Recuerdos eróticos (Id: El Bachillerato, Irma).


En la familia de mi madre había algunos puntos flojos. Así por ejemplo mientras la tía Sara era beata, no tenía hijos, iba a la iglesia y no se despegaba de su marido ni él de ella, la tía María estaba constantemente en competencia femenina con mi madre. La tía María era siete años más joven que mi madre y aunque algo más baja tenía sus mismos rasgos faciales, pero de cara más alargada y la misma formación de cuerpo aunque algo menos cuidada, cosa que de momento compensaba con su mayor juventud. Se había casado con un empleado, algo machista que la obligaba a llamarle Señor García, pues como él decía, debía imponer orden y respeto en su casa. Esta casa estaba siempre de puertas abiertas, de manera que se podía entrar directamente con o sin llamar previamente. Un buen día entré para conversar algo con su hijo y al pasar vi a mi tía follando en la cama con mi primo Alberto, ambos desnudos. Ella me vio, clavó aterrada sus ojos en mí. Mi primo estaba de espaldas. Yo me retiré sigilosamente sin decir palabra y quizás algo asustado por el descubrimiento hecho. Guardé silencio. Al día siguiente pasé a ver a mi abuela, pero la verdad es que quería oír lo que decía Alberto. El conversó diversas cosas conmigo pero ninguna mención sobre la tía María, o sea, que María no dijo que yo los había visto. Tenía yo entonces 17 años largos.

No podía atar cabos en este asunto. Algo no encajaba bien. Yo conocía a tía María como una mujer algo coqueta, quizás porque fuera - y con varios años de diferencia - la más joven de los hermanos de mi madre, pero nunca había dado señales de algún libertinaje. Sabía de alguien que poco tiempo antes se había llevado una buena bofetada por haber metido la mano donde no debía. De haber notado algo mi primo me lo hubiese comentado con toda seguridad, pero nunca escuché nada de él con respecto a la tía. Por un momento se me cruzó por la cabeza, que el tío Pepe tendría los dedos metidos en la masa. Se había hecho imprescindible una conversación con la tía María pero a solas. Así que una tarde cuando su hijo estaba en la escuela y su marido en el trabajo fui a su casa. Al verme se sonrojó.

- He visto todo lo que hacéis tú y el Alberto. Ten cuidado.

- Por favor ni palabra porque El Señor García me mata. Estaba aterrada.

- No, si lo que me indigna no es lo que haces, sino que me dejes a mí fuera.

Sonrió aliviada diciendo:

- Eres como tu padre. (Bueno, me di cuenta que él también había visitado a María, aunque no sabía los resultados).

La curiosidad fue mayor que toda otra cosa. Quería saber que buena estaba en verdad la famosa tía María. Cerré la puerta poniendo cerrojo, indicando con el dedo que iríamos a la cama. Bajó la cabeza como humillada y pasó al dormitorio.

- No me lo hagas, me gustas, pero no quisiera contigo, por favor. Fue lo que me dijo.

No me sentí bien, se me fueron las ganas y me fui de su casa.

Otro caso eran mis primas Flora y Herminia, ambas hijas del hermano mayor de mi madre, casadas, y aproximadamente con el doble de la edad mía. Flora era la mayor y la que dirigía la batuta. Las dos estaban muy buenas y apetitosas y en alguna de las últimas fiestas en la que participamos, al bailar se pegaban al vientre y aunque el bulto estuviera por reventar no se retiraban ni un milímetro. En algún momento al dejar de bailar, bajé la mano lentamente por el cuerpo de Flora tocándole el culo. No hubo reacción. Como si fuera insensible. Volví a bailar con ella metiéndome en los rincones donde había mucha gente para pillar allí el final de ese baile. Cuando ello ocurrió, baje otra vez la mano lentamente, y al amparo del gentío se la metí en el culo pudiendo apretar sus cachetes y nada. No pasó nada. Lo comenté con mi primo Alberto.

Meses más tarde fallecía mi tío Floro. Vivía a la vuelta de calle de mi casa. Toda la familia estaba en el velatorio y los allegados íntimos, especialmente hermanos, permanecen la noche haciendo guardia fúnebre. Flora y Herminia también estaban lo mismo que Alberto y yo aunque, en nuestra calidad de sobrinos, teníamos una obligación menor. Era de noche cuando estando los cuatro en la calle vimos a unos cincuenta metros de nosotros la silueta de una pareja follando contra un árbol. Donde ellos estaban era oscuro pero las siluetas y sus movimientos se enmarcaba perfectamente por la luz de fondo. Sabíamos quien era la chica y mi primo y yo cargábamos ya un bulto. Flora se dio cuenta y me dio una palmada en el culo, pellizcándolo al tiempo que decía:

- No sólo tú tienes el derecho de meter la mano en el culo de los primos eh.....

Fue Flora quien a media noche quiso lavarse y refrescarse un poco. Propuso que nos fuéramos a mi casa por que el velorio estaba lleno de gente. Y así nos fuimos Flora, Herminia, Alberto y yo a mi casa. Mi madre estaba en el velorio, mi padre ausente.

Pasaron al baño para lavarse y refrescarse y mientras mi primo iba por una cerveza al refrigerador de la cocina, Flora pidió toallas. Le llevé las toallas y al pasar al baño las vi a las dos con las tetas al aire. Me quedé clavado en la puerta con las toallas en la mano. - - Qué, ¿es que nunca vistes dos buenos pares de tetas como estas?, dijo Herminia al tiempo que las sacudía. Flora se puso a reír diciéndome: - - Ven, tócamelas, a ver que bien acaricias.

No pude más. Las dos estaban juntas apoyadas en el lavabo mirando hacia mí. Yo besé, chupé y mordí los cuatro pezones terminando por clavar mis dedos en las tetas de Flora que me pareció la mejor de las dos, aunque la elección era difícil. Apareció Alberto con la botella de cerveza en la mano pero al ver el espectáculo dejó la botella en el suelo y se hizo cargo de Herminia.

Me llevé a Flora al dormitorio y nos tumbamos sobre la cama de mi madre. Nos besamos y no paraba de chupar ese magnífico par de tetas. En algún momento le pasé la mano por debajo de la falda y dejando de lado sus bragas le metí el dedo en el coño comenzando a masturbarla. Sentí como Alberto se tumbaba sobre mi cama con Herminia pero ni yo ni Flora perdimos un segundo en mirarlos. Comencé a bajarle las bragas a Flora, quién con una mano y levantando brevemente el culo se las quitó y las bajó hasta sus rodillas. Yo estaba ya sin zapatos. Me abrí el cinturón y desabrochando el pantalón me los quité a tiempo que terminaba por quitarle las bragas a Flora. Unos momentos después tenía mi polla totalmente acomodada en su vagina. Jadeaba al tiempo que Flora me besaba susurrándome al oído:

- Fóllame despacio y déjamela adentro que estoy en tiempo de regla.

Fue un polvaso. Alberto y Herminia estaban totalmente desnudos sobre mi cama y así pude observar lo buena que realmente estaba Herminia aunque Flora no le iba en zaga. Quise hacer el cambio con Alberto pero alegaron razones de tiempo de ausencia y volvimos al velorio.

Al día siguiente comentamos con mi primo lo pasado. Los dos estábamos calientes con las primas y queríamos organizar algo para volver a follarlas. A mí me surgió la idea de ir a visitarlas para pedirles su participación monetaria a la corona de flores que enviaron "los sobrinos" y cuyo coste adelantó el tío Pepe y así poder ver como se presentaban las cosas.

Era media mañana cuando Herminia nos abrió la puerta. Estaba sola. Los maridos trabajaban. Los niños en la escuela. Flora había ido a la ciudad. Pasamos directamente a la sala y Alberto fue a lo suyo. Aprovechando un momento que Herminia estaba de espalda la abrazó por detrás, pasándole una mano por las tetas mientras que la otra se la hundía bajo la falda. No ofreció resistencia. - - ¿No has tenido bastante con lo de anoche? - - Yo no, no tengo bastante de ti, quiero más ¿y tú?. - - Sois una pareja peligrosa. - dijo ya dirigiéndose a los dos. - Flora me dio la lata toda la noche sobre lo bien que lo había pasado contigo. Me dijo.

Alberto ya tenía ubicada su mano debajo de las bragas de Herminia y comenzó a masturbarla. Ella cerró los ojos y le dejaba hacer. Pocos segundos después Alberto le bajaba las bragas y levantándole una pierna se la metía de parado. Yo que ya tenía el bate a punto me acerqué comenzando a chuparle la boca. Correspondió a mis besos con chupones y lengüetazos. Le abrí la blusa, liberé sus tetas y comencé a chupar esos hermosos pezones.

Me abrí el pantalón y le metí la polla en la boca y así mientras mi primo se la follaba por la vía vaginal yo me la follaba por la vía oral. Un polvaso estereofónico y ella que gozaba enloquecida, gemía, gruñía, chupaba, estiraba su mano para acariciarle la polla a Alberto al tiempo que me daba chupones como para sacarme las tripas a través de la polla. Alberto lanzó un gemido y se vació en la alfombra. Agotado se sentó en un sillón oportunidad que aproveché para llevarme a Herminia al dormitorio, tirarla sobre la cama boca abajo levantarle la falda y sin miramientos clavarle la polla en el culo. Gemía de placer. Cuando alcancé a ponerle unos dedos en el coño se corrió y volvió a correrse cuando le vacié litros de leche en su culo.

Quedó semiagotada, y digo semiagotada pues poniéndose boca arriba, aún tuvo fuerzas para sacarme un pañuelo del bolsillo del pantalón que aún llevaba puesto, limpiarme la polla de restos de semen, tirarme a mí también boca arriba sobre la cama y montándose a caballito se enterró mi polla en su vagina hasta el última milímetro. Sus tetas se sacudían frente a mis narices y sentí la humedad que corría en su vagina. Cayó sobre mí y quedó como desmayada.

Flora y Herminia eran máquinas de follar.

Los años de mi escuela secundaria transcurrieron sin mayores sobresaltos. Mi primer gran amor se llamó Jorgelina. Chica magnífica de familia italiana, pelirroja con grandes ojos verdes, atlética, cuerpo escultural que en esa época cursaba la escuela de comercio. Teníamos unos 14 años. Ella practicaba atletismo y era muy buena y conocida corredora de 100 m. Justamente la conocí en el club de atletismo donde yo con algunos amigos, especialmente con Max y su madre, solía jugar al tenis muy a menudo.

Jorgelina vivía con su abuelo sus dos tíos y su madre. La madre tenía un leve trastorno mental. Jorgelina había sido el fruto de una violación. La tía era planchadora y su tío un empleado comercial en una empresa exportadora. Yo solía ir a casa de Jorgelina por las tardes a recogerla para salir a pasear. Nos deteníamos en los rincones de las calles que estaban oscuros. Allí nos besábamos y nos tocábamos a placer. Conseguí que me masturbara mientras yo le chupaba sus senos, jóvenes, firmes, y erguidos. Me gustaba morder suavemente sus pezones y ella gemía apurando el ritmo de su mano. Otro entretenimiento era sentarnos en el piso del zaguán de su casa, frente a frente. Como el zaguán era estrecho, teníamos que estar los dos con las piernas recogidas, yo apoyando los pies en la pared en que ella apoyaba la espalda, y por el contrario ella apoyando los pies sobre la pared donde yo apoyaba mis espaldas. O sea que nuestros órganos sexuales estaban verdaderamente al alcance de la mano. Nos masturbábamos horas enteras. Ella ya venía a las sesiones sin bragas para facilitar las cosas. Un día en que su tía había llevado a su madre al médico y estábamos los dos solos en casa, nos tiramos sobre la cama. Ella se sacó la braga yo saqué la polla fuera del pantalón e hicimos un magnífico 69. Pero a la penetración vaginal le teníamos miedo.

Un buen día la recogí a la salida de sus entrenamientos y nos fuimos a su casa caminando por un descampado. Nos sentamos bajo la oscuridad de un árbol, la tumbé y conseguí meterle la polla entre las piernas justo a la altura de su raja. Me masturbé entre sus piernas a la vez que ella gozaba con el roce. Solté toda la carga en sitio. El resultado fue que sus bragas estaban totalmente mojadas con mi leche. No sé como, pero alguno de sus tíos vio la braga y comenzó la función. Llamaron a mi madre previniéndola de las consecuencias, arrastraron a Jorgelina a un médico, me dijeron que me tenía que casar con ella. El asunto se les complicó cuando el médico dio un certificado a ellos y a mi madre, atestiguando que Jorgelina era virgen y sin rastros de prácticas sexuales de ningún tipo.

A la edad de 14 años ya sabía lo que no se debe hacer y seguía sin saber, cómo se hace, lo que sí puedo hacer. No volví a salir más con Jorgelina. Varios años más tarde alguien me dijo que era una prostituta barata. No la vi nunca más.

La escuela me ocupaba bastante. Las diversiones las teníamos a fin de semana cuando solíamos reunirnos en fiestas estudiantiles, reuniones y bailes. Chicos y chicas nos reuníamos con mucha algarabía, bailábamos con nuestra "amiguita" de turno, nos calentábamos hasta más no poder, y terminábamos masturbándonos en el baño de la casa en la que estábamos. El que sabía hacer las cosas, tenía miedo de hacerlas y los otros no sabían como se hacen. Pero eso pertenecía a la juventud de esa época y así continuó con mayores o menores conquistas hasta la época de los exámenes finales de bachillerato.

Yo era uno de los llamados buenos estudiantes. Mis notas oscilaban todas de promedio para arriba y así me asocié con Irma para preparar los exámenes de fin de verano. Irma era otra de las buenas alumnas pero no por ello menos revoltosa y atrevida que cualquiera de las otras. En todo follón que había en la escuela, allí estaba ella en el centro o muy cerca del centro, dirigiendo la batuta. De un temperamento incomparable que cuando estallaba era capaz de hacer temblar la escuela. Era hija única de un matrimonio en buena posición. Su padre era ingeniero y propietario de una fábrica de motores. Su madre de unos treinta y tantos años era una mujer altamente atractiva, delgada, esbelta, de unos 1,75 m de estatura. Irma salía a su madre. Su mismo cuerpo, tez morena, ojos pardos, cabellos oscuros y largos, buenas caderas sobre excelentes piernas bien torneadas y pechos haciendo juego. Nos reuníamos en su casa, pues como su padre estaba todo el día fuera, teníamos su escritorio a nuestra disposición. Con Irma ya había compartido alguna vez en cinco años, alguna calentura de baile, algún besito o alguna tocada de culo o de tetas.

Era verano y estábamos sentados en la mesa de reuniones del escritorio. Cuando sentí su mano insinuante sobre mi pierna. La miré y la besé. Su mano siguió en dirección a la bragueta de mis pantalones de verano. La mía sobre su pierna desnuda deslizándose dentro de su short y al no poder pasar por debajo de la braga me tuve que conformar con iniciar caricias superficiales, que no por ello tuvieron menor efecto. Ella también bajaba y subía con su mano sobre la cremallera de mi bragueta y nos volvimos a besar.

Estábamos en lo mejor de la faena cuando entró su madre a traernos unos refrescos. Nuestras manos volvieron rápidamente a su sitio. La mujer venía vestida con un bañador blanco, muy ceñido al cuerpo que me dejó con la boca abierta pues ponía en evidencia la esbeltez y la perfección de su cuerpo. Noté que Irma se ponía nerviosa y violenta. - - Hacer una pausa y salir un poco al aire fresco a recuperar aire para los pulmones, dijo

Así lo hicimos y nos fuimos tras de ella. La casa tenía una piscina. Irma y yo nos sentamos bajo una sombrilla. Su madre después de beber un refresco con nosotros se lanzó al agua. Cuando salió del agua se me dio el palo más duro de mi vida. No había nada, pero absolutamente nada de su cuerpo que no se pudiera ver a través de su bañador mojado. Su zona erótica muy patente y oscura, inclusive la hendidura de la raja, sus pezones oscuros, duros y grandes sobre un circulo rojizo que empalmaban con unas tetas morenas que apuntaban, sin empleo de elementos artificiales, mucho más hacia arriba que hacia abajo. Un culo que hacía vibrar, y del que se podía distinguir exactamente el comienzo y el fin de los dos cachetes en forma de semipera, con su salomónica división central. Los pantalones me quedaban chicos, no podía disimular mi bulto. Irma muy violenta y nerviosa me invitó a seguir con nuestras "obligaciones" (así lo dijo) y levantándose se fue hacia el escritorio sin esperar ni un minuto. Me tuve que levantar para seguirla aunque no sabía cómo caminar. La señora ya en una tumbona notó lo que me pasaba. Sonrientemente paseaba su vista entre mis ojos y mi bulto. Al entrar al escritorio me estaba esperando Irma. Rodeó mi cuello con su brazo izquierdo, apoyó su mano derecha sobre mi bulto y me dio un beso de lengua que casi me atraviesa. Yo pasé mis dos manos por debajo de su short afirmándome bien en los dos cachetes de su culo, apretándola contra mi cuerpo y me corrí. Ella notó el pantalón mojado y me dijo que me fuera a casa antes de que viniera su madre. Las pelotas me dolían terriblemente.

Esa noche no pude dormir. Sabía que entre madre e hija se estaba desarrollando una guerra de hembras y yo era un objeto de referencia. Lo que no sabía es como terminaría. Me hice la pregunta hipotética: «si tengo la oportunidad; ¿a cual de las dos me follaría con más agrado?». La pregunta quedó sin respuesta.

Al día siguiente la señora me abrió la puerta. Llevaba el mismo bañador pero se había puesto un short encima. Por el contrario Irma me dejó sin aliento. Se había recogido los cabellos en forma de cola de caballo dejando resaltar la perfección de su rostro. Ojos, nariz, labios todo parecía un cuadro perfecto. Llevaba unos shorts más cortos y más amplios y una blusa corta que terminaba en su cintura sin entrar en los pantalones. Noté que no llevaba nada debajo. Me estaba esperando de pie a la entrada del escritorio. Paró la oreja escuchando si venían pasos y al no sentirse molestada me plantó el consabido beso de lengua. Casi automáticamente mis manos se fueros a sus tetas y pude retorcerle suavemente los pezones. Escuchamos que su madre andaba por la casa y nos pusimos a estudiar seriamente.

En eso estábamos cuando entró su madre elegantemente y atractivamente vestida y acariciándome los cabellos me preguntó: - - ¿Te encuentras bien hoy?, ¿Parece que hace menos calor que ayer, no crees?. Bueno tengo que ir a la ciudad de compras pero volveré a tiempo para preparar la cena. Portarse bien y nada de travesuras. ¿De acuerdo?,

y salió. Irma y yo quedamos mirándonos sin hacer ni decir nada. Escuchamos la puerta del garaje, salir el coche y alejarse. Como si lo hubiéramos planeado cerramos los libros, juntamos nuestras cosas y al minuto Irma estaba sentada sobre mi rodilla besándome. Su mano sobre mi bragueta y las mías sobre sus tetas. La acariciaba con cariño mientras la besaba. Desabroché los botones y le quité la blusa. ¡Jesús, que senos! indescriptibles. Duros, firmes, suficientemente grandes sin ser obscenos, bien formados, altos. Pezones casi negros y grandes centrados en un círculo rosa que se perdía en la piel morena. No eran senos, eran una escultura de algún artista premiado y famoso que realizó allí su obra maestra. Me puse sus pezones en la boca pero no me atrevía a morderlos por miedo a romper algo valioso. Los chupé, besé sus tetas, me llené la boca con ellas sin terminar de besarlas y de besar los labios de Irma. Irma ya no daba besos de lengua profundos. Sus besos eran eróticos sin ser indecentes. Dejaba arrastrar sus labios sobre mis labios como si quisiera chuparlos pero terminaba siembre en un beso cálido. Nos pusimos de pie y comencé a abrirle sus shorts y ella a mí los pantalones. Ambos pantalones cayeron, también zapatos, bragas y calzoncillos. Seguíamos unidos en un beso interminable con mi polla más que dura metida entre sus piernas y esperando que llegara lo suyo. La tumbé sobre la alfombra al tiempo que ella me preguntaba: - - ¿Sabes hacerlo sin que haya consecuencias?. Asentí con la cabeza y enseguida como si fuera un murmullo, me dijo: - - Soy virgen, y quiero dejar de serlo.

Llevó sus manos a mi nuca y me atrajo para besarme. Yo, ayudándome con la mano para no romper nada indebido, coloqué mi polla en la puerta de entrada hasta que sentí que penetraba la punta de la cabeza. Notaba su calentura y no podía menoscabar la mía. Continué empujando lentamente mientras que ahora podía acariciarla y besarla a mi gusto, su boca, su nariz, sus ojos. Nos comíamos a besos mientras continuaba penetrándola lentamente, sin prisa, tal como había aprendido, sentí una resistencia y luego un pequeño gemido. El calor dentro de su vagina iba en aumento. También aumentaban los besos y las caricias. Fueron minutos sublimes, eternos, magníficos, inolvidables. Por fin estaba todo adentro y me quedé quieto. Levante un poquito mi vientre para dar lugar a su vientre para moverse. Ella movía las piernas como si no se decidiera a recogerlas o a estirarlas y de pronto arqueó su cuerpo levantando sus senos hacia el cielo, tirando la cabeza hacia atrás, gimiendo muy bajo como si se le fuera el alma. Al cabo de pocos segundos volvió como un resorte abrazándome, tirándome hacia ella y besándome. Nos quedamos quietos gozando del calor interno de nuestros cuerpos, haciendo movimientos suaves y cortos. Ella con los ojos cerrados y respirando agitadamente. De pronto otro gemido y estiró los brazos, cruzó las piernas sobre mis espaldas y volviendo a cerrar los ojos se desplomó como si muriera.

Se la fui sacando poco a poco. Brotaron unas pequeñas gotitas de sangre pero ninguna demasía. No quise acabar dentro de ella pero mucho menos fuera de ella y a pesar de todo fue un polvo monumental. Quizás no con amor pero sí con mucho cariño. Fue una entrega mutua en la que nos poseímos mutuamente y en la que nos dimos todo el cariño que nos podíamos dar en ese momento. Mi premio: haber desvirgado esa joya. Eso bastaba. Eyacular es una necesidad física y yo no tenía ninguna en ese momento. Algo que nunca acabé por definirlo ni comprenderlo bien.

Poco antes de cumplir mis 18 años aprobaba mi bachillerato y esto dicho en el amplio sentido de la palabra. [email protected]