María de las Mercedes.
Amalia, la madre de María de la Merced a quién cariñosamente llamaba Mari, ingresó a su hija en una escuela confesional gratuita. Mari tenía entonces 8 años y acababa de regresar con su madre de una breve estadía en un país extranjero a donde habían emigrado con su padre para intentar de mejorar la situación económica de la familia. Su padre conoció allá a otra mujer y las abandonó. De regreso a su país de origen, Amalia se enfrentó a graves problemas de supervivencia. Una de las soluciones parciales fue el ingreso de su hija en una escuela interna gratuita, dirigida por sacerdotes, en la que esperaba dar a su niña una buena educación elemental.
Con el correr de los años, Mari fue adquiriendo formas de mujercita en su cuerpo y si bien no era de curvas destacadas, sí ofrecía un cuerpito de niña agradablemente esbelto. Era alta y morena. Con 11 o 12 años ella y sus compañeras comenzaron a sentir inquietudes sexuales y se sucedían las tocadas, las caricias y la lectura a escondidas de literatura prohibida. La sexualidad era una inquietud que dejaba muchos interrogantes sin respuestas, alguna sensación de culpa y el bochorno del pecado carnal. Mari sintió la necesidad de confesarse con el padre Carlos, su confesor y padre espiritual.
- Padre he pecado con mi cuerpo y con el pensamiento.
- Cuéntame hija, ¿Qué has hecho con tu cuerpo?, ¿Te has tocado entre las piernas? - Sí, padre. ¿Y te has metido algún dedo dentro de tu agujerito?. Sí, padre - Y ¿has sentido placer al hacerlo?. ¿Te gustó hacerlo?. Sí, padre. -¿Te lo has hecho tú sola o lo hiciste con alguna compañera?, - Bueno, a veces nos tocamos varias chicas. - ¿Os ponéis un dedo también en el culito?. - Sí, padre. -¿Y te gusta?. Sí, padre. - ¿Y en que piensas cuando haces eso? - Bueno, en una revista de una compañera vi hacer muchas cosas entre un hombre y una mujer. - ¿Has visto también como la mujer se ponía en la boca la cosa del hombre?. Sí , padre. ¿Has pensado en eso, estando sola?. Sí, padre ¿Y te gustaría hacerlo tú misma con un chico o con un hombre?. - No sé padre, cuando pienso en eso me mojo mucho y me da vergüenza. Te mojas porque llevas el demonio dentro. Ve a rezar frente al altar y ven a verme más tarde en la sacristía. Tendremos que alejar tu demonio. Ahora, te doy la absolución.
Una hora más tarde, Mari golpeaba a la puerta de la sacristía. El padre Carlos le abrió, la dejó pasar y echó llave a la puerta detrás de si.
- Soy tu confesor y estoy obligado a hacer todo para salvarte. Tú llevas el demonio dentro como lo llevamos todos y debemos alejarlo para vivir en la felicidad del cielo. Tienes que satisfacer o abandonar esos deseos que tienes, pero sácatelos de encima. Ven aquí. La levantó y la sentó al borde del escritorio. Le acarició la carita. Eres demasiado bonita para estar en poder del demonio. Acuéstate. La tumbó sobre la mesa y le quitó las braguitas. -¿Qué sientes cuando de toco acá?- Le pasaba los dedos por los labios vaginales acariciándole el pequeño botoncito. Mari estaba enrojecida, pero por la calentura. -¿Te gusta? -Sí, padre - ¿Y si te meto un dedo así, te duele? - Un poco padre -¿Y si te pongo dos dedos? - Me duele más padre. Si muevo un dedo dentro de ti, de esta manera, te gusta o te duele? -Me gusta. Ese es el demonio, te lo voy a quitar. Cierra los ojos. Comenzó a chuparle el coñito, lamerle la vagina y a fregarle su pene por el coño. Mari se corrió. -¿Estás más aliviada ahora? - Sí, padre. Pues el demonio ha salido de tu cuerpo, y ahora vamos a alejarlo de tu mente. ¿Tu piensas en ponerte en la boca eso del hombre y te mojas? - Sí, padre. Pues ven acá, arrodíllate- Abrió su pantalón y puso su buen pene en la boca de Mari, -Hazlo, quítate las ganas de hacerlo, y al mismo tiempo me sacarás el demonio de mi cuerpo. Así, sí así, debes hacerlo así. Mari se la mamó. Bebe, hija, bebe que es savia divina. Has alejado al demonio de mi cuerpo. Eres una santa. ¿Te sientes mejor ahora? - Sí, padre, pero me he mojado. Es que tu demonio mental salió junto con el mío.
Y así dos o tres veces a la semana se quitaban los demonios recíprocamente.
Faltaban 4 meses para que Mari abandonara esa escuela elemental. Tenía 13 años y estando en una de esas raras sesiones de exorcismo, el padre Carlos le contó que abandonaría el país para irse a Roma a trabajar en la Santa Sede. Mari, se puso a llorar desconsoladamente. - Mi niña, ven, te quiero. ¿No quieres venir conmigo a Roma? - Sí, padre, lléveme con Ud. Sí, eso haremos, yo te quiero mucho y tú a mí también. Sí, padre. Ven niña, muéstrame tu cariño. La acostó sobre su escritorio, le quitó las bragas y mientras Mari esperaba que le pasara la lengua como siempre sintió algo duro entre sus piernas. El padre Carlos la estaba penetrando. Lentamente y con mucha vaselina consiguió alojarse dentro de ella sin romper mucho. El virgo de Mari había quedado sobre el escritorio del padre Carlos. Mari tenía los ojos abiertos, pero pronto se calmó y comenzó a tomarle el gusto al pene que tenía adentro. El padre Carlos le abrió bien las piernas y la folló a gusto desparramándole su semen sobre el vientre. ¿Verdad, que también esto te pesaba en tu hermosa cabecita?. Sí, padre. Bueno ahora estarás más tranquila y podrás concentrarte en tu viaje a Roma. Toma, ponte estas braguitas nuevas y déjame las tuyas de recuerdo. Puso las bragas de Mari en un cajón de su escritorio. Eran las primeras bragas de Mari, pero en el cajón de su escritorio tenía una buena colección de ellas.
Amalia, pasó un mal momento cuando llegó a su tierra y estando sin recursos y sin trabajo se tuvo que enfrentar a la vida con la pequeña María de la Merced. Su marido le mandaba al comienzo algún dinero que después dejó de llegar. Se ganaba la vida como podía, de sirvienta, lavandera, mujer de la limpieza, cocinera, quehaceres domésticos y a menudo aparecía tendida en alguna cama con algo entre las piernas cuando la paga era buena.
Ella trataba de organizar su existencia. Cuando se casó era una mujer atractiva, especialmente por sus tetas. Se contaban algunas historias de su vida de muchacha antes de casarse, en las que su virtud no salía bien parada. Inclusive hizo su incursión en la pantalla cinematográfica que le costó así las malas lenguas muchas horas de cama con los miembros de la productora y sus amigos, lo que además le costó la pérdida "múltiple" de la virginidad anal y hasta un embarazo de origen indefinido que se pudo sacar de encima. Pero las malas lenguas son malas lenguas y no se les puede creer. Lo que sí es cierto es que ahora solía frecuentar los bares y lugares de contacto de dónde desaparecía con algún acompañante por buen dinero. Era una prostituta buscada y bien pagada. Sabía hacer su trabajo. Con lo que sacaba de esto o de lo otro había conseguido estabilizar su vida, por lo menos en el aspecto económico.
Se podía decir que en esa época, con sus 28 años, Amalia estaba simplemente buena para la cama. Buenas tetas, piernas largas, boca de labios gruesos y sensuales, culo haciendo juego con su delgadez general, pero en buen estado de uso. Podía imponer sus condiciones al mercado, de manera que se iba a la cama con quien pagara lo que pedía o no iba, salvo dos veces en que la violaron y robaron.
Cuando Mari abandonó la escuela Amalia tenía 34 años y se dejaba amparar por un «gigoló» que vivía con ella. Mari tenía su habitación propia desde donde podía espiar los acontecimientos que se desarrollaban en la cama de su madre con sólo abrir un poquitín su puerta y sentarse al oscuro de su habitación. Una noche Amalia vino acompañada de dos hombres que querían hacer un trío con ella. Su compañero prefirió salir de la vista y se escondió en la habitación de Mari para observar los sucesos del dormitorio. No sólo esos sucesos eran interesantes para él. También las piernas desnudas de Mari y las braguitas estrechas que llevaba, estando acostada en su cama, comenzaron a despertar su interés, Se acostó junto a ella y la besó en la boca. Mari le sonreía. Abrió su camisón y le chupó los pequeños pezones mientras Mari continuaba sonriendo y seguía sonriendo cuando dos dedos le penetraron profundamente en la vagina y así, mientras Amalia era penetrada en estéreo, Mari, en single, daba albergue en su interior a la polla del amigo de su madre al que también hizo una mamada, tal como había aprendido del padre Carlos.
Mari se había convertido en un suceso comercial. Amalia estaba sorprendida de las cualidades insospechadas de su hija. Mari volvió a demostrar ante los ojos incrédulos de su madre que sabía mamar, recibir por la argolla y hasta dejarse penetrar un trozo de polla en el culo sin gritar. Nada mal para los 14 años que tenía.
No obstante, Amalia se negaba rotundamente a prostituir abiertamente a Mari, opinión que su compañero no compartía pues veía en Mari una mina de oro. Las discusiones sobre el tema llegaron a tal punto que provocaron la separación de la pareja. Amalia no pudo eludir la verdad, que con Mari se podía ganar lo suficiente, como para salvar muchos problemas financieros así que, en casos muy aislados, muy bien pagados y con acuerdos previos de forma, la llevaba a sus encuentros donde bajo su mirada discreta pero vigilante el fornicador de turno se servía y se dejaba servir de la niña. Amalia se dio cuenta de que Mari follaba con gusto y placer y que mamaba como si estuviera enamorada de las pollas que le metían en la boca. En poco tiempo Mari se convirtió en el postre más apreciado de todas las cenas de señores adinerados. No hacía correr a sus clientes, no, simplemente los hacía reventar lamiendo la esperma que había arrancado. Tampoco era desconocida en círculos de mujeres ricas y aburridas. En realidad Mari era una prostituta profesional cosa que ni Amalia, ni Mari querían aceptar. Mari no abandonó nunca su aspecto y su comportamiento de niña inocente. Con 19 años la niña era una diva del erotismo y la sexualidad. Delgada, alta, bien formada, labios sensuales, morena, senos más bien pequeños con pezones negros y culo de formas delicadas daban a su desnudez el aspecto de una reina de las pasarelas de moda femenina. Ver a Mari desnuda despertaba deseos fervientes de poseerla y fornicarla hasta que la polla no pudiera más y ver a Mari vestida despertaba deseos incontenibles de desnudarla.
Fue entonces cuando conoció a un chico de descendencia alemana de nombre Rudolf, un par de años mayor que ella, educado. Se enamoró de ella y se casaron. Ambos trabajaban en una empresa dedicada a la fabricación de aparatos electrónicos ocupando puestos de supervisión en las líneas de producción. Con la ayuda económica de Amalia compraron un piso en el centro de la ciudad, a los dos años nació una hija. La vida de Mari se encausó por las vías normales. Pero la era de la automatización industrial les alcanzó pagando las letras del piso, con gastos de formación profesional de ambos y con la hija poco antes de la edad escolar. Ante el avance masivo de la industria japonesa y americana, las industrias europeas tuvieron que "reestructurar", como se le llamó al despido masivo de empleados y operarios, para ser reemplazados por líneas de producción modernas y automáticas. Menos gente, más producción, esa era la consigna.
Rudolf y Mari cayeron dentro de la limpieza empresarial. El dinero de indemnización que había recibido sólo les alcanzaría para pagar las letras faltantes del piso o para vivir un par de años. No obtuvieron otro empleo a pesar de los compromisos asumidos por la antigua empresa. Claramente; ambos estaban frente a la miseria económica si no reaccionaban y encontraban una solución inmediata al tema. Hablaron y discutieron días y noches sobre las posibles soluciones. Mari no le escapó a ninguna posibilidad. Aceptó todo trabajo que se le ofreciera aunque ello significara callos en las manos y rodillas enrojecidas por fregar pisos. Rudolf era menos accesible a aceptar lo que se le ofreciera así que hubo momentos en que la subsistencia dependía sólo de Mari. Amalia ayudaba dónde podía, pero también tenía sus problemas y tampoco aceptaba la pasividad de Rudolf. Un día llegaron a un acuerdo. Mari intentaría en su antigua profesión de la práctica horizontal. Rudolf abandonó el dormitorio matrimonial ocupando otra habitación de la primera planta del dúplex. El dormitorio principal se preparó para recibir visitas masculinas. Mari también fue tomada al servicio de una agencia de contactos exclusivos que le proporcionaba clientes selectos y de buena paga. Y así, con mucha discreción y salvaguardando las apariencias, la situación financiera comenzó a mejorar. Rudolf se acostumbró a la buena vida de no hacer nada y administrar el dinero que ganaba su mujer con sus actividades sexuales. Compraron un piso más amplio. La hija terminó su bachillerato y comenzó estudios superiores abandonando el piso de sus padres y yendo a vivir muy lejos de ellos. Hoy los dos tienen un trabajo regular que les permite vivir con alguna holgura. Un coche nuevo está frente a la puerta a disposición de Rudolf. Mari tiene aún algunos buenos amigos de la época en que obligatoriamente se abría de piernas y si por alguna razón le gusta un hombre, no tendrá inconvenientes en ir a la cama con él en la primera oportunidad que se le presente y mucho más aún si puede tener alguna ventaja en especie. Rudolf por su parte, quiere imponer ahora sus derechos exclusivos sobre la mujer que estuvo vendiendo durante varios años. De pronto siente sentimientos de celos por su mujer y Mari interpreta excelentemente bien su papel artístico de mujercita obediente y sumisa, pero abre paso a todo dedo conocido que busque su coño en momentos en que está fuera del alcance de la vista de su esposo. Ella tiene ahora 40 años, sigue siendo hermosa, agradable y sensual. Sus besos son apasionadamente cálidos y su antiguo amor hacia las pollas que penetran en su boca no ha menguado en lo más mínimo, pero para gozar con ella de una manera ampliamente satisfactoria y perceptible, se debe cargar por lo menos unos 6 centímetros de diámetro para sentir algo de su argolla. El largo ya no interesa.
Comentarios a: [email protected]
Nota del autor: mis historias son ficticias. Cualquier parecido con lugares, nombres o situaciones similares es pura coincidencia.