Recuerdos eróticos (IIa: El éxodo, Tía María).
Había obtenido mi título de bachiller cuando faltaban algunos meses para cumplir los 18 años. Pensaba seguir estudiando. Me gustaba la ingeniería electrónica. Ya teniendo unos 10 años había comenzado con experimentos eléctricos con el apoyo y la vigilancia de mi padre. Hasta llegué a conocer la radio de galena. Me había construido diversos amplificadores y siempre ha-bía alguien dispuesto a regalar algunos altavoces de radios viejas. Yo era casi siempre, quien llevaba la música a las fiestas. Con 18 años ya había avanzado con mis conocimientos de afi-cionado a la electrónica de entretenimiento. Ya había armado aparatos de radio heterodinos, superheterodinos, de válvulas serie americana, miniválvulas, etc, etc en fin, todo lo que había por aquella época.
Para entonces comenzaban a aparecer en el mercado los primeros aparatos de transistores y para los armadores aficionados los primeros juegos de transistores para audio. Casi todos ve-nían del Japón, fueran estos de firmas japonesas como Hitachi o Toschiba o de marcas ameri-canas como RCA, Motorola, etc y verdad o no-verdad, toda era mercadería de contrabando (por lo menos la vendían así y era un gran negocio). Entonces se vendían saquitos de plástico con-teniendo juegos de 5 transistores y un diodo, exactamente de la misma manera en que hoy se venden saquitos de drogas. Todo con el mayor de los silencios, por debajo del mostrador y ca-ros. Entonces, yo comencé también a buscar "dealer" de transistores. Esa práctica de comercio es muy antigua y lo único que se renueva, para satisfacer los intereses monetarios, es la mer-cancía negociable.
Bien pero eso era una afición en la que se basaba mi interés por aprender ingeniería electróni-ca. No es que mis padres estuvieran en desacuerdo, pero mi madre me hizo comprender que los costes y las necesidades familiares se harían muy pesados, especialmente teniendo en cuenta que mis propias necesidades aumentarían proporcionalmente a mi edad.
Pasada la euforia de los exámenes de bachillerato aprobados, todos esos aspectos y análisis cobraron actualidad e importancia. Mi padre me propuso que con 18 años cumplidos, él podría cooperar a que yo consiguiera un empleo nacional que me daría seguridad y por sobre todo di-nero suficiente para mi y la familia. Se habló concretamente del Banco Nacional. Acepté. Mi pa-dre efectivamente, consiguió una carta de recomendación de un alto mando del ejército la cual se adjuntó a la solicitud de empleo. Se rellenó esa solicitud, se firmó y se la llevó a destino. Un mes antes de cumplir los 18 años recibí una carta del Departamento de Personal del Banco Na-cional invitándome a una presentación para un examen de admisión. El empleado que me en-trevistó me dijo que yo tenía buenos precedentes, buenas notas de escuela y especialmente venía bien recomendado de manera que, momentáneamente no se veían dificultades para una admisión, pero que debía rendir obligatoriamente un examen previo. Concretamos la cita para eso. Me fui a casa llevándome un sobre conteniendo todas las preguntas y tareas del examen: eso sí, no debía decir nada a nadie (¡lo que se puede alcanzar con una buena recomenda-ción!). Lógicamente que aprobé el examen. Con mi afición de radio-armador / reparador, a la que más tarde agregaría televisión, también se ganaba algo de manera que financieramente la cosa no estaba mal. Esa era mi situación general alrededor de una edad de 18 años.
Después de aquella experiencia con Irma, continuamos viéndonos no sólo para la preparación de exámenes, sino también solíamos pasear juntos e inclusive practicamos el coito varias ve-ces. Pude terminar aquella sinfonía inconclusa del primer encuentro y el placer que me regala-ba Irma compensó aquello con creces. Llegamos bien preparados a los exámenes y los apro-bamos. En los últimos encuentros noté un aire de tristeza en ella. Por momentos más callada, más apática. No me lo podía explicar muy bien, pues en nuestra intimidad no escatimaba ni ca-ricias, ni cariños. Estaba enamorada de mí y no necesitaba decirlo. Pero, no sé. Un día el padre de Irma me invitó a cenar a su casa, me felicitó por lo bien que habíamos hecho las cosas. Me contó cosas de su vida de estudiante, de su fábrica, de la técnica y me estimuló a que siguiera ingeniería tal como lo tenía planeado, se ofreció a orientarme y a prestarme ayuda en la Uni y también me confirmó que Irma no paraba de hablar de mí en casa. El cubo de agua fría vino al final de la tertulia. Irma iría a estudiar a Europa. Sentí un dolor profundo que me congeló la san-gre.
- ¿Cuándo vuelva os seguiréis viendo, verdad?. dijo su madre.
Estaba claro que esa gente trataba de hacerme el menor daño posible. Irma no habló más en toda la noche. Cuando salí de su casa Irma no me acompañó, se fue corriendo y casi llorando a su habitación, pero sí lo hicieron sus padres. La madre me tomó amistosamente del brazo y caminó un par de metros conmigo. - - No se lo pongas difícil a Irma. Ella llora todas las noches y sé que te quiere, pero debe de ser así. Los estudios de Irma deben ser también para ti importantes. Me besó la mejilla.
Caminé, caminé, caminé y seguí caminando. Llegué a una plaza tranquila, me senté en un ban-co solitario y lloré a mis anchas. Me había enamorado de Irma. Nos seguimos viendo pero ya no era como antes. Era un amor sin futuro. Ella lógicamente contenta de ir a Europa pero también triste por abandonar los lazos de los años de adolescentes. No quise hacernos promesas, pues nunca se cumplen. Un día se fue y no volví a escuchar más de ella.
Cuando cumplí 18 años mi madre preparó un almuerzo. Ella era una buena cocinera, domina-dora perfecta de la cocina italiana, francesa y criolla. Invitamos al primo Alberto, Herminia, Ro-sita, Xantina, Max y al Micha, un compañero de escuela que en los últimos años se pegó a las actividades mías y de Max y también a mi tía María, que no vivía muy lejos de nosotros. Mi pa-dre estaba en viaje de negocios. La tía María fue la única que no vino. Llamó a mi madre por la mañana diciendo que no se encontraba bien.
Comimos, conversamos, escuchamos música, y hasta bailamos sin que nadie se pasara de la raya, cosa muy rara contando con la presencia de Alberto y Rosita, pero no pasó nada alar-mante. Herminia se pegó bailando un par de veces a mi cuerpo, pero fuera de estregarnos los bajos vientres el uno al otro, no pasó nada más. Mi madre parecía imponer respeto tan sólo con su presencia. Pude mostrar la nota de nombramiento de la institución bancaria y festejamos que mi destino fuera justo en nuestra ciudad, apenas a 1 kilómetro de mi casa. En dos semanas comenzaba a ganar mi propio dinero oficial. Por la tarde las chicas se fueron, Alberto lo hizo un poco más tarde y Max, Micha y yo nos fuimos a pasear por el centro y a tomar el café al que nos había invitado Max. Conversamos hasta entrada la madrugada. El tema principal: las muje-res y todo lo que acompaña al tema. Los tres teníamos la misma edad, 18 años y creo que a esa edad, con una mente sana y sangre latina, quién más, quién menos, habla sólo de un tema principal, «mujeres», los demás son temas secundarios de mayor o menor grado. Max (de Ma-ximilian) mostró siempre su sangre germana dándole igual valor a su trabajo (pronto terminaría su formación como diseñador de joyas) pero Micha (de Michel, su padre era francés, pero el padre de Max le llama Micha por el alemán Michael), permanecía en la línea general latina.
Al día siguiente mi madre me mandó a ver como le iba a la tía María y que de paso le llevara un trozo de la tarta de cumpleaños. Allá fui. La puerta estaba abierta pero llamé antes de entrar pa-ra evitar sorpresas. Salió la tía me hizo pasar y al entrar, eché cerrojo a la puerta tras de mí. Ella en realidad no tenía nada pero no quería encontrarse con mi primo Alberto en mi casa, por eso no fue. Yo apenas si me acordaba de ese asunto y así resurgió el tema nuevamente. Me felicitó por mi cumpleaños con un fuerte abrazo y un beso. Al abrazarla noté un buen cuerpo ti-bio. Pero esa no era mi inquietud en ese momento. - - ¿Por qué no quieres ver al primo Alberto? - - Tú sabes por qué. - - ¿No lo entiendo, si te molesta hacerlo por qué lo haces? - - Porque no puedo hacer otra cosa.
Y después de un largo tira y afloja, de serias promesas y juramentos de silencio, aplicando con-tinuamente el tirabuzón para sacarle las palabras y por ser algo así como un cómplice de ese asunto turbio, me enteré de lo sucedido.
Una semana antes de que yo los pillara en la cama. Mi abuela, que vive con mi tío Pepe se en-contraba mal y el tío le pidió a la tía María que viniera a cuidar de la enferma. La abuela tenía fiebre a causa de un resfriado pero en una mujer de 85 años la fiebre puede ser peligrosa. De manera que tía María se fue preparada para pasar algunas noches con su madre. Como la tía también cocinaba bastante bien, preparó unas cenas suculentas y sabrosas y una tarde con un buen cordero al horno se bebieron también un buen vino, pues mi tío Pepe poseía una buena bodega. Aparentemente se bebieron más de una botella, y la tía se fue temprano a su habita-ción. Sería la media noche cuando sintió algo que la despertó y vio, que con las luces encendi-das, mi tío y el primo le habían abierto el camisón y quitado las bragas, mi primo se había montado en ella y se la estaba follando a placer, mientras que mi tío la fotografiaba a su gusto desnuda, con jinete y sin jinete. Quedó sin habla, pero mi tío enseñándole la cámara de fotos le indicó que se quedara tranquila hasta que acabaran.
Sin escuchar protesta alguna, mi primo caliente como estaba, se la terminó de follar largándole toda la esperma sobre su cuerpo. Luego la obligaron a darse vuelta en la cama y mientras mi primo la penetraba por detrás, mi tío obligaba a su propia hermana, a que se la mamara, ame-nazándola con las fotos. Una violación de corte clásico por la que, debido a las fotografías, y al Señor García, sin hablar de la vergüenza, estaba obligada a guardar silencio. El día que yo los pillé en la cama, mi primo vino a devolverle las fotos tomadas, no sin antes obligarla a que se dejara follar nuevamente a su gusto. Los negativos los tenía el tío en garantía de que ella no haría ningún escándalo. Me quedé atónito y sin palabras. Me sentí eróticamente exaltado, pues el relato ya me había formado un bulto, pero también me dieron nauseas. No podía creer que me estuviera diciendo la verdad, pero tampoco tenía una razón para mentir y el asunto se veía ahora más claro y más lógico su comportamiento. - - Ahora, comprenderás por qué no te invité a la fiesta, como tu dijiste ese día, dijo ella
Y prosiguió - Tú no eres así. Lo sé. - - Tienes razón, si eso fue así como me lo cuentas, me repugna, pero no quita que tu me sigas gustando y Alberto se comió el pastel que yo deseaba y que me perdí por ser un buen chico. - - ¿Qué me quieres decir con eso? - - Que sigo teniendo ganas de ti. Yo no soy capaz de violarte como lo hicieron ellos pero me gustaría terriblemente hacer el amor contigo. Tú eres la más bonita de toda la familia.
Allí fui exactamente a donde tenía que ir. - - ¡Qué me dices de tu madre! - - Bueno, ella tiene otra belleza, una belleza madura mientras tú tienes una belleza juvenil. Tú eres la más joven de todas las mujeres bellas de tu familia.
La abracé y la acerqué a mi cuerpo. Estaba tocada y no se resistía. - - Quiero besarte, le dije y correspondió mi beso.
La apreté a mi cuerpo. Los besos se convirtieron en chupones. La tenía tomada de los cachetes del culo y la apretaba contra mi bulto. No ofrecía resistencia. Le pasé la mano por debajo de las faldas. Acariciaba ya sus nalgas y comenzaba a pasar la mano por debajo de sus bragas. Mi dedo índice comenzó a girar en torno de su ano y seguía buscando. Ella me ofreció su boca en un beso apasionado. Mi mano estaba ya donde yo quería. Dos dedos míos se fueron en busca de las profundidades de su coño. Comenzó a gemir de placer. Le llevé su mano a mi bragueta y bajé la cremallera. Ella metió la mano, buscó mi polla y la apretó con ganas mientras seguía gi-miendo por mis masajes. Sacó la polla que había alcanzado el mayor grado de endurecimiento. - - ¡Métetela en la boca!, le dije al oído - y después nos vamos a la cama.
Se arrodilló. La tomó entre sus dos manos y la miró como si contemplara algún artículo espe-cial. Abrió la boca levantando la cabeza buscando mis ojos y se la tragó. Yo me sentí desfalle-cer y cerré mis ojos. Su mamada fue genial. No puedo hacer comparaciones con lo vivido ante-riormente pero el sólo echo de que fuera ella, la famosa y codiciada tía María, quien tenía mi polla albergada en la boca y además voluntariamente, me transportaba al placer máximo. Co-menzó a chupar con gran destreza. Sabía muy bien lo que había que hacer para mandarme al cielo. Comencé a sentir un dolor de huevos por la dureza de mi pene. - - Quiero ir a la cama contigo, le dije.
Se levantó, me tomó de la mano y me llevó al dormitorio. Se desnudó. Me desnudé. Yo comen-cé a observar su desnudez mientras ella cerraba los ojos. Tenía un cuerpo muy bueno. Tetas firmes cuyos pezones comencé a morder. Buena figura de hembra. Le puse mi pene entre sus tetas de manera que la punta le llegara a la boca y apretándole las tetas contra el pene comen-cé a fregársela. Abrió la boca dispuesta a cobijar lo que le ofrecía. Cada vez que se la ponía entre sus labios la succionaba y yo se la dejaba cobijar donde la tenía.
Volvía a besar su boca. Sus senos. Mi cuerpo corría hacia abajo hasta que mi boca estaba junto a su boca. La besé y sin dejar de besarla con mis manos le abrí y levanté sus piernas que ella tomó en sus manos manteniéndolas alzadas y ofreciendo así la plenitud de su coño para ser penetrado. Acomodé mi polla donde debía de estar y por fin la metí en el coño más nom-brado y deseado entre los mayores (y menores) de la familia, fuente de muchos sueños eróticos y pornográficos y destino de muchas pajas. Se cumplía un deseo nunca expresado pero siem-pre latente en mi subconsciente. Cerró los ojos y no volvió a abrirlos hasta que terminara de fo-llarla y eso por que sufrió un orgasmo de puta madre. No quise pensar más en nada. Me daba lo mismo lo que pasaría. La forniqué a conciencia y vertí todo mi contenido de leche dentro de su vagina. Ya no estaba para sacársela a tiempo. - - Eres muy bueno, me dijo, - gocé contigo.
Un polvo para anotarlo en el libro de mis memorias.
Nos vestimos. Ya en la puerta de salida la tomé en mis brazos y apretándole los cachetes del culo la besé.
Se abrazó a mí. - - Feliz cumpleaños, me dijo dándome un beso. La retuve ceñida a mi cuerpo. Me volvió a be-sar en la mejilla y nos separamos.
No volví a ir a la casa de mi tío hasta el día en que murió la abuela y me distancié casi total-mente de mi primo. Mi madre nunca preguntó el por qué, aunque pareció satisfecha.
La época en que yo tenía entre 18 y unos 22 a 23 años fue una época de experiencias excitan-tes y algunas fueron transcendentales. Trataré de ordenar un poco mis recuerdos para relatar tan sólo aquello relativo al tema que nos ocupa. Lo más trascendental fue la muerte de mi padre antes de que cumpliera los 20 años. Murió de un ataque al corazón rodeado de su familia. Yo no pude verlo en su funerario, pero días después fui con mi madre a su tumba. Mientras yo re-cuerde nunca le faltaron flores frescas.
Ya antes de la ruptura con mi primo Alberto, tenía yo más contacto con mis amigos Max y Mi-cha. Especialmente pasaba más tiempo con Max. Micha era deportista tenía un cuerpo atlético bien formado y andaba siempre mostrando sus músculos y haciendo presencia ante las chicas. Le gastábamos bromas gritándole: - - ¡Me miran!, ¡Me miran!, y el se enfurecía.
Max tenía un carácter alegre y era un buen camarada. Buena presencia, alto, cabellos castaño claro, ojos azules. Por su habla alemana tenía dificultad para pronunciar la «R» española, y así en lugar de decirle "mira que rica que está la nena" le decíamos "mira que guica". Por nuestras bromas lo obligamos a realizar un curso de pronunciación. Se mejoró bastante pero no se curó nunca. Bueno y yo también recibía lo mío, especialmente con respecto a mi cabellera larga, ne-gra y ondulada, me decían "el indio".
Ana, la hija de la Sra. Elfriede, sería unos 7 años mayor que yo. Era como dije antes también cliente de mi madre. Cuando yo, y siendo ya un adolescente bastante crecido, le iba a hacer entregas o a llevar algún recado en primavera o verano, casi siempre me recibía en bragas y sostenedor, sin inmutarse en lo más mínimo a pesar de que varias veces observó muy bien la estrechez de mis pantalones al verla. La experiencia que hice con su madre ya es conocida.
Tiempo antes de terminar con mi bachillerato solía ir a la casa de Max, dónde experimentába-mos con trenes eléctricos, equipos de fotografía, y diversas otras cosas técnicas y en ocasiones me invitaban a comer. La madre de Max, una mujer de unos treinta y algo, era rubia, alta, de cuerpo robusto y atlético, varias veces ganadora de la copa de tenis Interclubs, en general de aspecto agradable y de carácter alegre. También tenía la costumbre de pasearse por la casa en paños menores y hasta, para goce mío, a menudo sin sostenedor. Tenía senos bien formados que fueron el objeto de varias pajas que me tuve que hacer en esa época especialmente cuan-do un día en que estaba esperando a Max se fue a dar una ducha, dejó la puerta del baño en-treabierta y pude ver como se desnudaba y se duchaba constatando que su rubio era natural. Cuando salió envuelta en una toalla, no le oculté el bulto que tenía a lo que simplemente dijo: - - ¿Te gustó? - - ¡Y como!, le dije, puede repetirlo cuando quiera. y abriéndose la toalla se mostró desnuda preguntando: - - ¿Qué encuentras raro en mi cuerpo?, no tengo tres tetas, no tengo la barriga peluda, no tengo nada particular, ¿o nunca has visto una mujer desnuda?.
En principio tenía razón, pero no le pude explicar que algo así tampoco se veía todos los días así porque sí. Sólo se me ocurrió decirle: - - No señora, si el problema está en que todo es perfecto y yo no soy de piedra. - - Eso no necesitas decirlo. Se te nota.
¿Tendrían otro concepto de la sexualidad?. ¿No serían tan calentones como nosotros?. Elfriede respondía a esas preguntas negativamente, Max se calentaba bastante, cuando se encontraba frente a un buen culo o frente un fornido par de tetas. No sé, pero de cualquier manera esa mujer me excitaba. Yo tenía 19 años.
Los padres de Max estaban asociados a un club alemán o algo así, donde se iban a pasar a veces los fines de semana a las afueras de la ciudad. Un domingo fui con ellos. Nos pasamos la mañana jugando al fútbol y paseando junto al río. Después de comer Max y su padre se fue-ron a dormir la siesta en las dependencias del club. Yo no duermo nunca la siesta y la señora Erica, que así se llamaba la madre de Max, me pidió que la acompañara a dar un paseo junto al río. Llegamos a una laguna de agua cristalina, nos sentamos un rato bajo un árbol. Hacía mu-cho calor y de pronto Erica dijo: - - al agua, nos damos un baño pues hace mucho calor - - no tengo bañador, Erica - - y para que lo quieres. Acá no hay nadie que se moleste por eso.
Se desnudó y se fue al agua. Yo ya tenía la polla como un bate y ella hacía señas con la mano para que fuera al agua. Bien,- "como quieras Erica"-, me dije. Me desnudé, sin ocultar lo que llevaba y especialmente como lo llevaba. Cuando estaba junto a ella, me miraba la polla y se reía. La cogió en la mano y apretándola me preguntó: - - ¿Adónde vas con esto?, acá no hay ninguna guerra así que baja el arma. Seguía sin soltár-mela. - - Ud. quiso que nos bañáramos y ya sabe lo que me pasa cuando la veo desnuda. Y le tomé una teta entre mis manos. - - ¿Vemos quién aprieta más?. Me dio un leve tirón de polla hacia adelante. - - No Erica, yo quiero jugar a otra cosa, y le eché las dos manos al culo, apretándola contra mí. Me soltó la polla y como era alta y yo, justo en ese momento la apretaba hacia mí, la polla se le metió entre las piernas justo por debajo del felpudo y tan ceñida que noté como se le deslizaba por la raja. - - Ves, eso ya es guerra y en estos momentos prefiero la paz,
dijo tranquilamente teniéndo mi pene endurecido metido entre sus piernas y desprendiéndose de mí con un empujón se fue a nadar.
Llegué a la conclusión de que era una calientapollas y quería dar siempre muestras de su segu-ridad ante las situaciones difíciles. Quizás quería demostrar que la sexualidad no era su punto débil, aunque no me convenció en ese sentido. Pensé que algún día terminaría violada con ale-vosía por algún macho latino menos cultivado, que en ese tema no acepta bromas. No insistí más con ella. Tampoco me provocó más, pero ese día me tuve que hacer una paja pues me hervía la sangre. No sé si la violaron o no, pero 25 años después moriría martirizada por la en-fermedad de [email protected]