Historia Bogotana (II).


Uwe Rüngeler volvía de Bucaramanga dónde había inspeccionado la casa que le ofrecían en venta. Era realmente una villa hermosa, con buenos jardines. La casa necesitaba unas reformas pero nada de consideración. En caso de poder concretar eso, entonces volvía a tomar actualidad la posible compra de la granja en al valle del Magdalena, en dirección de Cúcuta a unas 2 horas de coche de Bucaramanga. Todo eso debía de conversarse con Ellen y tomar una decisión definitiva. Aprovechando que tenía asuntos que conversar en la oficina central de Francfort, resolvió viajar un día viernes con destino a Viena, pasar dos días con Ellen para volver a Bogotá pasando antes por Francfort. En el vuelo de ida ocupó una plaza de primera en el Jumbo que le traía a Europa. A su lado se sentó una mujer joven acompañada de una niña de unos 13 años que tomó ubicación en la fila delantera. Entraron en conversación y de ella se desprendió que Natalia, así se llamaba la acompañante circunstancial, era compañera sentimental del contramaestre de a bordo del avión en que volaban. La niña era hija de él, pero Natalia la tenía a su cargo. Realizaban un viaje de placer por Europa y pensaban regresar a Bogotá en dos semanas. Intercambiaron señas, tarjetas y números de teléfonos quedando en llamarse algún día en Bogotá para conversar un rato. Aterrizó por fin en Viena y fue recogido en el Aeropuerto por Ellen. En las conversaciones tenidas acordaron comprar la casa de Bucaramanga, acondicionarla para antes de la llegada de Ellen e iniciar gestiones con respecto a la granja del Magdalena. Ellen se comprometió a hacerse cargo de la administración, pero las decisiones necesarias quedaron en las manos de Uwe.

Rüngeler compró la casa y se comenzó a renovarla de acuerdo a los deseos y sugerencias de Ellen. Entre tanto, él continuaba con sus obligaciones empresarias. Una noche, estando en casa revisando unos papeles, encontró el teléfono de Natalia, aquella compañera de vuelo fortuita tan agradable. Decidió llamarla. – ¿Recuerdas aquel señor muy serio sentado a tu lado en el vuelo del mes pasado a Europa?. Natalia se alegró. De la conversación surgió que Natalia vivía también en la parte norte de Bogotá, no muy lejos del "nidito de amor de Uwe". Concretaron una visita para el día siguiente por la noche. No le costó mucho trabajo a Uwe acostarse con Natalia. Su compañero estaba constantemente en vuelo. Natalia estaba bastante bien. Se podían tirar algunos polvos con ella pero no tenía comparación con la calidad de Gloria y de Bety. Natalia sintió de alguna manera la falta de entusiasmo de Uwe a pesar de emplear todas las artimañas, que sus labios gruesos sabían emplear. Natalia le gustaba a Uwe, tenía buen cuerpo y curvas excelentes, pero para ser amante, le faltaba la frescura juvenil de Gloria. No obstante quedaron en verse la próxima semana a la misma hora. Natalia vino acompañada de Carolina, la hija de su compañero. La niña tendría unos trece años. Llevaba un pantalón de látex negro a media pierna que le denotaba extremadamente la forma del culo y hasta se le metía por dentro del coñito dejando entrever su raja. Un bolero le cubría las tetas pero dejaba intuir lo paradas y salidas que estaban. Morena, cabellos negros, alta, piernas largas. Uwe no le sacaba los ojos de encima, cosa que Natalia notó muy claramente. En un momento en que Carolina estaba en el balcón Natalia preguntó: -¿te gusta la niña?, - Me produce deseos incitantes. –No es virgen, pero está casi sin uso. Déjalo a mí cargo. Natalia fue a la cocina y apareció con un vaso de cola. – Carolina te traído cola para beber. La niña recogió el vaso y bebió la cola. No habían transcurrido quince minutos cuando Uwe notó la mirada perdida de Carolina que sonreía sin parar - Uwe, ¿porque no acompañas un poco a Carolina al balcón mientras yo limpio la mesa?. Uwe salió con Carolina al balcón. La tenía tomada de la cintura. Le pasó la mano por el culo mientras Carolina le sonreía. Le liberó una teta para besarla. Carolina no ofrecía resistencia, estaba drogada. Sacó su polla y se la puso a Carolina en la mano. La niña apretaba esa polla mientras Uwe le chupaba los labios. La tomó en sus brazos, la llevó a su dormitorio, la tumbo sobre la cama y la desnudó. Ver ese monte de Venus, tan sólo cubierto con una pelusa, que destacaba la vulva saliente, rosada, marcando los labios vaginales, excitó a Uwe. Se arrodilló entre las piernas de Carolina. Le puso el pene a la entrada de la vagina y tomándola con ambas manos por las nalgas la fue apretando contra su pene, gozando al ver como la penetraba centímetro a centímetro. Sentía su pene ceñido dentro de ella, el culo de Carolina se apoyaba ya sobre sus muslos, su cuerpo superior arqueado hacia atrás destacaba sus tetitas jóvenes y duras. Natalia se acercó desnuda, besó a Carolina en la boca y también arrodillándose puso su coño sobre la boca de la niña. Carolina comenzó a lamer. Natalia y Uwe se besaban, se lamían, se chupaban los labios, se acariciaban. Natalia comenzó a respirar agitada, Uwe a dar viajes más largos. Natalia lanzó un chillido al mismo tiempo que Uwe vaciaba sus huevos dentro de Carolina. Uwe se tendió en la cama boca arriba, agitado aún por el polvo vivido. Cuando se calmaron de los orgasmos vividos, Natalia tomó en su mano el pene de Uwe, que adquirió súbitamente la rigidez deseada -Chupa Carolina, te va a gustar, chupa. Carolina se metió la polla en la boca mientras Natalia pasaba su mano por los labios vaginales de la niña. –No pasa nada, ella toma anticonceptivos. –¿Te gustó?. ¿Te quieres echar otro polvo con ella?. Prueba su culo y verás lo que es bueno. Uwe, por ahora, acariciaba la cabecita de Carolina que le estaba haciendo una mamada para recordar.

La casa en Bucaramanga estaba ya habitable. Ellen había anunciado su llegada pero en compañía de su hermana Theresia. Theresia se quedaría un tiempo indeterminado con Ellen para acompañarla y apoyarla en todo lo que le fuera posible. Theresia era unos seis años menor que Ellen, o sea que estaría por los 30 años. Permanecía soltera, era inteligente, atractiva, segura de si misma. Con seguridad una buena compañía para Ellen, especialmente si no pensaba estar en Bogotá más de lo imprescindible. Uwe viajaría todos los viernes por las tardes a Bucaramanga para retornar los lunes de mañana, esto si sus actividades se lo permitían. Pero lo importante era ahora reconciliar a Ellen con Colombia que Uwe no pensaba abandonar y mucho menos voluntariamente. Se había acostumbrado a lo malo y ahora comenzaba a disfrutar de lo bueno de Colombia. En otro orden de cosas, Rüngeler había llegado a un acuerdo con el propietario de la granja del Magdalena y tan pronto como Ellen se hubiera aclimatado un poco firmarían la compra-venta. Otro asunto importante para resolver era el personal de servicio en Bucaramanga. No quería gente desconocida. El tenía consigo, en Bogotá una criada que ya había estado al servicio de su antecesor. Esta mujer vivía en las dependencias de servicio del piso de Rüngeler. Su hermana era una de las dos mujeres que se turnaban en hacer la limpieza en Bogotá. Eran solteras de manera que duplicándoles el sueldo no le fue difícil convencerlas para que se fueran a Bucaramanga con su mujer. La criada propuso en su remplazo para Bogotá a su sobrina Paloma, una chica de 17 años, pero muy trabajadora que haría el trabajo igual que ella pues estaba acostumbrada a trabajar fuerte. Rüngeler estuvo de acuerdo que se hiciera cargo de las llaves y así terminaría su problema con el personal doméstico.

Ellen llegó a Bogotá acompañada por su hermana Theresia y luego de dos días de descanso partieron para Bucaramanga. La casa le agradó mucho a Ellen, lo mismo que a Theresia. Amplia, soleada, jardines, piscina, flores, muchas flores y pájaros. Se respiraba otro aire que el de Bogotá, no sólo por la criminalidad sino especialmente, por los escapes lanzados al medio ambiente por los miles de coches que se mueven en esa ciudad capital. El cuidado de parques y jardines estaba a cargo de una empresa del ramo, recomendada por la compañía inmobiliaria que había hecho la venta y se contrató la vigilancia a una empresa de seguridad con policías jurados. Se había hecho todo lo posible para evitar sorpresas. Rüngeler se tomó dos semanas de vacaciones para estar con su mujer y para mostrarle y concretar el asunto de la granja. Adquirió un vehículo rural que dejaría en Bucaramanga, y salieron a ver la famosa granja de la que tanto había hablado ya Uwe. Viajaron unas dos horas hasta un valle que se abría hacia el norte en dirección al Caribe. El valle del Magdalena, rodeado de la cordillera andina, un paisaje agreste pero majestuoso. Bosque, valles, cerros y montañas de la cadena andina. La ciudad más cercana era Cúcuta. La granja pertenecía aun austríaco que vivía allí con su familia. Tenía cuatro peones a las órdenes de un capataz que atendían los quehaceres de la granja. Se dedicaban especialmente a la cría de gallinas de modo biológico, no-mecanizado, para la producción de huevos y carne. Estaban especializados en dos razas; Legorn de 350 huevos/años y Rodiax de menor cantidad ponedora, pero de mayor producción de carne. Las instalaciones estaban en buen estado, limpias y en funcionamiento. La casa era totalmente habitable y cubría mucho más de lo que se hubiese esperado con respecto a confortabilidad. Decidieron comprar. Ellen y Theresia tenían experiencia y habilidad en administración de empresas y la contabilidad se llevaba en una gestoría con personal multilingüe. El personal estaba especializado en el trabajo y de ser necesario en la región se encontraba fácilmente gente idónea para las tareas de granja. El contrato se celebraría en tres meses cuando el vendedor entregara las llaves y la propiedad.

Rüngeler volvió a Bogotá. Llegó un domingo por la tarde y se tomó el lunes libre a fin de organizar algunas cosas privadas y descansar de los trajines tenidos. Estaba aún durmiendo, cuando por la mañana sintió que alguien cantaba por la zona de la cocina. Se puso su bata y salió de su dormitorio: - ¿Y, tú, quién eres, y que haces aquí?, - Soy Paloma, la criada, ¿Es Ud. el Sr. Uwe?. –Sí, lo soy, encantado de conocerte, disculpa pero me había olvidado de ti. –Mi tía me dio las llaves, diciéndome que podía venir a trabajar. – Es correcto. Me alegro de conocerte. La sorpresa era doble; primero por la criada, de la que se había olvidado que existiera y segundo por el tipo mismo de esa criada. Joven, su tía dijo que tenía 17 años, mestiza de color ébano con un alto componente de sangre africana. Cabellos negros, ojos indefiniblemente grises, labios sensualmente gruesos en una boca pequeña, nariz pequeña, alta, cuerpo de bambú, piernas largas rematadas con un culo acentuadamente saliente, que acababa en una cintura extremadamente estrecha para continuar en un hermoso par de tetas. Rüngeler la miró, mejor dicho la exploró lentamente de abajo hacia arriba. Sintió un raro cosquilleo en la sangre. – Siéntese Sr. Uwe, que le preparo su desayuno, dijo Paloma sonriente. –Primero me voy a duchar, Paloma. Bajo la ducha, pensando en Paloma tuvo una erección. Se fue a trabajar a su escritorio, dejando la puerta abierta para poder observar mejor a Paloma que iba y venía sumida en sus quehaceres. Esa chica le excitaba. Por donde la mirara, estaba buena, más que buena, despertaba un fuerte apetito sexual. Hacia el medio día, Paloma se retiró a su cuarto donde comía y dormía su siesta antes de volver por la tarde a lo suyo. El cuarto de la criada era accesible por la puerta de servicio. Estaba fuera del recinto del piso y se componía de un estudio pequeño pero confortable para una persona. Rüngeler salió a comer y al volver, pensó en Paloma. Miró con sigilo por la puerta de servicio y vio que la puerta del estudio estaba entreabierta. Se acercó. A través de los reflejos en los cristales de la puerta del servicio podía ver a Paloma recogiendo la mesa, pero a su vez Paloma, por un espejo de su mesilla lo descubrió espiando detrás de la puerta. Se hizo la tonta y se dirigió a la cama, que Uwe veía perfectamente bien por las bisagras de la puerta entreabierta. Paloma comenzó a desnudarse, lentamente como haciendo un streptease. Sabía que la observaba. Estiró su cuerpo como bostezando, haciendo resaltar la forma de su culo y las formas y solidez de sus tetas. Uwe volvía a tener una erección por Paloma. Se quitó el sostenedor, saliendo a relucir dos pezones negros y predominantes. Se acostó en su cama ofreciéndole a Uwe una vista panorámica en dirección ascendente. Pasó una mano por debajo de sus bragas y comenzó a hacer claros movimientos de masturbación. Uwe no pudo más. Penetró en la habitación; - Te he estado observando Paloma. – Lo sé, dijo ella sin inmutarse, le he visto Sr. Uwe. Se arrodilló junto a su cama, acariciándole las tetas, mordiendo sus pezones. Darle por el culo a esa mulata era dejar el alma metido dentro de ella. Metérsela en la boca y ver esos labios gruesos y pequeños rodear la polla, era para acabar antes de que la toque y penetrarla vaginalmente rodeando con un brazo esa cinturita de avispa es para introducirla y no quererla sacar más en la vida. Sencillamente dulce y sabrosa. Se pasó la tarde en la cama con ella y la noche también.

Por fin se hicieron cargo de la granja. Rüngeler viajaba todos los fines de semana y daba las instrucciones al capataz para los diversos aprovisionamientos y las diversas tareas de mejoramiento en la granja. Ellen y Theresia, trabajaban también en la granja pero habían asumido un papel más bien de observadoras o aprendices de las tareas. Solían pasar dos o tres días en la casa de la granja, rodadas de naturaleza virgen. Todo se había encaminado satisfactoriamente. Un día Rüngeler recibe una llamada desde su pueblo de Austria. Su padre había muerto. Decidió viajar a su país para ocuparse de diversas tramitaciones por la herencia y además ubicar a su madre, ya anciana, en una residencia adecuada. Viajó a Bucaramanga para conversar con su mujer. También a la granja para informar a su capataz de que estaría varias semanas ausente y su mujer con su cuñada se harían cargo de la administración total. Se marchó a Austria. Había pensado y resuelto todos los detalles. Todos menos uno, y muy importante. La institución machista de esas latitudes no acepta que una mujer de órdenes a un hombre. Una mujer es una cosa para usar y no para pensar y mucho menos para decirle a un macho lo que se debe de hacer o no hacer. La mujer está para la cocina, para follar y para tener hijos. Para otra cosa no se le necesita.

El viernes siguiente por la tarde llegaron Ellen y Theresia a la granja. Los hombres estaban sentados sobre unos troncos de árbol y fumaban un cigarrillo pasando la botella de caña de mano en mano. Ellen les increpó, haciéndoles entender que aún estaban en horario de trabajo. De muy mala gana se levantaron y desaparecieron por las instalaciones. Ellen quedó molesta por el incidente pero no quiso llevar las cosas más allá. El sábado por la mañana vino sólo el capataz a trabajar, disculpando a su gente pues habían estado de fiesta hasta avanzadas horas y se quedaron durmiendo. Theresia que había aprendido bastante español, lanzó irritada algunas palabras un poco fuertes. Ambas mujeres se pusieron ropa de trabajo y se dedicaron a hacer las tareas de los hombres. Limpiar los corrales, alimentar a los animales, recolectar huevos, ordenándolos para la entrega, preparar el pienzo, llenar los bebederos y muchas otras tareas más. Por la tarde vinieron los peones algo bebidos, y se irritaron viendo a las dos mujeres haciendo sus tareas. Hubo fuertes cambios de palabras. El más irritado sacó a Theresia a empujones del galpón donde se almacenaba el pienzo y le dio un empujón tan fuerte que la derribó. Ellen reaccionó de acuerdo a su formación germana. Despidió al hombre y dio orden al capataz para que lo sacara de la propiedad inmediatamente. Ya era algo tarde y los hombres se marcharon protestando y murmurando vaya uno a saber que cosa.

Había sido un día bastante malo que había exasperado los nervios. Pero eran cosas por las que debían de pasar si querían alcanzar algo. Se había hecho la noche y ambas mujeres se disponían ya a ir a la cama, cuando una patada abrió la puerta de entrada. Allí estaba el capataz con sus cuatro hombres, bebidos y armados. – Les vamos a enseñar quién lleva los pantalones en Colombia. Se acercaban amenazantes. Ellen temblaba y estaba a punto de desvanecerse pero se contuvo. Los momentos vividos en el hotel Hildon volvían a refrescarse en su mente. Theresia reaccionó agresivamente y Ellen comprendió que debía de ayudarle. Se liaron en un forcejeo, cachetadas, gritos, insultos. Ellen cayó derribada de una cachetada a los pies de Theresia quién intentó alcanzar un hacha que tenían junto a la chimenea para defenderse. Un puñetazo en la cara la derribó. Dos manos fuertes la levantaron sujetándole los brazos. Algo atontada pudo ver a Ellen semidesnuda intentando defenderse. Otras manos le arrancaron la blusa y el sostenedor adueñándose de sus senos. Sentía el penetrante aliento a alcohol de los hombres que unido al olor a transpiración que emanaba de sus cuerpos, le provocaba nauseas. Consiguió liberarse y de un rodillazo hizo torcer a uno de los hombres, pero un puñetazo en la mandíbula la dejó sin conocimiento. Cuando despertó estaba desnuda en su cama, montada sobre uno de los individuos que la había penetrado vaginalmente y se la estaba follando. Por detrás sentía un dolor agudo. El capataz se ensañaba con su ano mientras un tercero le pasaba su pene por los labios pidiendo paso. Ellen estaba unos metros más allá desnuda. Arrodillada entre las piernas de un hombre, mamándole la polla mientras otro esperaba para meterle la suya en la boca. Tenía un ojo cerrado de un golpe. De su nariz salía sangre. Theresia sintió el pene presionando sobre sus labios. Con lágrimas de impotencia en los ojos se entregó, comprendió que la resistencia era inútil, abrió la boca y se dejó penetrar oralmente. Sintió el semen llenar su vagina. Poco después un líquido tibio que corría por su recto mientras diez dedos se clavaban en sus senos y finalmente el semen que bajaba en dirección a su estómago al tiempo que, dos manos fuertes no le permitían desprenderse del pene que tenía albergado entre sus labios obligándola a tragar las salvas de esperma que desprendía. Se desvaneció.

Uwe Rüngeler estaba preocupado. Su mujer no estaba en Bogotá, ni tampoco en Bucaramanga. La criada le dijo que las señoras estaban en la granja desde hace 10 días y que aún no habían vuelto. Se sintió preocupado. Aceleró sus cosas y a los pocos días pudo emprender el regreso. La situación no había cambiado. En un coche alquilado viajó a la granja. Allí no había ningún ser viviente. Todo estaba abandonado, había signos de violencia pero de su mujer y de su cuñada ni rastros. Intervino la policía y el ejército. Rastrearon el lugar pero no se encontró nada. El capataz y los cuatro hombres no estaban ya en sus ranchos. Del coche rural y de las dos mujeres no había ningún tipo de rastro. –Es posible que estén en manos de la guerrilla y le pidan rescate, dijo un oficial del ejército. Espere unos días. Deje acá su número de teléfono pintado en la pared con números grandes y espere. Ya le llamarán para pedir rescate. Pasaron otras dos semanas y nada, absolutamente nada. La policía suspendió sus actividades. El oficial del ejército fue más contundente en sus apreciaciones casi sádicas: – Dos mujeres bien parecidas y trabajadoras se venden muy bien en la llanura oriental. Los campamentos de los que cultivan drogas, los buscadores de oro y los de esmeraldas pagan muy bien por las mujeres. Han pasado más de cinco semanas. A estas horas si viven, si es que algún bruto no les destrozó el útero o el culo con una superpija, deben de estar las dos preñadas y prostituídas. No hay perdón para ellas. Los hombres hacen cola frente a sus tiendas y pagan importantes sumas por un polvo. Se van a tragar no menos de veinte pijas por día en las condiciones que se les impongan. Pasaron los meses. El ejército alcanzó a incautar lo que quedaba de su coche rural al volar un plantaje de coca. Pero de las mujeres nunca se supo más nada. Hoy Rüngeler vive solo en Viena.

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Nota del autor: mis historias son ficticias. Cualquier parecido con lugares, nombres o situaciones similares es pura coincidencia.