vuelta al asunto. Ambos convinimos en que teníamos que ir de a poco, por lo menos hasta sentirnos seguros, para dar un paso mayor. Hasta que a mí se me ocurrió la solución probable. Mi esposa es profesora de matemática y da clases particulares en nuestro domicilio. Yo le propuse que sedujera a uno de sus alumnos sin pasar los límites que indican un juego sin consecuencias; le dije que lo tomara como una especie de entrenamiento, como para empezar. Ella me miró asombrada, pero para mi sorpresa aceptó, diciéndome que no temía perder su reputación de buena profesora. Sin embargo, yo me creí en él deber de advertirle que en esta época de acosos sexuales y quilombos de ese tipo tampoco le haría bien un escándalo y menos con un pibe. La cosa es que aceptó, confiando más en su poder de seducción y la fogosidad de la juventud del presunto elegido que en mis objeciones. Para poder manejar sus limitaciones, eligió para la seducción al más tímido de sus alumnos: Pablito, un chico de 18 años. El chico debía rendir examen a mediano plazo y justamente vendría al día siguiente a tomar su clase. Esa noche nos quedamos despiertos hasta bien entrada la madrugada decidiendo los movimientos a realizar. Quedamos de acuerdo en que la puerta que separaba el escritorio del living, donde yo estaría leyendo un libro, permanecería abierta. Para la primera clase, Alicia apareció vestida con una pollera plisada bastante corta y un pulóver. Nada de portaligas u otras prendas por el estilo que ella encontraba vulgares para la ocasión. Trataba a Pablo con gran gentileza y se contentaba con cruzar y descruzar las piernas de tanto en tanto. Totalmente sonrojado, el chico le echaba cuando podía una miradita a sus piernas. Después de esa primera lección me quedé con ganas de acción, así que le pedí que la próxima vez fuera un poco más lejos. Para la siguiente clase llevaba la misma pollera, pero con una blusa celeste de la que había dejado sin prender los primeros dos botones. Por primera vez la vi vestida de calle y sin corpiño, de manera que al inclinarse hacia el escritorio se entreveían sus pechos.

Su piel aún mostraba el tostado del verano, de manera que el contraste entre la blancura de sus senos y el resto del escote era excitante. Me di cuenta de que el chico tenía problemas para atender las explicaciones de mi esposa, que se inclinaba sobre su hombro y cruzaba las piernas un poco más arriba cada vez que se sentaba a su lado. Durante los días siguientes, mi esposa acentuó su tarea de seducción. Comenzó a usar polleras más cortas aún o con tajos a los costados, blusas y tops sugestivos, y cada tanto se apoyaba ligeramente contra su alumno o dejaba reposar una mano sobre el muslo de Pablo cuando le quería explicar un ejercicio más complicado. Luego, me contaba que en varias oportunidades había notado que el miembro del chico no permanecía insensible a esos contactos furtivos. Yo me daba cuenta de que mi esposa se excitaba bastante con esas lecciones particulares. Sin embargo, el chico parecía bloqueado, creo que a causa de mi presencia. Por mi parte, cada vez me era más difícil permanecer indiferente. Cambiamos la táctica, mi esposa le comentó a Pablo que me habían cambiado el horario en la oficina y que volvería muy tarde a casa. En realidad, yo seguiría en el living pero con todas las luces apagadas y la puerta abierta. El chico se sintió más tranquilizado. Él mismo comenzó a buscar o no rehuir el contacto con mi esposa. Al mirar las piernas de Alicia y pensar en la posibilidad de que ella podía engañarme con ese chico no pude contenerme y eyaculé sobre la alfombra, aunque nada de esto fue percibido en el escritorio. Intranquila por el curso que tomaban los acontecimientos, mi esposa me pidió que me ubicara nuevamente en el sofá para la clase siguiente. A los veinte minutos de comenzada esa clase, después de evitar los contactos directos con su alumno, ella se comportó como nunca la creí capaz. Dejó a Pablo en el escritorio y vino al living cerrando la puerta que comunica esas dos habitaciones y se sentó junto a mí en el sofá. Excitados por la presencia tan próxima de Pablo hicimos el amor como nunca, pero en silencio y en el mismo sillón. ¡Fue fantástico eso de coger sabiendo que el chico estaba al lado! Cuando mi esposa, inventora de esta fantasía a causa de su calentura, volvió al escritorio, Pablo no había avanzado ni una línea en la solución de su cálculo. En las semanas que siguieron, mi esposa pasó de la indiferencia a la dedicación maternal con su desgraciado alumno. Una noche decidió recibir a Pablo con ¡un camisón y un deshabillé ultracortos! La muy descarada, a último momento, hasta se sacó la tanguita delante de mí, se miró al espejo y me preguntó si se le notaban los pendejos. La observé, ya muy caliente también, y le dije que según se moviera se veía una fugaz sombra triangular. - ¿Y vas a ir así? - Sí, tengo una excusa. Y además me calienta mostrarme así. No tengas miedo. Entró y habló con él en voz baja, excusándose seguramente por ir vestida así, pues no había estado bien en todo el día. El chico fue a levantarse para irse y ella lo frenó. De ninguna manera permitiría que él perdiese su clase. Pasó entonces frente al pizarrón y empezó la clase. El chico abrió el libro en la página indicada pero estaba como embobado mirándola. Realmente, en cada vuelta que daba se percibía el triangulito negro, y de atrás era fácilmente perceptible la separación de sus rotundas nalgas. En un momento que percibí claramente fue hacia él riendo y lo abrazó.

- ¡Mi chiquito! - la oí decir -, ¿qué té pasa hoy?.

¿Has perdido la memoria? Si seguimos así nos van a bochar. Al abrazarlo cariñosamente por el cuello el chico puso su brazo alrededor de la cintura de Alicia y ella lo dejó; no sólo lo dejó sino que lo besó en la cabeza. Miré bien y por la posición, ella de pie y él sentado, el pibe estaba a centímetros de la concha de Alicia y bajo sus senos. ¡Yo en su lugar le hubiera metido la mano aun a riesgo de hacerme echar! - ¿No tenés ganas de estudiar hoy o estás distraído? Le hablaba sin soltarlo, con una mano en el cuello del muchacho, cuya cabeza estaba justo debajo de los pechos de Alicia y a un palmo de la concha. - Sí, estás distraído. ¿Y por qué? Ya sé: tenés novia y pensás en ella, ¿eh? ¡Qué terribles son las mujeres cuando se meten en la cabeza de un lindo chico como vos! No te dejan pensar en otra cosa, ¿verdad? - El chico asentía

-. Contame, soy tu amiga, de mí no saldrá el secreto jamás. Ni a mi marido se lo voy a decir. ¿Quién es la que te tiene así, tan preocupado? El muchacho remoloneó para no hablar, pero no la soltó de la cintura y vi que su rostro bajaba como avergonzado pero en realidad se acercaba más a la zona genital de Alicia quien, sin querer, hizo asomar un muslo por entre los pliegues del deshabillé. - ¡Qué piel tan suave tiene! - no pudo menos que decir el pibe pasando el dorso de sus dedos sobre el muslo de Alicia. - ¿La dueña de tus pensamientos es así de suave? El chico asintió y como consecuencia de estas maniobras yo eyaculé sobre la toalla que como precaución había puesto en la alfombra. Ella lo intuyó o alcanzó a verme en la penumbra y dio por terminada la clase. El chico salió pero en vez de pantalón usaba una carpa que trataba en vano de tapar con libros y cuadernos. En otra oportunidad, haciendo gala de una imaginación sensual que a mí me sorprendía, recibió al chico diciéndole que la esperara porque debía tomar una ducha, pues había estado trabajando en la cocina y estaba muy transpirada. Con toda habilidad dejó abierta la puerta del escritorio. Al sentir el ruido del agua, el chico no pudo resistir demasiado tiempo la tentación de levantarse e ir a mirar el cuerpo desnudo de mi esposa, viendo como corría el agua por sus senos y su cola redondeada. El manifiesto exhibicionismo de mi esposa me asombró. Tenía la impresión de estar viviendo una irrealidad: pensaba si realmente ella sabía lo que estaba haciendo. Días después de aquello, ella digamos que institucionalizó los gestos del día del deshabillé, y normalmente se ponía junto a él, le acariciaba la cabeza, le ponía una teta apenas velada por la blusa junto a la frente y lo besuqueaba con cualquier excusa, por ejemplo por cualquier cosa que el pibe hiciera bien. La muy turra, mientras estaba agachada sobre él se levantaba la faldita y me mostraba a mí el culo, ¡y un día vi que no tenía bombacha! Mis pajas eran tremendas: ¡había encontrado él para mí nuevo placer voyeurístico y ella el de la exhibición! El chico entraba en confianza y el brazo que solía tenerla de la cintura se convirtió en una mano que la apretaba y hasta vi que la deslizaba hacia el abundante glúteo de Alicia de ese lado, justo el que yo podía ver. -¡Oh, está engordando tu profesora, ya lo sé, no me lo digas, Pablito! - exclamó la muy puta. - ¡No! - protestó el chico. - ¡Oh, sí, no me mientas! ¡Mira, vos sos como de la casa y puedo mostrarte! - y se separó unos centímetros y se levantó la pollera casi hasta la bombacha -. ¡Mírame los muslos y decime si no estoy cada vez más gorda! ¡Empiezo a tener celulitis! ¡Toca! - y en el colmo del juego atrevido tomó una mano del chico y la paseó de abajo arriba por ambos muslos y todavía le puso la mano entre ambos muslos y agregó. Es aquí donde sale la celulitis, ¿ves?. Pero es tan suave balbució Pablito. Con celulitis no es suave. - Pero sí - y le agarraba el muslo bien arriba. Debía estar rozándole la bombacha -. ¿Qué es la celulitis? - Fijate

- y al tiempo que se tomaba con una mano un buen pedazo de muslo bien arriba, que indefectiblemente descubría su bombachita, agregó - ¿Ves que la piel se arruga al ponerla gorda? ¿Lo ves? - Más o menos. - Tenés que aprender estas cosas de mujeres. Toma, agárrame acá - y sustituyó su mano por la de él y lo hizo apretar entre sus dedos en la cara interior del otro muslo otro montón de carne y piel. El chico miró, pero sus ojos no estaban para descubrir celulitis sino que parecían fascinados por la bombachita tenue y el vello visto o adivinado. Estaba tan al palo que no sé de que modo aguantó. Oh, los hombres no ven estas cosas, pero después prefieren a las que no tienen celulitis. Nosotros somos viejas y ustedes siempre eligen a las jóvenes... - ¡Oh, no, usted es bellísima! - alcanzó a decir el muchacho. Bueno, por hoy basta: fue una clase de dermatología, no de matemática. Vamos. Verlo a Pablo cuando se puso de pie y verle la pija parada detrás del pantalón como un ariete era lo mismo. Ella se le acercó de frente, lo besó en la mejilla casi pegándose a él, seguro que para sentirle el bulto y dijo: ¡Perdóname, Pablito! Tu maestra es una boba. Te quiero mucho y por eso te digo estas cosas íntimas. Chau. Vino hacia donde yo estaba en la sombra se agachó entre mis piernas y me hizo una mamada histórica mientras ella misma buscaba su orgasmo con el dedo. Y después nos echamos un polvo heroico digno del Kama Sutra. Luego me comentó que tenía intención de usar el sofá para una sesión completa con Pablo. Había decidido cogerlo. - Si no, no pasa de año. ¿Sabes cómo se debe estar moliendo a pajas? Dejémoslo coger, pobrecito. Ya está a punto y jamás dirá nada por miedo a perderme y por miedo a que vos te enteres. ¡Y además le tengo ganas: vieras cómo la tenía de dura hoy! - Lo vi. ¡Puta talentosísima Alicia! Ni yo lo sabía. Si lo hubiera sabido antes, pero lamentarse no sirve, hay que gozar del presente. En esa oportunidad me escondí en el escritorio, y pude observar a mi esposa que se llevaba el chico al living; otra vez tenía puesto solamente el deshabillé y el baby-doll rojo, pero sin bombacha. Se sentaron y ella le habló. - Vas a decirme qué té pasa, Pablito. Quiero saber el porqué no prestas atención y estás tan distraído. Así vamos a perder el año. ¿Qué te preocupa? El muchacho bajó los ojos y miró los muslos descubiertos de Alicia y el triangulito de su pubis renegrido que debía asomarle o se le adivinaba. ¿Estás enamorado? - Él asintió -. ¡Acabáramos! ¿Quién le sorbe el cerebro a mi Pablito? - Él bajó la cabeza de nuevo -. ¿La conozco? - Volvió a asentir -. ¿Quién es? Hablaré con ella... - Es usted susurró el muchacho.

La escena siguiente fue genial. Lo abrazó y lo besó en las mejillas, la frente, el cuello al tiempo que musitaba: ¡Oh, mi Dios, oh, qué ciega he sido, oh, mi pobre ángel, mi pobre niñito! ¡Cómo te he maltratado, qué injusta he sido, mi amor! Tanto lo besuqueó y lo fue atrayendo hacia sí que él cayó encima de ella hasta que juntaron sus bocas y ella empezó a comérselo con unos besos de lengua feroces. - ¡Oh, mi amor, oh, había olvidado que mi niño es un hombre, un hermoso hombre, oh, mi amor! - repetía y a mí me estallaba la pija que no me animaba a tocarme porque si lo hacía acababa. Las manos de Pablo le exploraban con torpeza y apuro todo el cuerpo, mientras yo resistía con dificultad el deseo de reunírmeles. Sentía tanto placer e intenté contenerme tanto tiempo que al día siguiente el miembro me dolió todo el día. Ellos no pasaron de allí. Se reincorporaron, ella se acomodó los pechos en el deshabillé no sin antes permitirle besar uno a Pablito. Después, con gesto comprensivo le acarició la carpa y con unos movimientos certeros hizo que el chico eyaculara en sus calzoncillos. Esa noche no sucedió nada más. Exhibicionismo y voyeurismo puros estaban cumplidos. Ya había pasado lo suficiente y mi esposa decidió dar el gran golpe. Ella consideraba que Pablo ya estaba listo. Y fue así que llegó la gran noche que tanto esperaba yo. Después de ese largo entrenamiento mi esposa le pidió a Pablo que se quedara a cenar porque se sentía un poco sola ya que yo había salido, le mintió. El chico aceptó encantado. Después de cenar mi esposa sirvió más vino y se sentaron en el sofá del living, mientras yo, como las veces anteriores, espiaba ahora desde el escritorio. Alicia fue la de la iniciativa y la tomó así. - Pablito, lo que me dijiste el otro día me emocionó. Ninguna mujer resiste una declaración de amor así y quiero premiarte por ello. Pero antes quiero que sepas que no puedo corresponder con amor a tu amor. Yo amo a mi esposo, pero eso no es lo más importante. Mi esposo y yo somos muy liberales y seguro que no se enojaría si supiera que me amas. Lo más terrible, Pablo, es que por mucho que me ames debes saber que tu amor no obtendrá reciprocidad, que no podremos vivir juntos, ser una pareja. Yo soy una mujer grande y tú demasiado joven.

O yo llegué al mundo muy temprano o tú muy tarde. Pablito, no quisiera que llorases, pero este amor es imposible. Lo único que puedo darte es sexo, no amor caricias.

Una obra maestra que abrochó encajándole un gran beso en la boca. Por supuesto que esto hizo reaccionar a Pablo que estaba que volaba de calentura. Después de un rato de besos y caricias el chico terminó arrancándole la ropa, para lo que no debió hacer demasiado esfuerzo. No puedo explicar lo que sentí cuando la vi completamente desnuda en los brazos de ese muchacho. La forma en que él le recorría el cuerpo con sus manos, su lengua, su boca la forma en que le chupaba los pezones y le sobaba las tetas. Parecía un joven animal salvaje ansioso de satisfacer su instinto, ¡y no era para menos!: el pobre chico había juntado leche por bastante tiempo y ahora le había llegado la hora del desquite. Yo no podía parar de masturbarme; me sobaba el miembro como desesperado mientras lo veía ya desnudo cuando ella lo hacía sentar y, para darme una mejor perspectiva, lo montaba en el sillón mostrándome la lenta penetración de la garcha del chico que ella misma se iba hundiendo en la concha. Cuando la poronga del muchacho desapareció y sólo quedó a la vista el culo de Alicia no pude contenerme y me mandé mi primera acabada de la noche. Me sorprendí cuando a los pocos segundos ya estaba al palo de nuevo y con una calentura que me instigaba a participar de la escena que estaba viendo. Cuando mi esposa lo montó y lo cabalgó tuve mi segunda explosión y esta fue mayor que la primera. Pablito siguió con la garcha dura, que ella le mamó un rato para que yo lo viera, y lo acomodó en varias posiciones y hasta le metió un dedo en el culito. Pablito deliraba. Después de esa ocasión, hemos disfrutado de muchas noches similares y una noche de ellas Alicia le confesó que me había contado de su pasión por Pablo. Él cambió de color, y así en bolas como estaba cuando se lo contó, y ya en el dormitorio donde de ahí en adelante venían cogiendo, ella le dijo que no se alarmase: yo no sólo aceptaba sino que deseaba compartir tan felices momentos. Pablo no tardó mucho en aceptar mi participación, entre asombrado y resignado. Aunque por lo general suelo sentarme en una silla en un rincón del dormitorio y me dedico a observarlos, a veces me la hago chupar un poco o le acabo a Alicia en las tetas. Lo que más placer me causa, sin embargo, es verlos. Ella goza con la pija siempre lista del muchacho, pero se calienta como loca mostrándome cada cosa que hace, para lo cual lo hace y me mira significativamente dedicándome cada iniciativa de su cerebro calentón. Es una exhibicionista de marca mayor. Y no lo sabíamos. Pablo aprobó su examen de matemática con un diez y cada vez obtiene mayores calificaciones por la forma de cogerse a mi mujer. Ella dice que es el mejor alumno que ha tenido.