Recuerdos eróticos (Ib: El Bachillerato, Elfriede).


Con doce años ingresé a primero de ba-chillerato.

Mi madre se instaló como modista y pronto le fue bastante bien. Tenía una buena clientela extranjera entre la que debo destacar a una señora, también de origen austríaco, de nombre Elfriede y a su hija única Ana. Un buen día descubrí que mi padre estaba pegado a la puerta que comunicaba entre el dormitorio y la sala - donde mi madre acostumbraba a probar los vestidos a sus clientas - ob-servando algo muy atentamente. Al ver-me dio media vuelta y sin decir más se marchó a la calle.

¿Qué haría él allí?. Me acerqué a la puerta y descubrí un agujero que permi-tía una vista panorámica a la sala de pruebas y era Ana la que estaba casi en pelotas probándose algo. Así pues que me acostumbré a pegarme al agujero cada vez que venía una cliente y con ca-da erección que me pegaba salía co-rriendo al baño a masturbarme.

Con trece años ya comenzaba yo a tener calenturas de todo tipo. Mi polla no pare-cía tranquilizarse nunca salvo cuando dormía y ni aún así, pues muchas veces amanecía con las sábanas mojadas por alguna vaciada, producto de algún sueño de fantasía, cosa que mi madre regaña-ba pero sin profundizar el tema.

Yo era el chico de los recados y repartos para mi madre. Un buen día tuve que hacer una entrega a la Sra. Elfriede. Era a media mañana de un día de enero, en pleno verano de vacaciones escolares, cuando llamé a su puerta.

La señora me invitó a pasar, me aceptó el envío y haciéndome sentar comenzó a contarme historias sobre las picaduras de mosquitos pues por el calor tenía que acostarse desnuda y los mosquitos la pi-caban. Para atestiguar lo que decía se levantó su delantal y bajándose las bra-gas me mostró un punto rojo en su culo desnudo. La visión hizo que el pantalón me quedara chico, el corazón pegaba campanadas dentro del pecho, la presión aumentaba hasta sentir un ardor en las mejillas. Ella cogió mi mano y me la paso por su nalga para que palpara lo hincha-do que estaba. Luego abriéndose el de-lantal que llevaba, dejó sus hermosas tetas a la vista pues no llevaba sostene-dor, y quitándose completamente las bragas me mostró otra picadura que lle-vaba en el bajo vientre. También por allí tuve que pasar la mano pero ya no la pude retirar. Por un lado porque ella me la mantenía firme contra su vientre y me la iba arrastrando hacia abajo y por otro lado, porque alguna fuerza desconocida me impedía hacerlo. Yo estaba hecho una estatua de piedra pero con interior volcánico. Mi mano llegó a la parte pelu-da. Fue la primera vez que veía y tocaba un coño maduro de ese tipo. Yo con tre-ce años, ella con unos cuarenta exce-lentemente llevados. Un tipo alemán mo-reno como los hay en los Alpes, cuerpo bien formado, alta y robusta pero no gor-da, una cintura estrecha de la que aflo-raba hacia abajo un culo maravillosa-mente redondo y unas piernas bien aca-badas y hacia arriba un vientre plano que terminaba en dos tetas al estilo Sofía Lo-ren.

Ella deslizó mi mano dentro de su felpu-do y muy rápidamente encontré lo que debía de encontrar. Estaba muy mojada pero ya no importaba. Comencé a pasar y a meter el dedo por la perforación que se me ofrecía. Me pareció que por la humedad y el tamaño de la abertura po-dría haber entrado caminando. Tomó mi otra mano y cerrando los ojos me la pasó por su culo y después la colocó encima de su teta mientras me ponía la otra en la boca. También por primera vez chu-paba unos pezones adultos y me gustó mucho.

En este proceso me corrí por lo menos tres veces. Mi pantalón estaba mojado y ella se dio cuenta. Me llevó al baño y me hizo sacar el pantalón para limpiarlo y también los calzoncillos. Mi polla conti-nuaba presentando armas - - Te tengo que lavar un poco, me di-jo.

Se mojó la mano con agua jabonosa y comenzó a lavarme el pene, lentamente de adentro hacia fuera y de afuera hacia adentro. En realidad me estaba mastur-bando manteniendo la polla al máximo de rendimiento y así, estando yo vestido tan sólo con una camiseta y ella com-pletamente desnuda me llevó al dormito-rio tendiéndome a medio cuerpo sobre la cama, boca arriba, con los pies apoya-dos sobre el suelo. Me abrió las piernas y arrodillándose frente a mi se tragó la polla. Yo estaba que el alma se me salía del cuerpo. Comencé a sentir placeres que eran muy distintos a las pajas que me tiraba. Se la puso entera dentro de la boca de labios gruesos y comenzó a mo-ver los labios sin mover la cabeza.

Yo sentía que con el calor de su boca mi polla se ensanchaba como para reventar. Al cabo de unos minutos - que yo de-seaba que no acabaran nunca - comen-zó el movimiento de cabeza, lentamente de arriba hacia abajo y viceversa en todo el recorrido aumentando poco a poco, con absoluta destreza, la velocidad con la que me hacía viajar al cielo. No aguanté más y aún sin quererlo, ni pen-sarlo lancé una acabada que no paraba nunca. Ella continuaba, cosa que me ha-cía retorcer en la posición en que estaba. Se tragó todo lo que recibió y continuó lamiéndola hasta hacer desaparecer la última gota de leche que quedaba sobre mi dolorida polla.

Nos vestimos, me dio un beso en la boca metiéndome la lengua hasta la garganta para hacerme sentir el gusto de mi se-men. Le volví a acariciar las tetas y des-pués de prometer que me comportaría como un caballero, sin hablar de lo su-cedido, me fui a casa.

Fue la mamada que quedó grabada en mi mente durante toda mi vida. No soy mujeriego aunque he tenido muchas mujeres a lo largo de mi vida. Siendo jo-ven yo tenía muy buen aspecto de varón y sé que gustaba al sexo opuesto pero desde esa experiencia, nunca, pero nun-ca, nunca, acepté a mi lado a una mujer que se negara a mamármela.

Llegué a casa con los pantalones moja-dos. Mi madre me miró fijamente dicien-do:

- No sólo las sábanas, eh... también los pantalones.

- No, mamá, fui a visitar a la abuela y el Alberto (mi primo) me tiró agua.

- Humm ...

Mi primo Alberto; buen pajarito era ese. Su padre, mi tío Pepe, se había empe-ñado en hacer de él un rompeculos de primera línea. Se solía sentar con noso-tros, cuando no tenía clientela en la pe-luquería, a explicarnos y darnos ideas de cómo nos podíamos follar a la vecina. La Unices, que así se llamaba la chica en cuestión, sería unos dos años mayor que nosotros. Mi primo Alberto tenía la mis-ma edad que yo y la Unices ya había detectado que los dos teníamos nuestros rabos apuntando en su dirección.

Con mi primo nos habíamos empeñado en poner en práctica algunas de las ins-trucciones de mi tío, pero antes debía-mos estar seguros de como se hacía. Así pues que decidimos probar entre noso-tros como se mete la polla en el culo de la Unices. El probaba con mi culo y yo con el suyo sin que ninguno de los dos consiguiera meterla. Teníamos entonces un amigo, compañero de la escuela pri-maria que se llamaba Oscar, que era hijo de un ejecutivo de una empresa impor-tante y a quién su madre se había em-peñado en convertir en un caballero fino. Siempre pulcro, bien peinado y amable en sus modales. A pesar de que Oscar tenía prohibido juntarse con nosotros, siempre lo veíamos y solíamos salir jun-tos.

El también fue informado minuciosa-mente del proyecto Unices y fue invitado a participar en los ejercicios de culo. Mi Primo se la metió. Estábamos en el galli-nero, porque estaba protegido de las mi-radas de terceros, cuando convencimos a Oscar de que se bajara los pantalones mientras vigilábamos por si alguien se acercaba. Oscar se agachó con el culo hacia arriba ofreciendo un blanco per-fecto e imposible de fallar y estando mi primo de turno (gracias a Dios) y con la polla endurecida fue a por él. Frotando un poco de gomina (que le había robado a mi tío) en su nabo y en el culo de Os-car, tomo su polla firme con la mano de-recha, la apoyó en el ano de Oscar, puso su mano izquierda sobre la nuca del chi-co y me pidió que lo sujetara por los hombros. Yo sin pensar en lo que ven-dría y preocupado por ayudar a resolver el proyecto Unices, metí la cabeza de Oscar entre mis piernas de manera que sus hombros se apoyaban sobre mis ro-dillas. Con mis manos separé en lo posi-ble las nalgas de Oscar y mi primo, con una sola envestida se la clavó hasta los huevos.

Oscar lanzó un gemido al tiempo que yo quedaba aterrorizado pues vi sangre en el culo del pobre. Alberto se quedó con su polla enterrada y mirando como si estuviera esperando una medalla olímpi-ca. Luego cerró los ojos mostrando un placer infinito y comenzó a follarlo tal como lo había explicado el tío, con la diferencia que, en lugar del coño de Uni-ces para acariciar mientras follaba, él te-nia la polla de Oscar en la mano derecha de manera que, mientras se lo trabajaba bien por el culo le hizo una paja. Cuando mi primo acabó, vaciándose completa-mente dentro del culo conquistado y manteniendo siempre a Oscar firme-mente por la nuca, sacó la polla muy lentamente y me invitó a mí a penetrar ese culo que decía estar muy bueno pero a mí, ese día ya no se me paraba por nada de este mundo.

Sé que a partir de entonces mi primo se follaba a Oscar regularmente, varias ve-ces a la semana. Sé también que mi tío Pepe se enteró del asunto y también qui-so mojarla de manera que, mientras mi primo vigilaba la peluquería, mi tío se ti-raba a Oscar en la trastienda, le enseñó a chupársela y a tragar la carga comple-ta, y sé también que algunos amigos pa-garon a mi tío algún dinero para poder pasarse un rato en la trastienda con Os-car. En compensación le cortaba el pelo gratis y lo peinaba a la gomina para ple-na satisfacción de su madre. Yo no me acerqué nunca más al gallinero. A partir de entonces vi a Oscar muy pocas veces por ese tiempo. Su hermana se casaría años después con mi amigo Max y así me enteré de que Oscar se había con-vertido en homosexual.

Un día, no sé con cual excusa, conse-guimos llevar a Unices al galpón donde mi tío guardaba los sacos de lienzo usa-dos, los sacos de maíz y de pienso para las gallinas y conejos. Comenzamos a hacer chistes, a reírnos y a tocarla por donde se podía. No hicimos grandes esfuerzos para tenerla media desnuda, con las tetas afuera, sin bragas, tirada sobre los lienzos y metiéndole mano por todos los rincones posibles sin que ella ofreciera resistencia alguna. Mi primo la puso en cuatro patas y se la enterró por el culo, tarea que ya dominaba a la per-fección, sin que ella se mosqueara. Yo me arrodillé frente a ella y le puse mi na-bo en la boca. No chupaba como la El-friede pero chupaba y acabó conmigo. La chica disfrutaba también y mucho, creo que por los masajes que mi primo le da-ba en su sexo siguiendo las instruccio-nes del tío.

Acabada la primera ronda, y estando Unices riendo y nosotros con la polla a pie del cañón decidimos invertir las co-sas y así fue como probé mi primer culo. Me vacié dentro de ese culo fresco y fir-me como el sediento que bebe agua después de un día de marcha por el de-sierto ardiente.

Unices era apenas dos años mayor que nosotros, unos 16 años, pero pareció manejar las cosas muy bien. Fue a mi primo a quien se le ocurrió preguntar dónde había aprendido todas esas co-sas. Después de que prometiéramos no decir nada a nadie nos contó que su pa-dre y su hermano casado se la montaban unas dos veces por semana, a ella y a su hermana mayor y que todos disfrutaban mucho, pero tenían miedo que la madre se pudiera enterar algún día e hiciera un escándalo. No volví a montar ese culo tan bonito ni a besar las buenas tetas de Unices. Un año después la madre de Unices se ahorcó en el baño de su casa. El hermano de Unices fue abandonado por su mujer. Así que los cuatro vivían ahora en la misma casa. Eso fue por mucho tiempo la fuente de mis fantasías y de las de mi primo, pensando en todo lo que pasaría allí dentro por las noches. Los cuatro aparentaban ser felices.

El culo de Oscar y el hecho de que Uni-ces hubiera adquirido habilidad por su propia familia me tuvieron ocupado largo tiempo. La experiencia hecha con la Sra. Elfriede me daba vueltas siempre en la cabeza. Muchas veces tuve ganas de ir a su casa a visitarla, pero el no saber si su hija Ana y su marido estaban en casa me mantenían alejado. Eso sí, cada vez que venía a visitar a mi madre me daba un beso muy cerca de la boca y si mi madre no estaba presente me pasaba la mano por encima del pantalón. Yo me mastur-baba mirándola por el agujero que había fabricado mi padre mientras que el gran interrogante seguía siendo, ¿cómo es un coño por dentro?, ¿cómo se usa? inte-rrogante que seguía aumentando y sin resolver. El tío Pepe nos daba siempre las instrucciones correspondientes pero lo que le pasó a Oscar me hizo perderle un poco de respeto y de confianza. Yo tenía ya quince años y seguía sin saber como era un coño por dentro. [email protected]