Claudia.


Claudia Unos veranos atrás, dos amigos y yo decidimos viajar a la costa con la idea de encontrar trabajo y poder subsistir los tres meses disfrutando de la playa y el sol. Solíamos darnos una vuelta por el pueblo para que la rutina de sol y playa no se tornara tediosa y así fué como conocí a Claudia. Ella trabajaba de camarera en un pub cercano a la playa.

Me tiré varios lances pero la niña siempre me salía con evasivas. Que hoy trabajo hasta muy tarde, que mañana tal vez, que estoy cansada, pero nunca cerraba las cosas definitivamente, así que la esperanza subsistía.

Yo no hacía otra cosa que ratonearme con esa cola que parecía haber sido pintado por Dalí. Un día habíamos salido con los otros pibes y ellos se encontrarón con dos bellas conocidas y partieron con rumbo desconocido. Yo me quedé sólo dispuesto a pasarla lo mejor posible. Era una noche templada, sin viento y la luna dejaba caer su reflejo sobre el mar.

Me senté en una mesa de un bar, el lugar estaba en penumbras. Había algunas personas solas y otras en pequeños grupos. Cuendo logré ver a través de la oscuridad reinante, alcancé a distinguir a Claudia. Estaba con un grupo de chicos y chicas y aparentemente se estaban por marchar.

En un momento me vió y pude notar por sus ojos y su sonrisa que no era yo el único que había bebido demás esa noche. Luego se volvió a sentar y les dijo a sus amigos que se quedaría un rato a esperar a alguien. Apenas ellos se fueron me acerqué a su mesa. Nos saludamos afectuosamente y cuando me quise acordar, para mi sorpresa, no pude contenerme y puse mis manos a ambos lado de su rostro y le dí un beso largo y profundo. Debe haberle gustado mucho porque enseguida me abrazó. Y así estuvimos, besándonos y acariciándonos, hasta la madrugada.

La invité a salir, pagué y nos fuimos. Fuimos hacia la playa por una calle oscura hasta llegar a un sitio resguardado de miradas curiosas. Continuamos abrazándonos y besándonos. Sus pechos se dejaban acariciar sin ninguna resistencia. No eran muy grandes pero eran suficientes para exacerbar mi calentura. De pronto, siento su mano acariciar mi pene sobre el pantalón, cosa que me sorprendió gratamente.

Descubrió mi erección, me bajó la cremallera y comenzó unos movimientos masturbatorios que me parecieron sublimes. Me desnudé y la ayudé a ella a hacer lo mismo. Mis buscaron instintivamente su caliente conchita. Dejé resbalar mi dedo mayor dentro de ella y entró con mucha facilidad debido a lo mojada que estaba ella. Luego, comencé a chupar sus pezones y a morder suavemente sus alrededores. Claudia suspiraba cada vez más agitadamente. Retiré mi mano y enfilé mi miembro hacia su conchita.

Cuando la penetré me extraño la estrechez de su canal. Pero su lubricación no impedía que llegara bien adentro. Sus piernas entrelazadas en mi espalda no hacían otra cosa que calentarme más. Ella comenzó a decirme: ¡ Cómo me cogés papito ! ¡ Me vas a matar bebé ! ¡ Qué buena pija tenés mi amor !...y cosas así. Después de oír ese tipo de cosas acabé como si fuera la última vez. Gracias a Dios que ella acabó momentos después porque ya no podía aguantarme más.

Los dos estabamos cansados, llenos de arena, nos levantamos, nos limpiamos y nos marchamos hacia el mar dónde seguimos haciéndonos algunos arrumacos.

A partir de ese día lo hicimos en varias oportunidades más y lo que más me calentaba es que siempre era afuera, al aire libre. Una vez la hice montarme y que me cogiera ella a mí. Cómo se movía esa mujer. Era increíble como cogía con sólo 17 años, me imaginé que estrechez no era sinónimo de falta de experiencia.

Cogí tres veces más con ella ese verano, volví otras temporadas para ver si la encontraba pero no tuve esa suerte. Debo reconocer que con ella tuve los mejores polvos de mi vida.

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