Elvira.
Era una noche de otoño. Juan Domínguez y su mujer Elvira habían salido a cenar con los Sres. Lencina, una vieja amistad de la época en que Juan era exportador de vinos. Juan tenía hoy 53 años. Llevaba ya 10 años de casado. Elvira era mucho más joven. Veinte años de diferencia a esa edad se notan mucho. Se casaron en los años prósperos de Juan. No habían tenido hijos pero sí una vida agradable y armónica que ahora se veía ensombrecida por la enfermedad de Juan.
Juan se quejaba desde hace un tiempo de dolores en el pecho y de un malestar general. En fin, era algo molesto pero de momento indefinido. Su médico había detectado la semana anterior un cáncer en el pulmón. Juan sería ingresado al día siguiente al hospital, donde se le harían una serie de análisis para verificar el estado real de contaminación cancerógena y fijar la terapia a seguir. Su médico no descartaba una intervención quirúrgica. Esa era la razón por la cual esa noche había querido salir a cenar con los Lencina, sus mejores amigos.
Estaban en camino de regreso con el coche de Juan y se habían detenido a despedirse frente a la casa de apartamentos que habitaban los Lencina. Eran altas horas de la noche y estaban conversando en voz baja cuando frente a ellos se detuvo un coche con cuatro ocupantes. Dos de ellos, bien vestidos, se acercaron sin despertar sospecha alguna, pero al estar junto a ellos sacaron sendas pistolas: - - No hagáis escándalos y no pasará nada. Sólo necesitamos lo que sea moneda o convertible en moneda. Los otros dos ya estaban junto a ellos. Uno sacó otra pistola mientras que el tercero con una gorra en la mano les ordenó: - - Ir poniendo las cosas aquí dentro. Todo lo que tengáis. Sin esconder nada. Billeteras, monederos, relojes, anillos, pulseras, collares, bolígrafo de oro, todo fue a parar dentro de la gorra. - - ¿De quién es el coche?. - Mío, respondió Juan. - - ¡Las llaves¡. ¿Y vosotros vivís aquí?. Pues, vamos a subir a ver si encontramos algo más. - - Por favor, basta ya. ¿No tenéis bastante?. - A callar y a subir o la pasareis mal. - - Un momento - dijo el que parecía tener el mando - tú no has entregado todo - dijo a Elvira. - Pero si no tengo nada más de valor. Elvira se sacó el abrigo de piel que llevaba. - - Tú tienes cosas valiosas, sube al coche y tú conduces, dijo dirigiéndose a uno de sus compinches. Los otros dos encañonaron sendas pistolas en la cabeza de los hombres obligando a la Sra. Lencina a abrir la puerta y permitir la entrada al edificio.
El individuo que había encarado a Elvira la obligó a penetrar en el coche. Se sentó a su lado y partieron. - - Bien nena. Te voy a dar otra oportunidad para que me dés todo lo que tengas - dijo acentuando la palabra todo. Elvira no entendió o no quiso entender lo que le decía. - - No escondo nada, créame por favor, no tengo nada más. - - Quiero que me dés lo que tienes aquí - dijo dando un manotón entre sus piernas - Yo lo puedo tomar de un puñetazo, pero quiero que tú misma te saques las bragas, te levantes la falda y te abras de piernas para que yo pueda follar tu coño. ¿Lo entiendes?. El coche se alejaba del centro de la ciudad. Elvira temblaba. No atinaba a hacer ni a decir nada. - - Joder¡, - dijo el conductor, - abre de una buena vez tus piernas y déjate follar o paro el coche, te rompemos el culo y te tiramos desde un puente ¿Crees que no lo haríamos?. - - Me dicen Chacho, y soy mas o menos el responsable de mis chicos. Y ahora dime ¿haces lo que te dije o prefieres el puente?. De cualquier manera te vamos a joder. Elvira pálida, se quitó las bragas, con mucha timidez y vergüenza. - Bien, has comenzado bien, ahora levántate la falda hasta la cintura y abre bien las piernas, mira que tengo una polla gorda. ¡Pero hazlo ya mismo! - dijo de forma imperativa.
Elvira no tenía escapatoria, cinco minutos más tarde, la polla de Chacho se alojaba en la vagina de Elvira y comenzó a follarla. Le estaba echando un polvo maestro. El movimiento que el pavimento de empedrado producía al vehículo, el grosor del pene de Chacho, la abstinencia que llevaba Elvira por la enfermedad de su marido y lógicamente su juventud, se combinaron para que comenzara a gritar de placer. Hasta el conductor se quedó sorprendido. Elvira no paraba de correrse. Cerró los ojos para gozar mejor y en un momento de delirio se abrazó a Chacho empujando para que le entrara más aún y lo besó. Se aferró a él, ya sin control de sus sentidos, fornicándose a si misma en la polla de Chacho. No paraba de besarlo. Mordiéndose los labios tiró la cabeza hacia atrás. La cadena de orgasmos no se detenía y la estaban agotando. - - Ahora conduce tú que yo también la quiero follar. - - No, - dijo Chacho - este bomboncito es de mi propiedad privada. La dejaron cerca de su casa. El abrigo de piel quedaba en el coche y en el bolsillo las llaves de su casa.
Cuando llegó, Juan estaba en la calle, rodeado de policías. De la casa de los Sres. Lencina habían robado dinero y las joyas que aún tenía la mujer y huyeron. Juan llamó a la policía y en estos momentos los patrulleros buscaban febrilmente a Elvira. Su aparición fue un alivio para Juan pero la policía espera detalles. - - No me ha pasado absolutamente nada. Se quedaron con mi abrigo y me dejaron en la calle. Alguien me trajo hasta muy cerca y aquí estoy. - - ¿Segura que no pasó nada grave, señora?. Preguntó el oficial. - - No agente, segura y si le parece bien, comprenderá que hemos tenido una velada fatal y mi marido debe ingresar mañana en el hospital. No hubo daños físicos y los materiales se reponen. Les agradezco su intervención. Buenas noches.
Ya en su piso, Juan comenzó a hacer preguntas que Elvira pudo eludir hábilmente. No había pasado nada y Juan sólo debía concentrarse en su curación. Debían dar gracias al cielo que aún pudieran contar la historia teniendo gente armada amenazándolos. Las pérdidas materiales no eran de importancia. Al día siguiente ingresó en el hospital. La única preocupación de Elvira en esas horas era Juan. Lo vivido con el Chacho lo relegó, de momento, a segundo plano.
Habían transcurrido cuatro días desde aquel nefasto encuentro. Elvira regresaba a casa después de haber pasado el día junto al lecho de Juan. Entró a su apartamento, se quitó el abrigo, los zapatos, se puso más cómoda y se dirigió a la cocina a prepararse una merienda. Pasó a la sala para ver televisión y allí estaba Chacho. - - Hola cariño, ¿a qué no esperabas mi visita? - - ¿Qué haces tú aquí? ¿Cómo has podido entrar? - alcanzó a decir Elvira que quedó como petrificada. - - ¿Y tú que piensas?. Pues diremos que vine a traerte la documentación que os robamos. Mira aquí la tienes, D.N.I., permiso de conducir, todo, todo está allí, puedes decir que lo recibiste por correo anónimo. ¿Tu dirección?, pues fácil, Juan, - ¿se llama así verdad?, - tenía en su billetera sus tarjetas de visita y si tú recuerdas bien me distes las llaves, por lo menos estaban en el abrigo que tú dejaste en el coche. A propósito el coche lo tengo escondido y en el maletero he dejado tu abrigo. Buscaré la forma de devolvértelo sin despertar sospechas. Elvira, eres más bonita de lo que yo tenía en mi memoria. Me gustas.
Elvira miraba a Chacho. El recuerdo de su hiperorgasmo le acaloraba. Se dejó besar, acariciar. Sintió un calor que partiendo de su vagina le llegaba a los pómulos de su cara. - - Vamos, a tu dormitorio - dijo Chacho. Se sentó en el sillón del dormitorio. - Desnúdate, quiero verte desnuda, es más, ardo por verte desnuda. ¿No tendrás apuros después de lo que vivimos juntos, no es así?. Quiero mirarte mientras te desnudas. Muéstrame lo buena que estás.
Elvira comenzó a desvestirse delante de él, prenda por prensa iba arrojando a un rincón del dormitorio. Afloró un cuerpo de piel tensa y morena. Treinta y tres años de edad muy bien llevados. Senos medianos, bien formados, buenas caderas, piernas fuertes. Cuerpo marcadamente voluptuoso que recordaba a las vírgenes romanas de la saga. Sencillamente sensual. Chacho la tomó en sus brazos, dejando que sus manos se deleitaran con las curvas de ese cuerpo hermoso. Le besaba sus labios carnosos y ardientes. - - Ahora, desnúdame a mí. - dijo Chacho mientras se quitaba los zapatos. Elvira comenzó a quitarle la ropa, camisa, camiseta, pantalones, calzoncillos. Su erección ponía de manifiesto la grandeza y especialmente el grosor de su pene que tanto deleitara a Elvira aquella noche. - - Chúpala, quédate de rodillas y chúpala. Hazme gozar de tus labios. Elvira tubo unos momentos de vacilación pero por fin albergó esa polla en su boca. Comenzó a mamar con destreza. Sabía hacer feliz a un hombre con el pene entre sus labios. Chacho se deleitaba con el calor de esa boca ardiente. Le tomó su cabeza con las dos manos y tirándola hacia atrás vació todo el contenido en su cara, sus tetas, su vientre. La levantó en brazos, la arrojo sobre la cama y la penetró por donde ella lo estaba esperando. Su polla estaba albergada completamente en la vagina ardiente de Elvira. - - Cierra las piernas y quédate con mi picha dentro. Gózala.
Mientras Elvira lo hacía, él pasó sus piernas por fuera de las de ella, prensándola con el pedazo de carne dentro de la vagina. Comenzaron a mover las caderas. Elvira sentía ese trozo quemándole el interior, rozando contra todas las partes sensibles de su cavidad vaginal. La corrida no se hizo esperar. Fue tanto o más fuerte que la vivida en el auto. Se mordió los labios, chilló. El goce la desesperaba. Abrazó y besó a Chacho. Le chupaba los labios. El pasó las piernas hacia el interior de las de ella. Las tomó por las dos pantorrillas y las levantó. El par de centímetros de su pene que aún estaban afuera se albergó en el interior de Elvira y en esa posición comenzó a follarla con fuertes envestidas. El placer se notaba en la expresión de Elvira. Muchos años no había tenido la emosión sexual que ahora le daba ese hombre joven y fuertemente dotado.
De pronto, se desprendió de la posición en que la tenía obligada Chacho y dando un alarido de felicidad se ladeó en la cama llevándose a él entre sus piernas que no cedía ni un centímetro de la posición obtenida. Elvira movía su vientre desesperadamente. La cadena de orgasmo no se detenía. Chacho se vistió. Elvira lo miraba irradiando una expresión de felicidad. - - Quédate un poco más. No te vayas aún. - Te prometo que volveré muy pronto.
Y lo hizo. Dos días mas tarde, de mañana, la llama por teléfono. Hoy vamos a ir por tu coche. Te recojo a las 4 de la tarde en el mismo lugar donde te dejé la otra noche. ¿Lo recuerdas?. - - Sí, a las 4 está bien. A las 4 estaba Elvira en el lugar indicado y también llegó Chacho. - - Sube. Llegaron a una especie de nave industrial abandonada. Allí estaba su coche. No aparentaba tener daños. - Mira, acá está tu abrigo lo ves, - estaba en el maletero - y las llaves las tengo adentro. Ven. Entraron a una habitación con el aspecto de ser algo así como una salita de reuniones. Una mesa varias sillas unos armarios viejos. En un clavo de la pared estaban las llaves del coche. - Allí están las llaves, ¿las ves?, y ahora desnúdate. - ¿Aquí?. - ¿Por qué no?. El ambiente hace la cosa más excitante ¿no crees?.
Elvira le pertenecía totalmente y no opuso resistencia. Se desnudó. Chacho comenzó a besarla, a pasarle los dedos por su vagina y a lubricarle el ano. - Da la vuelta y apoya los codos sobre la mesa. La penetración anal, aunque Chacho lo hizo con delicadeza, le dolió. Había sido penetrada un par de veces pero nunca por un pene tan gordo. Por fin Chacho se alojó dentro de ella. Le follaba el culo con placer, sobándole las tetas y mordiéndole el cuello. Alcanzó su momento y se corrió dentro de ella lanzando un gruñido. Ese gruñido pareció ser una señal. Se abrió una puerta lateral y 6 individuos penetraron en la sala. Elvira se asustó pero Chacho la tomó brutalmente por la cabeza: - - Tú te quedas donde estás. Sintió que alguien le penetraba el culo, pero no era Chacho. Otro individuo vino con su polla erguida, la tomó de los pelos y se la hizo meter en la boca. ¡Mama zorra¡ - Bueno chicos, cuando acaben, denle las llaves del coche y déjenla ir. Sed cariñosos con ella. Adiós mi amor, ya pasaré a verte. ¿Sabés?, yo comparto todo con mis compañeros. Y dándole un beso en el culo la dejó a merced de sus amigos.
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Nota del autor: mis historias son ficticias. Cualquier parecido con lugares, nombres o situaciones similares es pura coincidencia.