Historia Bogotana (I).
Señores pasajeros, en breves minutos aterrizaremos en el aeropuerto de Bogotá. Rogamos a Ustedes enderezar sus asientos, abrocharse los cinturones de seguridad y no fumar hasta que el avión se haya detenido completamente. Muchas gracias. Le deseamos una agradable estadía en Bogotá. Aquellos que continúen ... Uwe Rüngeler tuvo una sensación de satisfacción. Apretó la mano de su mujer Ellen. Ya estamos. Uwe Rüngeler, tenía un largo viaje a sus espaldas. Era de nacionalidad austríaca, ejecutivo de una multinacional alemana y había ocupado hasta hace poco un cargo directivo en la subsidiaria de su empresa en Viena. La dirección alemana de Francfort le había nombrado director de la representación bogotana y después de haber pasado un mes de conversaciones, planificación, reestructuración de cuadros, aprobación de presupuestos y todas las tareas inherentes a su responsabilidad, llegaba ahora a Colombia para tener el primer contacto en su carácter de director recién horneado. No era la primera vez que aterrizaba en Bogotá. Ya había estado anteriormente interiorizándose de la marcha del negocio antes de aceptar la oferta recibida de su empresa y también para adquirir información y experiencia de su antecesor antes de que abandora el puesto para retornar a Australia, que era el país de procedencia y a donde volvería para ejercer cargos ejecutivos en la misma firma. Su empresa le reservó siempre habitación en el hotel Tequenmama, por considerarlo, además de céntrico, bien protegido por pertenecer a la caja de pensiones de las fuerzas armadas y tener, en la calle de enfrente un cuartel de la policía nacional. Pero una bomba, atribuida a elementos insurgentes, había hecho volar por los aires al cuartel de policía y otra en el propio hotel había confirmado su vulnerabilidad a pesar de los fuertes despliegues militares que le custodiaban. La secretaría de la empresa le recomendó un complejo hotelero nuevo en el norte de la ciudad y reservó para él y su mujer una habitación allí. Esa parte de la ciudad es más tranquila, más vigilada, menos expuesta a actos delictuosos que lamentablemente son habituales, pero que con tacto, experiencia, picardía y por sobre todo desconfiando hasta de la propia sombra, pueden evitarse en su gran mayoría. Ese instinto de peligro, nato en todo latinoamericano, era desconocido para Rüngeler y su mujer.
Uwe Rüngeler desaprobó esa elección por considerar esa zona de la ciudad demasiado aburrida. El quería mostrar Bogotá a su mujer y directamente desde su secretaría en Francfort hizo reserva en el Hotel Hildon de Bogotá. Un hotel moderno, fino, ubicado a escasos metros del Tequenmama. La primera impresión que Ellen se llevó en el aeropuerto, no fue exactamente reconfortante. Gran despliegue policial, perros, metralletas y control cada 20 metros. Afuera las peleas de los "changadores" para definir quién se hace cargo del equipaje, y que por fin terminaron rompiéndole las botellas de vino fino compradas en el Duty Free, y más afuera aún unos policías locales que le indican que debía tomar ese taxi y no el otro porque aquellos eran bandidos, mientras sus compañeros se ocupaban en mantener alejados a los "pendejos" que pedían dinero u ofrecían llevarle algo. Todo eso con una diferencia de tiempo de 6 horas con respecto a Francfort. Un calor sofocante aunque comenzaba a atardecer y a una altura sobre el nivel del mar de unos 2.600 metros que no permitía dar dos pasos apresurados sin perder el aire para respirar. Habían salido de Francfort poco antes de la comida y aterrizaban en Bogotá, después de unas doce horas de vuelo, el mismo día, pero poco antes de la cena. Por fin llegaron al hotel Hildon. La suite reservada era hermosa, con vista panorámica sobre la ciudad, dormitorio amplio, la sala comedor más amplia aún con un hermoso balcón. Verdaderamente confortable. Uwe Rüngeler tomó su primera decisión correcta. Todos los documentos, sumas de dinero, valores y alhajas no necesarias fueron guardadas en la caja fuerte del hotel. Se ducharon, refrescaron y salieron a comer algo antes de ir a la cama. Muy cerca de allí encontraron un fino restaurante criollo en el que pudieron saborear buenas carnes, acompañadas de arroces y "arepas", buen vino chileno y la música de unas guitarras interpretando boleros de ayer, de hoy y de siempre.
Faltaban aún algunos días para hacerse cargo oficialmente del cargo, pero su presencia en la ciudad era conocida por su empresa y así a la mañana siguiente se acercó a saludar al personal jerárquico y a conocer y saludar personalmente a todos los empleados de la casa matriz, especialmente el de las oficinas técnicas. En mesa redonda con sus más allegados (futuros) colaboradores, contó de las peripecias del viaje y de su interés por visitar la ciudad con su mujer. Compañeros bien intencionados le aconsejaron no introducirse sin fuerte compañía en la parte antigua de la ciudad, que si bien conservaba la dulzura colonial, albergaba también elementos de conducta bien dudosa, lo mismo que el cerro Montserrat, que se veía muy atractivo desde abajo, pero que no pocos lo descendieron desnudos. Había cosas bonitas e interesantes para ver; el planetario, el museo del oro, la catedral y las calles céntricas donde atronaban por los altavoces las cumbias y las salsas que obligaban a los pasantes a caminar a ritmo tropical. Todo esto lo comentaba esa tarde Uwe Rüngeler a su mujer Ellen en voz alta, pues hablaba alemán que aparentemente nadie de los presentes comprendía, mientras bebían un Gintonic en la sala de recepción del hotel. Se levantó para recoger las llaves de la habitación. Al mismo tiempo se levantó otro señor que como él se acercó a la recepción. Uwe Rüngeler pidió sus llaves. El otro señor pidió la guía de teléfonos.
Dos horas más tarde llaman a la puerta de su habitación. Ya estaban preparados para ir a la cama. Rüngeler ve por la mirilla a un policía. Abre la puerta y el policía local haciendo entender su nombre le mostraba un papel con membrete oficial mientras que un compañero mostraba una placa. Rüngeler tomó el papel y fue por sus lentes Los dos individuos entraron y cerraron la puerta tras de sí. El policía tenía la chaquetilla original de un policía. El resto de la vestimenta no correspondía, pero eso no podía saberlo Uwe Rüngeler. Intentó hacerse explicar el contenido del papel. Ellen se acercó cubierta con una bata. Un pañuelo empapado en algún narcótico y aplicado sobre la boca y naríz, dejó a Rüngeler fuera de combate mientras que Ellen se enfrentaba al cañón de una pistola - money, gold, ring, her, dolar americano, dolar. A Rüngeler le quitaron la billetera, el reloj, un bolígrafo de oro, anillos, mechero, todo lo que pudiera tener algún valor. Ellen estaba paralizada. La tomaron de los cabellos y con la pistola en la garganta la llevaron al dormitorio. money, dolar. gold. Ellen temblando les dio su monedero, los anillos y pendientes que llevaba. Le robaron un collar y una gargantilla que tenía sobre la mesilla. Vieron su bolso y se hicieron de una buena cantidad de dólares. Ellen lloraba y temblaba de miedo. Un revés la volteó sobre la cama -mor money, gold. Ich habe nichts mehr, (no tengo nada más) alcanzó a decir y otro revés le cruzó la cara. Le arrancaron su bata y la violaron a gusto. Tenía 36 años y estaba apetecible. Ella estaba paralizada por el terror. Acabados los dos en la vagina, la pusieron boca abajo y mientras uno se la metía por el culo el otro se la acomodaba en la boca. Una vez satisfechos los dos individuos, desconectaron el teléfono y se marcharon. Uwe Rüngeler seguía durmiendo tendido en el suelo de la sala. Ellen, con el culo sangrando, lloraba tendida sobre la cama.
El golpe fue duro. Ellen no se recuperaba anímicamente de lo vivido y había perdido, por lo menos de momento, toda la alegría o el interés de permanecer en Colombia. No salía de la habitación del hotel, ni tampoco abría la puerta a nadie. El carácter de lo sucedido no le permitió a Rüngeler comentarlo en la empresa, ni tampoco liarse con policía y esos rollos que le inspiraban de todo menos confianza. Decidieron que Ellen volviera a Viena a recuperarse mientras él organizaba la estadía de una manera segura y estable. Con la excusa de asuntos familiares, Ellen volvió a su país. En el aeropuerto de Viena otra experiencia desconocida. El sólo echo de proceder de Bogotá la hacía altamente sospechosa. Tres controles antes de la salida. Sus maletas fueron abiertas y el contenido revisado con minuciosidad germana. Ni los lápices labiales se salvaron del control de aduanas. Por fin fuera, aire fresco. Su hermana la esperaba.
Rüngeler se hizo cargo del piso que dejó libre el director saliente que, al igual que las acciones del club de golf, pertenecían a la empresa. El piso estaba ubicado en la planta más alta de un edificio ubicado al norte de Bogotá, en un barrio elegante, con portero y policía jurado las 24 horas del día. También se hizo cargo del personal de limpieza y de la criada de la casa. Ellen tenía siempre excusas para postergar su viaje a Colombia. Rüngeler había hecho buena amistad con el director comercial, un tal Julián Faber, que si bien procedía de Alemania, era descendiente de un padre alemán y de una madre colombiana. Uwe, esta tarde no me voy a quedar trabajando, tengo que encontrarme con mi amiga a la que prometí llevar a cenar. -¿Y tu mujer? - No tiene por qué saberlo. El tener aquí una amante es lo más común del mundo. Es la herencia y la costumbre del machismo. Pues tendré que conseguirme una, porque mi mujer aún no puede venir a Colombia. Si tu quieres te lo arreglo, ¿Te animas a venir hoy con nosotros?. Tan sólo necesito telefonear. La limpieza, la discreción y el buen aspecto están garantizados. Siendo así ... Espera. Julián Faber tomó el teléfono. Bety, ¿nos vemos en el Tramonti a las 9?. ... Oye, a mi compañero le gustaría acompañarnos, ... Gloria, sí me parece excelente. ¿La traes?, ... bueno a las 9, chau.
Llegaron a las nueve y algo. En la mesa reservada estaban esperando las dos chicas. Bety de cabello negro, piel blanca, mas bien alta, delgada, elegantemente vestida al igual que Gloria, cuerpo delicado, fina y educada en sus maneras y en su habla. Gloria igualmente cultivada, pero de cabellos claros, casi rubios, de piel blanca, muy bien formada, poca cosa más baja que Bety. Ambas tendrían unos 23 o 24 años. Buenas hembras, pensó Rüngeler. Comieron, bebieron, conversaron. A Gloria le divertía la expresión dificultosa de Rüngeler en español. Era muy alegre. Siempre dispuesta a reír y mostrar sus hermosos dientes blancos que se destacaban detrás de sus rojos labios carnosos. Decidieron ir a presenciar un espectáculo criollo en un club del norte llamado Noches de Colombia. espectáculo muy bueno, con bastante música caribeña y después baile. Gloria y Uwe bailaban pegados y abrazados. El contacto había funcionado. A la semana, Rüngeler debía viajar a Medellín para concretar un negocio y permanecería allí unos días. Propuso a Gloria que le acompañara. El viaje se concretó. Se encontraron en el aeropuerto, Uwe tenía los tickets de vuelo.
Aterrizaron en el aeropuerto nuevo de Medellín. De allí con helicóptero y taxi hasta el hotel Intercon donde Rüngeler había reservado una habitación de matrimonio. Se desnudaron, se abrazaron y cayeron sobre la cama. Gloria desnuda era realmente exquisita. Carnes blancas y firmes, senos medianos, piernas torneadas, su carita dulce y sus labios sensuales pusieron a Uwe a punto. La penetró mientras se besaban y se acariciaban. Era muy estrecha. Muy poco usada pensó Uwe. Gloria movía expertamente sus caderas dejándole sentir el placer de esa penetración en su vagina ardiente. Lo rodeó con sus piernas como si fuera una pinza y subiendo y bajando su cuerpo lo hizo correr dentro de ella. Uwe quedó casi atontado por ese magnífico polvo. Pasado un rato de besos y caricias llamó al bar para pedir dos tónicas con ginebra. Se sentó en el sofá a beber, ambos vestidos con bata de baño. Gloría se la quitó y fijó sus ojos en Uwe - ¿Te gusto?. Eres bonita, joven, me has hecho gozar de ti, ¿y me preguntas si me gustas?. Gloria dejó su copa sobre la mesa. Se le acercó y arrodillándose entre sus piernas comenzó a acariciarle el pene. La erección se produjo de inmediato. Gloria se introdujo el pene en la boca. Uwe sintió una ola de placer que le acaloró las mejillas. Cerró los ojos a tiempo que acariciaba la cabecita rubia de Gloria. Se corrió por segunda vez. Gloria no retiró su cabeza. Continuó en su posición chupando, lamiendo, besando hasta que el pene quedó tan limpio como lo había encontrado. Quizás algo más rojo y más hinchado pero ni rastros de semen. Gloría se sentó sobre sus piernas, dejando que el pene se ubicara justo entre sus piernas, - Quieres más, o quieres reservar para la noche. Uwe la besó.
Pasaron unos días muy buenos en Medellín. El trabajo le ocupó tan sólo un par de horas en dos días pero se pasaron una semana juntos. Uwe se sentía rejuvenecido en años. Gloria era una máquina expendedora de placeres. La noche anterior le había penetrado el culo y casi pierde el conocimiento con el polvo. Gloría sólo pedía atención y cariño. No estaba dispuesta a ser una carga para él, pero tampoco a entregar un mínimo de su libertad. Mientras estuvieran juntos, gozarían y después cada uno a lo suyo. El echo de que Uwe fuera casado no le importaba un rábano. Yo sólo quiero pasar unos buenos ratos contigo. No quiero casarme contigo, ¿lo entiendes?. De regreso a Bogotá, Uwe tenía algunas ideas claras. Alquilaría un apartamento en el norte de la ciudad para tener los encuentros con Gloria o con la que fuera. El alquiler no era caro, y siempre habría la manera de justificar esos gastos comercialmente. Con respecto a Ellen, vería las posibilidades de comprar una casa fuera de Bogotá o algún establecimiento rural. Lo que sí estaba claro es que Ellen eludía el retorno a Bogotá. Le hizo saber sus ideas en una conversación telefónica y Ellen dejó entrever su asentimiento. Compraría una casa en Bucaramanga, la ciudad de los parques, en la cordillera oriental andina. Ya tenía algo en vista. Otra idea le rondaba en su cabeza. Un compatriota le ofreció la compra de un criadero de gallinas en el valle del Magdalena, no muy lejos de Bucaramanga.
La primera meta que concretó fue la del apartamento en Bogotá. Era su nidito de amor. Un día, estando con Gloria en la cama, ella le dijo. El sábado, tengo una sorpresa para ti. Te portas muy bien conmigo y quiero hacerte un regalo. Pide una cena fría para tres a partir de las 8 de la tarde. Uwe quedó intrigado. No podía aguardar el sábado, que por fin llegó.
Gloria se presentó con Bety. No te extrañes, sabes que Julián se fue de vacaciones con su mujer, y yo no quiero oxidarme, dijo Bety. Comieron, conversaron, se divirtieron y pasaron a la sala a beber unas copas. Gloria puso música. Bueno, la sorpresa es que Bety nos va a hacer un strep. Pero como te atreves a decir eso. Uwe se divertía con la idea - Sí hazlo para mí Bety. Bety se acercó y le dio un beso - ¿Si tú lo quieres?. Gloria buscó entre los CDs y encontró algo. Música suave, sensual. Gloria se ubicó en el sillón junto a Uwe. Bety comenzó a mover sus caderas. Una a una iban cayendo las prendas. Uwe había alcanzado su erección y Gloria tenía ya su polla en las manos. Comenzó a masturbarlo. El sostenedor de Bety cayó sobre sus piernas. Tetas duras hermosamente blancas con pezones negros. A Uwe comenzaron a dolerle los huevos. Las bragas le dieron en la cara. Bety estaba desnuda. Se acercó a la parejita que aplaudía, se arrodilló frente a Uwe y se puso el pene en la boca. Gloria se desvistió, lo besaba al tiempo que ponía las tetas su boca. Bety tomó su pene en la mano y lo liquidó con una buena paja. La leche saltaba hasta el techo. Los tres se fueron a la cama. Ya desnudos Bety y Gloria se liaron en un 69 y Bety era la que ofrecía el culo que Uwe no se dejó perder. Le penetró el culo hasta las pelotas. Sintió la lengua de Gloria en sus testículos y enseguida sus manos acariciándoselos. No necesitó muchos viajes para inundar el culo de Bety de semen. Eran las diosas de la fornicación. Gloria se corrió gracias a Bety y Bety movía el culo con la polla de Uwe adentro - ¿Te gusta?. Uwe estaba fuera de si para contestar preguntas estúpidas. Cayó semi-muerto junto a Gloria. Bety aprovechó para ir por las copas que habían dejado en la sala. Bebieron y pronto Gloria y Bety comenzaron a besarse, a acariciarse los senos a pasarse los dedos por la vagina. Cayeron sobre la cama. Gloria ocupaba ahora la parte de arriba y había hundido sus labios en el coño de Bety. Uwe no podía creer lo que ocurría con él. Acababa de echarse un polvo de puta madre y ya estaba con el nabo parado otra vez. Destino esta vez fue el culo de Gloria. Sólo al sentir la lengua de Bety en sus testículos le hizo aferrarse a los senos de Gloria - No me aprietes así que me duelen, dijo Gloria y continuó su faena en el coño de Bety. Uwe entró a darles viajes a ese culo espléndido que tenía ensortijado, y más fuerte, y más fuerte. Bety lanzó un grito y se corrió por el trabajo de Gloria, pero eso pareció ser la señal para la reacción cadena. La polla de Uwe se vaciaba dentro del culo de Gloria quién caía sobre las piernas de Bety envuelta en convulsiones provocadas por su orgasmo. El primero en abrir los ojos al día siguiente fue Uwe. Se encontró abrazado por dos magníficas hembras desnudas que dormía pegadas a su cuerpo.
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Nota del autor: mis historias son ficticias. Cualquier parecido con lugares, nombres o situaciones similares es pura coincidencia.