Historia Paulista (I).


João había construido su chabola en un lugar alto y soleado de la favela de Morumbí, ubicada en la colina del mismo nombre y lindante con el igualmente llamado barrio residencial junto a la Avenida de Circunvalaçao de la ciudad de São Paulo. Había nacido hace 24 años en la favela de Santo Amaro. Sus padres fueron de los primeros en construir albergue en Morumbí y allí había crecido en esa barriada de chabolas que son tan frecuentes en las ciudades brasileñas. Albergue de todo tipo de individuos, que por lo general son bastante mal vistas por la población, aunque no siempre, ni tampoco imprescindiblemente albergan solamente seres de mal vivir. En las favelas rigen leyes especiales no escritas pero inviolables. Por tal razón soportan toda clase de batidas policiales, pues nunca se encontrará a una sola persona que hubiera visto u oído alguna cosa que no fuera correcta. Nadie sabía nada, nadie conoce a nadie. João había obtenido su nombramiento como policía jurado y trabajaba en una organización especializada en la seguridad de edificios públicos. Pensaba casarse muy pronto con Teresinha, una mulata carioca que estaba al servicio de unos señores acomodados de la ciudad. João había prestado especial atención en construir una chabola algo más elegante que la mayoría existente, cosa que había conseguido en parte por el empleo de unos materiales de construcción sólidos y la mano de obra de amigos y parientes. El resultado era una chabola elegante, pero chabola al fin que lo elevaba ante los ojos de sus vecinos. Pero no todos los vecinos veían en él una persona digna de admiración por lo conseguido. Muchos ojos lo miraban con desconfianza y no pocos de sus antiguos amigos se habían distanciado de él. Dentro de una favela, el pretender elevarse en su nivel social no es siempre un objeto de admiración, mucho menos si el que lo intenta pretende ser un representante del orden y lleva un uniforme. El hecho de llevar un uniforme de policía jurado, una porra y una pistola al cinto y también el hecho de haber construido una chabola que se elevara algo de lo estándar, le enorgullecía y eses orgullo le hacía perder el tacto necesario para la convivencia en la favela. En realidad João nunca se había destacado en la comunidad de la favela. Desde su niñez era más bien conocido como asustadizo, quizás algo cobardón, fácilmente dominable. En pocas palabras de un carácter flojo que ahora se había envalentonado al vestir un uniforme de "autoridad" como él decía, pero ese uniforme era sólo una cáscara que envolvía al João que los vecinos conocían. Por tal razón tampoco se le hacía mucho caso cuando daba ordenes de comportamiento a los niños de la comunidad.

Se casó con Teresinha. Una mulata carioca que llevaba todas las características físicas de las exuberancias sexuales que noche a noche regalaban la vista a los invitados del Oba Oba de Copacabana o de Plataforma Um en Ipanema. Teresinha sabía muy bien el efecto que causaba su cuerpo a los ojos masculinos, por eso no exageraba en su vestir, pero tan sólo hacía falta observar detenidamente sus contornos con ojos expertos, para imaginarse lo que se escondía debajo de la mercancía textil en la que se envolvía: un monumento de ébano. Tenía 22 años cuando se casó con João y si bien a esa edad la mayoría de las mulatas brasileñas son capaces de quitar el aliento a cualquier hombre, Teresinha hacía verdadero honor a esa fama. La vida en la favela se desarrollaba normalmente. Ambos trabajaban y sólo estaban en la chabola por las noches y en fines de semana si no visitaban a amigos o parientes.

Estaban una noche viendo un programa de televisión cuando afuera escucharon corridas, voces de alto, disparos. Golpearon a su puerta.

- ¡Policía abra!.

João, abrió con cuidado. Afuera había tres policías nacionales. Al verlo con uniforme de policía jurado enfundaron las armas.

- ¿Es Ud. policía jurado?,

- Sí, lo soy.

- ¿Conoce a los hermanos Da Souza?.

- No, pero escuché hablar de ellos. Mentía, les conocía muy bien.

- ¿Cuánto hace que vive Ud. aquí?.

- 15 años.

- ¿Y no sabe si aquí viven los hermanos Da Souza?. Muéstreme su licencia y el permiso de portar el arma que estoy viendo sobre la mesa. João se identificó. Queremos mostrarle unas fotos para saber si puede identificarlos.

- ¿Puede acompañarnos hasta el cuartel?, le traeremos nuevamente.

João les acompañó. Le mostraron algunas fotos entre las cuales vio a los dos hermanos mayores de los Da Souza, pero no identificó a ninguno. Le volvieron a llevar a su casa en el coche patrulla. El echo no tuvo consecuencias policiales, pero no pasó desapercibido en el vecindario de la favela. Los hermanos Da Souza eran 5. El mayor Zé Carlos tenía 24 años y el menor "Felpudo" 14 años. No tenían buena fama y se les temía. La policía les había echado el guante varias veces pero siempre se las ingeniaban para salir en libertad. Especialmente el menor de ellos. Sus prontuarios policiales eran bastante amplios pero no se les achacaban delitos mayores, salvo algunas violaciones cuyas víctimas se negaron a reconocerlos por miedo a represalias. Esa misma madrugada una batida policial en gran escala conseguía detener al "Felpudo" pero sus hermanos mayores consiguieron huir. En el cuartel de policía se le informó al padre de "Felpudo" que su hijo no estaba detenido allí y que no sabían nada de él. El viejo Da Souza encaró duramente a João, quién sorprendido tampoco pudo aportar mucho al caso. Los vecinos de la favela evitaban su contacto.

Dos días más tarde, a hora temprana de la madrugada tres coches con las luces apagadas avanzaban por un sendero apartado de las cercanías de São Bernardo do Campo. Se detuvieron junto a un arroyo en un lugar desierto e iluminado por la luz de la luna. De uno de los coches descendió "Felpudo", con sus manos atadas a la espalda y acompañado por un individuo. De los otros dos coches descendieron tres individuos y cuatro "garotos" entre 12 y 15 años de edad. Hicieron arrodillar a los muchachos y con silenciadores en sus revólveres le volaron la cabeza a los cuatro mientras Felpudo miraba aterrado.

- Os podéis ir. Yo tengo que arreglar algo con mi amigo,

dijo el acompañante de Felpudo. Los tres individuos se alejaron con una sonrisa en los labios.

- Bien amigo, allí tienes a tus compinches, dijo el individuo mientras colocaba el silenciador en su revolver.

- Por favor no me mates. Me iré de São Paulo pero no me mates.

- ¿Quieres comprarte tu libertad?

- Sí, por favor.

- ¿Me la vas a mamar?.

- Sí.

Se abrió los pantalones y puso su polla en la boca de "Felpudo" que aún permanecía arrodillado y temblando de miedo.

- Despacio, me la vas a chupar, besar y lamer despacio. Después te bajaré los pantalones y te la voy a dar por el culo. ¿Estás de acuerdo?.

"Felpudo" con la polla en la boca asintió con la cabeza. Cuando ya se la había chupado un buen rato lo hizo parar, le bajó los pantalones, lo dobló y se la metió por el culo. Felpudo aguantó el dolor que le causaba entre gemidos y lágrimas.

- Empuja para que te entre toda.

Felpudo ayudó y empujó hasta tenerla completamente metida. El dolor le parecía insoportable. Lo folló lentamente, gozando de ese culo mestizo, joven y menudo. Se corrió y mientras su semen se deslizaba por el recto de Felpudo una bala penetraba la nuca del muchacho y le salía por la frente. Cayó fulminado.

Los periódicos del día traían grandes titulares anunciando un nuevo golpe del "Escuadrón de la muerte". Cinco jóvenes delincuentes habían sido ejecutados en las afueras de São Paulo. Uno de ellos, identificado como Carlos Caetano Da Souza alias Felpudo, había sido violado de forma brutal antes de ser ejecutado. El escuadrón de la muerte realizaba su triste tarea desde hacía ya bastante tiempo. Se atribuía su formación a miembros activos del cuerpo policial disconformes con las actividades judiciales, que no ponían fin a las muertes y ataques constantes, a los miembros del cuerpo activo. No pasaba semana sin que en algún lugar no apareciera un puñado de malhechores ejecutados alevosamente. Todos ellos con amplio prontuario policial. Todos ellos detenidos varias veces. Todos ellos puestos en libertad a los pocos días de ser detenidos. El entierro de Felpudo movilizó a los moradores de las favelas de Morumbí y de Santo Amaro. Se calculó que unas doscientas personas acompañaron su féretro en absoluto silencio hasta su última morada. Ni João, ni su mujer, se presentaron al entierro, más por miedo que por cualquier otra cosa. A la mañana siguiente su blanca chabola tenía en letras grandes la inscripción CHIVATO. Los meses transcurrieron. La vida parecía normalizarse. No se había visto más a los hermanos Da Souza y corrían rumores de que estaban en Bahía. No obstante eran muy pocas las personas que se atrevían a intercambiar un saludo con João o con Teresinha. Los sucesos ocurridos la noche de la detención de Felpudo lo señalaban como el chivato. En realidad João ya había sido sentenciado en la favela como culpable.

Eran las 7 de la tarde cuando Teresinha volvía a casa. Sólo entrar a la cocina se encontró de cara a una pistola.

- Una palabra y te mato.

Era el Zé Carlos, el hermano mayor de los Da Souza. Los otros tres estaban escondidos en el dormitorio.

- ¿Cuándo viene João?

- Estará por llegar, dijo Teresinha temblando del susto.

- Vamos a entendernos. Una sola palabra, un solo grito, un movimiento en falso y te matamos. ¿Lo has entendido?, ... ¡Contesta caralho! ...

- Sí lo entendí.

- Vamos a estar acá un buen rato. Quizás toda la noche. Harás todo lo que te digamos y no dirás una sola palabra. ¡Eh, vosotros,! a hacer lo que dijimos.

Se llevaron a Teresinha al dormitorio, le arrancaron a tirones la ropa del cuerpo hasta dejarla desnuda, le ataron los brazos a la espalda, la tiraron boca abajo sobre la cama y le ataron los tobillos. Newton y Sergio se sentaron en el sillón a esperar, pero Sylvio el menor de ellos, de 17 años, sacó su polla, le pasó una navaja por el cuello a Teresinha y la violó analmente frente a las sonrisas de sus hermanos.

- Que buen culo que tienes hermanita, lo vamos a pasar bien.

João quedó helado al enfrentarse a Zé Carlos. - Hola hermano, te traemos saludos del Felpudo, le dijo apuntándole con su pistola a tiempo que lo desarmaba.

- No tengo nada que ver con eso. Sus rodillas temblaban.

- Sí, eso le dijiste a mi padre, pero no todos te creen. Ven a ver a tu mujercita. Ves está bien. Tiene el culo mojado pero está bien. Está mejor que el Felpudo. Ahora dame tu garrote, tus esposas, tu cartuchera, así, así, muy bien. Y ahora te desnudas. Quítate el uniforme que tan orgullosamente llevas y todo lo que tienes debajo incluso los zapatos y si dices una sola palabra te degüello.

João temblaba más que Teresinha. Sin uniforme y en manos de esos cuatro delincuentes volvía a ser el chico miedoso que siempre fue. Desataron a Teresinha y la obligaron a acostarse de espaldas, cruzada en la cama.

- João, móntate encima de tu mujer, en cuatro patas como si fueras a hacer un 69.

João continuaba temblando como una hoja. Su polla se le había encogido al tamaño de un gusano dando un aspecto grotesco. Los cuatro hermanos se quitaron los pantalones y calzoncillos. Con sus pollas duras por la vista de Teresinha, las pistoleras colgando bajo sus brazos y las navajas envainadas en el correaje de las pistoleras presentaban un aspecto feroz. João se sentía desfallecer, Teresinha no se atrevía a moverse.

- Bien João, mañana se cumplen seis meses de la muerte de Felpudo y vamos a rendirle un homenaje. ¿Tú lo quieres así, verdad?

- Sí, por supuesto. Atinó a decir João. Zé Carlos se puso de rodillas frente a João.

- ¡Chúpamela!,

y un puñal se asentó sobre su cuello. João cerró los ojos y se la tragó mientras que por detrás, frente a los ojos desorbitados de Teresinha lo penetraba Sylvio "O cachorro", que le decían.

- Sylvio, te vas a acostumbrar mal. Primero se la das por el culo a la mujer y ahora te cargas al marido. Vaya tío. Exclamó Newton.

João no oponía resistencia a esa humillación. En ese momento volvían a su mente las veces que se habían aprovechado de él. Primero cuando tenía ocho años y quería tener unas bolitas de vidrio para jugar con otros chicos. Un chico mayor le ofreció dos bolitas si se dejaba penetrar por detrás. Más tarde otras dos. Al día siguiente había más muchachos con más bolitas. Pronto llegó a tener más de veinte bolitas y alguien le regaló un bolón grande y colorido por una mamada, si se tragaba toda la leche. Su madre descubrió unas manchas de sangre en el calzoncillo y así terminó de coleccionar bolitas. Después, teniendo 12 años quería ir a ver un clásico de fútbol pero no tenía dinero para comprar la entrada y poder ir con los de la peña. Un señor le ofreció una entrada a cambio de su culo. Se citaron en el gimnasio del club. En lugar de uno había 6. La entrada era cara y la pagaban entre los seis. No le dieron tiempo a pensarlo dos veces. Lo doblaron sobre el caballete de ejercicios físicos. Uno de ellos lo inmovilizó, colocándose de tal manera que su cuerpo superior quedara enclavado entre las piernas del individuo. Le quitaron los pantalones, le abrieron bien las piernas y le destrozaron el culo. Uno de ellos se lo folló dos veces. Pero pudo ver jugar al Botafogo en el campo paulista. Lo peor, antes de lo presente, lo vivió cuando tenía 17 años. Se había enamorado de una vecina de su misma edad y una noche se la llevó a un lugar apartado para intentar hacer el amor con ella. Ya le había bajado los pantalones vaqueros cuando aparecieron los dos hermanos mayores de la chica. De un puñetazo lo derribaron.

- Te vamos a enseñar lo que es bueno, elige, te bajas los pantalones o te damos la gran paliza.

- Por favor no me peguen, no me peguen. Le bajaron los pantalones y se lo culearon a la vista de la chica. Primero el uno y después el otro.

- Y tú putita, pensamos que tú no hacías esas cosas, ¡agáchate!. La chica quiso gritar al sentir la polla de su hermano penetrar en su Zé Carlos vagina por detrás, pero una bofetada la acalló.

El se fue corriendo dejando a la chica en manos de sus hermanos, quienes ya no estaban más interesados en él. Y ahora esto. Zé Carlos se la hacía mamar.

- Bueno, me la lames un poco. Bien. Ahora viene el postre. Levanto las piernas de Teresinha y ante los ojos de João se la enterró hasta las pelotas.

- Que buena que está tu mujer, hijo de puta, que buena.

Sintió que le venía. La sacó y le lanzó el viaje a la cara de João. Sylvio por su parte estaba acabando dentro de la boca de Teresinha, que asustada mamaba sin parar. Serginho ocupó el puesto de Sylvio. João lanzó un gemido de dolor pues lo estaba penetrando un trozo de carne descomunal. Serginho tenía poco de mulato y mucho de negro africano y su polla hacía honor a la fama. Teresinha aterrada vio como ese trozo inmenso desaparecía dentro del culo de su marido. Así continuaron rotando y follando con algunas variantes, como la que se le ocurrió a Newton que se vació dentro de la boca de João y después con la polla aún endurecida, le dobló las piernas a Teresinha hacia arriba y parado sobre la cama le acomodó todo el trozo dentro del culo, obligando a João a mantener levantadas las piernas de su mujer mientras se la follaba.

- Quédate así, que ahora me toca a mí,

dijo Serginho, al que llamaban "cachaça" por la cantidad de caipirinha que bebía y quién acababa de tener una idea excitante. Se puso frente a João.

- Levántala más, hasta que puedas chuparle el coño.

Cuando João alcanzó a lamerle el coño a su mujer, Serginho, delante las narices de él le enterró a Teresinha su verga descomunal en el culo.

- Que polvo que me estoy echando con tu mujer, Esto te perdona todos tus pecados, João. Por detrás subía a la cama Zé Carlos.

- Aparta la cabeza pero le mantienes las piernas levantadas, entendido. No la sueltes.

Y así pudo ver al detalle como la polla del Zé se introducía en la vagina de su mujer. Los dos hermanos se abrazaron mientras se follaban en dúo a Teresinha y João se preocupaba por mantener las piernas de su mujer abiertas y en alto. Los dos acabaron dentro de ella, Cuando la última gota había abandonado el respectivo pene, la polla del Zé se metió en la boca de Teresinha y la de Serginho en la de João.

- ¡A limpiarlas bien! Ya era casi media noche.

- Teresinha, ¿nos preparas algo de comer?. Nos sirves en esta mesa del dormitorio así no perdemos a João de vista.

Zé Carlos tomo las esposas de João y lo esposó a los barrotes de la cama. "O cachorro" acompañó a Teresinha a la cocina. Pasados unos diez minutos, Newton se acercó a la cocina para comprobar la marcha de la cena. Teresinha, de rodillas con un puñal apoyado en el cuello se la estaba mamando al "cachorro". Newton volvió sonriendo y con un guiño dijo:

- Teresinha está ahora comiendo. Cuando termine nos sirve a nosotros. Sirvió lo que tenía en casa, pan, embutidos, queso y vino. Serginho puso su silla de lado.

- Ven Teresinha, siéntate sobre mis piernas y fóllate mientras como.

Ella quedó un poco indecisa pero Sergio la tomó de la mano y la sentó sobre sus piernas cara a cara. Su verga se introdujo en la argolla.

- Vamos, métetela toda adentro y fóllate tu misma.

No se atrevió a resistirse y comenzó a moverse con vigor. Eso pareció calentar a Newton quién se levantó, se colocó detrás de ella, echó su cabeza hacia atrás y le ensartó su palo en la boca. Sylvio le chupaba las tetas. Todo esto delante los ojos de João.

- Teresinha, acuéstate que dentro de unos minutos vas a tener más trabajo.

Ella no quiso ni pensar lo que eso podía significar. Se tiró de espaldas sobre la cama mirando casi con odio a su marido. Sylvio no pudo con sus 17 años.

- Aún me falta una cosa para hacerle el honor completo a la dama. Vamos preciosa abre las piernas que te entra por la vía común. ¡Madre que estas buena!. Que razón tenía la gente.

Exactamente a la 1 de la mañana se escucharon tres golpes en la puerta. Zé Carlos abrió.

- Hola viejo pasa.

Era el padre de los hermanos. Le decían el viejo pero estaba en los 47 años de edad.

- Allí la tienes desnuda, bien ablandada y en la cama como la pediste. La tuvimos bastante tiempo en remojo, pero aún está buena para usar. El chivato tiene el culo dolorido y la boca pegajosa pero está dispuesto a hacer lo que se le diga. No sé si tiene polla. No se la vimos en toda la noche.

El viejo se desvistió. Su bate alzado no tenía nada que envidiarle a Serginho.

- ¡En cuatro patas sobre el suelo!,

le dijo a Teresinha. La montó como un jinete del Apocalipsis, aferrándose en sus tetas y dándole viajes lentos y largos por el ano. Ella no pudo evitar de expulsar un poco de excremento, pero el viejo continuó sin inmutarse. Tras largos e interminables minutos ella sintió como su ano terminaba de llenarse con todo lo que el viejo estaba expulsando. Cuando el viejo se la sacó no se pudo contener más y largó todo su excremento sobre el piso. Quedó tirada cubriéndose la cara como si no quisiera ver más atrocidades. Pero aún faltaba lo último.

- João, de rodillas.

Con una mano esposada a la cama y un revolver en su nuca no pudo hacer otra cosa.

- Chupa y límpiamela bien.

Esa polla llena de excrementos se introdujo en su boca. Chupó y lamió hasta dejarla brillante. A Teresinha la ataron y la tiraron sobre la cama. A João lo esposaron y lo inmovilizaron con cuerdas y después de restregarle la cara sobre los excrementos de su mujer lo dejaron tirado en el suelo.

- Y mañana llevaréis un ramo de flores a la tumba de Felpudo. No olvidarse o volveremos para refrescar vuestra memoria. Eran las tres de la mañana.

Comentarios a: [email protected]

Nota del autor: mis historias son ficticias. Cualquier parecido con lugares, nombres o situaciones similares es pura coincidencia.