Recuerdos eróticos (IId: El éxodo, Cristel).
Mi madre, otro punto de preocupación para mí, se había casado dos años antes con un empleado de comercio, viudo, con hijos muy mayores, buena persona. Se había mudado de casa pero continuaba cosiendo; le gustaba hacerlo. Me alegré mucho por ella. Su marido era un buen camarada para ella. Hombre culto, solíamos tener conversaciones interesantes cuando les visitaba. Me entendía bien con él. Conocí a su familia pero no llegué nunca a intimar.
A medida que se profundizaba mi relación con Cristel, se desmoronaba proporcionalmente mi relación con Marisú. Ella dejó de interesarme como mujer. Más de una vez habíamos hablado de separación y de divorcio. Ese asunto flotaba en el aire y yo sabía como se resolvería, lo que no sabía era cuando. La cosa se apresuró un poco cuando Cristel quedó, voluntariamente, embarazada. Lo decidimos conjuntamente, lo discutimos, lo resolvimos y lo ejecutamos. Nos alegramos mucho cuando el médico constató que estaba embarazada. Cristel era la propietaria de la casa en la cual vivía por herencia directa recibida de su padre, de manera que su madre no opuso resistencia alguna cuando nos decidimos a vivir juntos en su casa. Pero nos pusimos también de acuerdo, en que por el momento no habría boda ni a pesar del embarazo. Le comuniqué a Marisú mis planes. Ella se mudó a casa de sus padres e iniciamos los trámites de divorcio. Se adjudicó a su tiempo y así, sin pena ni gloria, terminó mi primer matrimonio. En casa de Cristel montamos mi taller de armado y reparación de radio y televisión.
El taller comenzó a aumentar el volumen de facturación, especialmente en el armado, de manera que comencé a emplear algunas chicas con contrato temporal para el trabajo de montaje por las tardes pues las mañanas la empleaba para las compras, administración y para los trabajos de service. Nuestra hija Isabel tenía ya unos meses y todo andaba bien. Cristel había potenciado su estimulación sexual y tenía noches de calentura en que no paraba de pedir más. Para ayudarla en las tareas de la casa empleamos una chica "Merce" que trabaja por las mañanas siete días a la semana. Merce tenía 16 años, bien formadita de cuerpo. Comencé a tirarle bromas a las que se unió también Cristel. La chica andaba siempre en guardia pues ya le había prometido que cuando la tuviera sola en el dormitorio me la iba a follar. Un día la asusté amagando que le metía la mano entre las piernas por lo que Merce pegó un salto y se abrazó a Cristel. Cristel la retuvo por la cintura y subiéndole la falda me mostró el culo diciendo: - - Vamos a terminar de una buena vez. Dásela por detrás que yo le chupo las tetas.
Nos reíamos, pero no me quedé seguro de que todo fuera una broma. Merce no se resistió mucho y si hubiese hecho lo que dijo Cristel creo que hubiese participado de buen gusto. Un día Cristel me pide que observe bien a Merce a ver si descubría algo especial. Al cabo de un rato me di cuenta lo que Cristel quería decir. Merce estaba limpiando una alfombra con una rodilla puesta en tierra mientras que la otra pierna se apoyada al piso con el pie, de manera que la falda dejaba ver bien el recorrido de sus entrepiernas. No llevaba bragas.
Cristel me asintió con la cabeza como diciendo "ahora". Se la llevó al dormitorio y al entrar me hizo señas de que me agregara. El haber visto la zona íntima de Merce me había excitado. Entré, ambas estaban haciendo la cama. Una de cada lado. Hice como si fuera a recoger algo de la mesilla, del lado en que estaba Merce. Al estar detrás de ella la tomé con una mano por detrás sobre el pecho y la otra mano se la puse entre las piernas buscando su intimidad. Gritó pero más por susto que por resistirse. Cristel se apresuró hacia nosotros cerrando la puerta al pasar. Yo ya le estaba pasando el dedo por su vagina cuando Cristel le abrió la blusa y comenzó a chuparle los pezones. Merce comenzó a dar gemidos de placer. Estaba muy alterada y temblaba por lo que estaba viviendo. La tumbamos sobre la cama, saque mi pene y comencé a penetrarla. Respiraba agitadamente y dejaba hacer. Cristel la besaba en la boca. Le entré la cabeza y sentí una resistencia. Comprendí que era virgen y mientras le chupaba los pezones fui empujando. Pronto un chillido y estaba penetrada. Cristel me sacó la ropa sin que yo abandonara mi posición de privilegio. Ella también se desnudó y por fin desnudamos también a Merce. Cristel me alcanzó un preservativo y volví a colocar mi pene dentro de ella y a follarla lentamente mientras Cristel la besaba y le chupaba los senos. Siguió besándola bajando la cabeza hasta ubicarla donde yo estaba haciendo lo mío. Comenzó a lamerle los labios vaginales y a besar mi pene cada vez que salía, a pasarle el dedo alrededor de la vulva. Merce se corrió dando un grito. Yo seguía bombeando pues todo aquello era nuevo y excitante. Cristel la seguía besando; le chupaba su ombligo, sus pezones, se puso los senos puntiagudos en la boca y los succionaba como para arrancárselos, le besó - mejor dicho le chupó - la boca y se montó sobre ella sin presionarla y poniendo su sexo delante de la boca de Merce le dijo: - - Ahora te toca a ti hacerme gozar.
Yo terminé mi trabajo y estaba demasiado excitado para continuar en eso. Me quedé observando el trabajo de lengua de Merce. Cristel gozaba y se corrió. Cerró los ojos suspirando como si la hubiesen desgarrado por dentro. Era interesante ver esos dos buenos cuerpos de mujer haciéndose el amor. Por fin nos sentamos desnudos en la cocina, bebimos un refresco y nos vestimos. Cristel se citó a la tarde con Merce para ir al centro y comprarle algo para vestir. Y así lo hicieron. Merce nos pertenecía.
Los próximos días transcurrieron normalmente. A los 10 días, una noche Cristel me dice: - - Mañana vamos a probar otra cosa con Merce. Prepárate para que te la chupe.
Y así fue. A media mañana del día siguiente Cristel toma a Merce de la cintura: - - Vamos al dormitorio. Quiero estar contigo.
A Merce le subieron los colores de excitación y la acompañó. Pocos minutos mas tarde me incorporaba yo también a la fiesta. - - Tú siéntate y observa, que tu turno viene más tarde.
No sabía muy bien por donde iban los tiros pero en ese tema aprendí rápidamente a dejar hacer a Cristel. Lo hacía todo muy bien. Estaban desnudas y comenzaron a besarse y a chuparse los pezones. Merce tenía fuertes tonos rojos en las mejillas, signos de su calentura. Cristel se colocó en 69 pero se apoyaba con las manos en la cama y con la cabeza erguida, de manera que ella no hacía nada más que cerrar los ojos disfrutando, mientras Merce le chupaba sus partes sexuales. Cristel se corrió. - - Ahora te toca gozar a ti.
Cristel se tumbó con las piernas colgando de la cama de manera que Merce se colocó en la misma posición en que Cristel había estado, con las manos apoyadas en el borde de la cama y Cristel comenzó a chuparla al tiempo que me hizo señas con la mano. Entendí lo que había pensado. Me desnudé. Mi pene estaba ya como un bate. Me acerque a la cama. La boca de Merce quedaba justo a la altura de mi pene, la tomé por los cabellos de su nuca, sin hacerle daño y le forcé los labios sobre mi pene. Entendió lo que debía de hacer, abrió la boca y lo aceptó al tiempo que cerraba los ojos, pero por el placer que en ese momento le ocasionaba Cristel. Comenzó a chupar, dejándose llevar por mí en los movimientos. A mí me subía la presión a niveles increíbles y ya más que hacérsela mamar, me la estaba follando por la boca. - - Traga sin escupir, le dije.
Y me descargué en su boca gritando de placer. Cuando se la saqué le corría un hilo de semen por la comisura de los labios. Le levante la carita y la besé. Comencé a darle besos de lengua, a entrarle la lengua en la boca y a pasársela por sus labios. De pronto gimió de placer. Cristel había hecho su trabajo con pleno éxito. Merce se dejo caer sobre la cama yo me coloque a su lado poniéndole mi pene en su mano y susurrándole al oído: - - Acaríciame donde más me gusta.
Cristel le besaba y le chupaba el culo sin parar. Merce estaba agotada de placer. Cristel comenzó a besarla en la boca, a chuparle los labios: - - ¿Quieres tener cosas más bonitas y más excitantes?. Yo no entendí lo que iba a pasar. - - Tú prepárate para la segunda vuelta me dijo. Merce se reía sin saber por donde iban a salir los tiros. Cristel la besaba.
Cristel se colocó en un 69 pero alegando que los bordes de la cama eran duros se colocó unos almohadones por debajo obligando a Merce a que se arrodillara sobre el colchón para llegar con su boca a la vulva de Cristel. Y comenzaron la tarea. Las dos se chupaban los coños incontroladamente. Cristel le metía el dedo en la vagina a Merce y luego el dedo húmedo se lo introducía en el ano. Merce hacía lo mismo y gemía cada vez que sentía el dedo. Estaban en eso y yo con mi bate listo para cualquier remate cuando Cristel me señaló el culo de Merce. Me acerqué con la polla lista para el asalto. Cristel pasó las puntas de los dedos por la vulva de Merce recogiendo todo los jugos que en ese momento abundaban por allí y me los pasó por el pene humedeciéndolo. Lo mismo hizo con el ano de Merce, le abrió las nalgas y me guiño un ojo. Yo apoyé el pene en ese ano. Merce giró la cabeza:
- Entraré despacio y con cariño le dije
Cristel intensificó sus chupadas con lo que Merce se distrajo lo suficiente como para introducir la punta. Seguí penetrando mientras Merce gemía. Permanecí quieto un poco para facilitar la dilatación. Cristel seguía chupando para distraer a Merce. Y la penetré. Cristel desde donde estaba me acariciaba los testículos. - - Levántala que tengo que ir al aseo, me dijo Cristel
Yo tomé a Merce con ambos brazos apretándola por el bajo vientre de manera que la levanté obligándola a apoyar sus manos sobre la cama quedando así apoyada por delante y suspendida por detrás por el único apoyo que le ofrecía mi polla metida en su culo. Así pude terminar la penetración hasta el máximo posible. Cuidando de que no se le saliera, nos pusimos en cuatro patas sobre la cama y la follé por el culo. Se corrió otra vez y yo volví a tener un orgasmo dentro de ella pero esta vez sin preservativo. Cuando volvió Cristel estábamos tumbados de lado, los dos respirando agitadamente, mi pene estaba todavía dentro del trasero de Merce que me apretaba como un guante de goma y yo sentía placer en dejarla donde estaba. Cristel y Merce se besaron y se acariciaron como dos amantes. Nos lavamos y nos vestimos. Cristel se citó con Merce para la tarde a fin de ir al centro a comprarle algo para vestir. Merce nos pertenecía totalmente.
Cristel no tenía límites en su fantasía erótica. Nosotros dos teníamos una vida sexual muy activa y nos regalábamos mutuamente mucho cariño y atención. A mí me hubiese bastado con tener a Cristel, pero Merce se había convertido en un objeto sexual para ambos, algo erótico, algo excitante, algo que nos llevaba a un placer casi desconocido. Cristel lo aceptaba porque ella también gozaba con eso y no me dejaba a mí fuera de ese goce sexual. Integramos a Merce en nuestra vida, cuidando yo de no hacer nada que pudiera despertar celos o enfado en Cristel. Ella era la organizadora de esos juegos, yo me limitaba solamente a actuar de acuerdo a sus deseos y Merce gozaba con ambos y además se sentía muy bien protegida entre nosotros. Cristel y Merce se repartían las tareas de la casa como buenas compañeras, tomaban café juntas antes de comenzar las tareas, hacían juntas una pausa refrescante y yo las trataba a las dos como si fueran mis amantes. Yo participé un par de veces para hacer un buen trío pero la mayor satisfacción la tenían ellas. No siempre pero a menudo se iban un par de horas a la cama antes de comenzar las tareas. A mi no me molestaba mientras yo tuviera lo mío.
Comercialmente me iba bien. Había aumentado el trabajo de manera que decidí alquilar una pequeña nave industrial a las afueras de la ciudad pero fácilmente accesible con mi motocicleta y un utilitario que compraría poco más tarde. La nave permitía montar en un altillo un escritorio amplio, que amueblé cómodamente con sillones y hasta con un canapé. Montábamos televisores y radios. Las chicas, ahora cuatro seguían viniendo por las tardes con el autobús, mientras que para atender al escritorio, tomé 3 veces a la semana día entero, lunes, miércoles y viernes, a Susana, una chica de 18 años que acababa de realizar unos cursillos de secretaría, mecanografía y contabilidad.
La cuarta chica que había ocupado era Emilia, tenía 12 años. Por indicación de una de mis chicas, Emilia vino un día al taller acompañada de su madre. La señora me contó que Emilia acabada de salir de la escuela y no quería seguir estudiando pues no le gustaban los estudios. Como no tenía muy buenas compañías quería sacarla de la calle el mayor tiempo posible. Pensó que quizás yo la pudiera emplear pues entonces viajaría con las otras chicas. Emilia podría realizar trabajos sencillos hasta que aprendiera y si yo quería también se podría hacer cargo de la limpieza.
Observé a Emilia. Tenía los rasgos faciales de los pueblos autóctonos. Altura media para su edad, piel canela, cabellos azabache brillante, ojos negros vivarachos dejaban notar su juventud y su picardía. Me pareció simpática y decidí emplearla como cuarta del taller y además, martes y jueves por la mañana, para la limpieza y diversos menesteres de trabajo. Así que comenzó a trabajar inmediatamente.
Desde el escritorio yo podía observar desde una mirilla lo que pasaba en el taller sin ser visto. No acostumbraba a vigilar a las chicas pero sí mirar un par de veces de que todo siguiera su curso natural. Un día de mañana, al mes de haber comenzado a trabajar y por pura casualidad, pude observar como Emilia hacía desaparecer por el escote de su vestido una radio pequeñita de bolsillo, que en aquella época no eran valiosas pero sí populares entre la gente joven. Me indigné y luego de reflexionar la llamé para que subiera a conversar conmigo. - - Te he visto esconder algo en tu escote. Era una radio de bolsillo. Ella se sonrojó y no contestó. - - ¿Me la vas a dar o te la saco yo personalmente?. Ella echó mano a su escote y depositó la radio sobre la mesa. - - No te puedo mantener aquí puesto que no eres de confiar. Además tendré que conversar con tu madre y quizás también con la policía. - - No señor. Mi madre no me lo perdonaría y no quiero tener nada que ver con la policía. No haga eso por favor, se lo ruego. Su rostro mostraba angustia. Estaba nerviosa.
Me había entrado la curiosidad y hasta alguna idea morbosa. - - Bien, quiero estar seguro que no tienes nada más escondido. ¡Quítate la ropa!.
Se quito el vestido y se quedó con braguitas. - - Las bragas también y dame la ropa. Así lo hizo.
Hice como que revisaba la ropa y me quedé mirándola. Aún no había vello que cubriera su intimidad. Tenía un cuerpito bien torneado, con unas tetitas bien crecidas, pezones negros y duros, una pulpa saliente que ella intentaba cubrirse con las manos y un culito verdaderamente excitante. La observé sin decir palabra. Ella estaba ruborizada. - - ¿Eres virgen? - - No señor. No lo soy. - - Así que tienes novio, amigo o algo parecido. - - No señor, no tengo. - - ¿Te desvirgaste sola? - - No señor, fue jugando con mi padre. El lo hizo. - - Sigues teniendo relaciones con él. - - Sí señor, desde entonces siempre que podemos y cuando mi madre está trabajando. - - Es decir que sabes follar por la concha, por el culo y hasta la mamas. No contestó. - - Pues ven acá, ábreme los pantalones y sácame la polla fuera.
Por la conversación y por las ideas eróticas algo confusas yo tenía ya un buen garrote y húmedo. Emilia se acerco y lo hizo. Se quedó parada delante de mí. Yo me senté en el canapé. - - Arrodíllate delante de mí y chúpala.
Me hizo una mamada de categoría: Con 12 años era una experta que acompañaba sus movimientos labiales frotando sus dos manos sobre la polla al mismo ritmo que lo hacía su boca. Mis dos manos se habían clavado en su nuca. Mis dedos se enredaban en sus cabellos y la obligaba a metérsela al máximo en la boca. Me corrí en su boca mientras ella tragaba y lamía. Era una experiencia realmente excitante tener esa niña desnuda entre mis piernas haciéndome una mamada magistral. Ella quiso retirar su cabeza pero yo le mantuve el pene dentro de su boca. - - Continúa lamiendo y pasándole los labios hasta que yo te lo diga y bésame también las pelotas. Después quiero probar tu culo.
Tenía un culito de niña, saliente, tenso y muy excitante. La dejé arrodillarse en el canapé mientras que yo parado en tierra me ubicaba en su retaguardia. Tenía la posición perfecta. Le abrí las nalgas y allí estaba el agujero oscuro. La lubriqué con sus vertidos y con el que ya me estaba goteando a mí. Asenté la cabeza de mi pene y empujé. Entró estrechamente pero sin resistencia. Gracias al trabajo previo de dilatación que su padre había realizado, me pude acomodar dentro de ese culito con facilidad y penetrarla totalmente. Mi mano derecha jugaba con su intimidad. Ella comenzó a moverse. Le metí dos dedos dentro de su argolla. Sus movimientos aumentaron al tiempo que mi polla se hinchaba. De pronto sentí la humedad que corría por mis dedos. Le pase mis dos manos por detrás hasta su vientre y manteniéndola con firmeza comencé a follarla con ahínco y placer. Metiendo y sacando mi pene de su culo con una velocidad en aumento. Cuando me vacié la levanté en vilo dejándosela clavada y bajándola luego hasta que apoyara sus manos en el piso haciendo una carretilla. Tardé minutos en vaciarme y muchos más para sacársela. Yo seguía excitado viendo su ano rodear la base de mi polla. La tenía toda adentro y su interior ardía.
- Bien, esto quedará entre tú, tu padre y yo. No diremos nada, no conversaré con tu madre ni tampoco habrá policía, pero tu serás mía cuando y como yo te lo diga. ¿De acuerdo?. - - Sí, señor.
Así me hice de un juguete sexual que usé a voluntad. Ella era una putita que encontraba mucho gusto en recibir y expender placer. Me calentaba el saber que podía disponer de esa miniputa a plena voluntad y comencé a gozar de las posibilidades que se abrían. Los días que ella venía por la mañana estábamos solos. Corrían los meses de verano y el calor apretaba. Cuando mi excitación sexual era extrema le hacía hacer su trabajo desnuda y le tiraba dos o tres polvos mañaneros. Sobre la mesa del taller, sobre el escritorio, en el suelo, en el canapé, en cuatro patas, haciendo la carretilla, en todas las posiciones que se me ocurrían. Ella siempre estaba dispuesta a hacer todo lo que le decía, aunque fuera el más morboso de los juegos. Teníamos juegos preferidos; disfrutaba mucho sentándome en mi escritorio mientras que ella se colaba por debajo la mesa y me la mamaba hasta llenarse la boca de leche, o hacíamos la carretilla y la paseaba por todo el taller con mi polla metida en el culo, sosteniéndola por el vientre y andando sólo apoyando las manos.
Otro de los preferidos que aprendió conmigo, era acostarse de espaldas sobre el escritorio dejando colgar la cabeza hacia atrás al tiempo que se comía toda la polla. La succionaba hasta que le pasaba la cavidad bucal y le entraba en la garganta. Llegado ese punto me pasaba la lengua por los testículos y chupaba lentamente. Le soltaba el chorro de leche en la cara mientras ella abría la boca para tragar el máximo posible. Era estrecha tanto de culo como de vagina de manera que mi polla se acomodaba dentro de ella sin resistencia pero sobre todo sin holgura. Sabía perfectamente bien lo que me gustaba y lo aplicaba inexorablemente. Cuando me veía trabajando en mi mesa se acercaba y daba unas golpecitos con la palma de la mano sobre la mesa escritorio, en mi lugar de trabajo. Era la señal para que me sentase sobre la mesa, ella se ubicaba en mi silla de escritorio, me abría la bragueta (si tenía el pantalón puesto) y se metía todo el aparato en la boca. Esas mamadas duraban, cuando poco, media hora. Aplicaba todas las artes de la musculatura bucal, de las manos, de los dedos. Me hacia vaciar hasta las reservas de la semana y me dejaba agotado. Lo que más le gustaba a ella era recibir por detrás. Sólo el sentir que la penetraba por el culo le hacia tener un orgasmo. Cuando me decía;
- ¿No me da propinita hoy, señor?, es que quería que se la diera por el culo.
Según me contaba Emilia, no sólo se la follaba su padre, sino que también solía venir un tío, hermano de su padre y ella tenía que servir a los dos. A su hermana, un año menor que ella, la desvirgó también el padre y también se la follaba el tío y a veces algún amigote del padre, previo pago. Pero esas orgías no eran frecuentes porque su madre, que no sabía ni sospechaba nada, estaba mucho tiempo en casa y Emilia era lo suficientemente astuta como para no dejar ni un mínimo de sospecha.
Transcurridas unas 6 semanas desde la primera vez que la follara, me di cuenta que no era yo el que la poseía, sino por el contrario ella a mí. Vivía casi alucinado con esa chiquilla. La veía por todas partes, en todas las posiciones. Constantemente tenía frente a mis ojos su boca chupando y tragándose mi pene hasta el no va más, su culo totalmente lleno con mi polla, mientras su ano se abría como un anillo de goma que me ceñía y me hacía gozar y su vagina, cubierta apenas con una pelusa, totalmente penetrada por mí, mientras que ella cruzaba sus piernas a mis espaldas moviendo el vientre hacia delante hasta metérsela totalmente dentro. No era sólo fornicarla, no, es que vivíamos verdaderas orgías sexuales.
El extremo lo viví una noche que estaba haciendo sexo anal con Cristel. Vi ese culo penetrado y pensé en Emilia. Comencé a culearla con vigor salvaje: - - ¡Eeeh, que me vas a partir! - dijo Cristel, ¿Te has vuelto loco?. Tendremos que hacerlo más seguido para que no te enfurezcas de esa manera.
Continué follándola y al sentir que me venía, tomé sus manos entre mis manos, estiré los brazos hacia delante, abrí las piernas y me enterré en el culo de Cristel aplastándola con mi peso contra la cama. Me vaciaba a gusto mientras la besaba y le mordía el cuello a la altura de la nuca. Me había echado un polvaso con Emilia pero dentro del culo de Cristel.
En los cinco meses que estuvimos juntos, Emilia me sacó más leche que Cristel en un año. Emilia se tomaba la fornicación como una necesidad más. Muchas veces pensé que las únicas cosas que le interesaban eran comer, dormir y follar. Meses más tarde su madre me dejó saber que Emilia tenía otro trabajo y se despidió muy amablemente, agradeciendo todo lo que había hecho por su hija.
Susana era muy aplicada. Me quedaba bien pasar a recogerla todos los días que fueran posibles, ahorrándole así los gastos y las molestias del autobús. Solía traer un ramito de flores para adornar su mesa de trabajo. Susana era muy atractiva, alta, morena, bien formada y bonita. También muy esmerada y competente en su trabajo. No tenía novio ni salía con ningún chico. Cristel, nunca sintió la necesidad de venir a husmear. No tenía necesidad de celos ni de buscar competencia donde no la había. No es que se desinteresara, pero era segura de sí misma. Por esa época quedó nuevamente embarazada. Nuestra pequeña Isabel iba a cumplir dos años. Merce estaba todo el día con ellas.
En mi escritorio tenía un armario personal donde guardaba diversas cosas que no sólo eran comerciales. No tenía secretos de manera que tampoco le ponía llave. Tenía por ejemplo un sobre guardando una buena cantidad de fotos pornográficas que no recuerdo como llegaron allí y que poco valían. Las fotos pornográficas de entonces eran esas dónde se mostraban mujeres de comienzo de siglo en las poses y en los actos sexuales que se conocen desde la época de Adan y Eva y que no han cambiado para nada hasta nuestros días. Hoy por hoy, cualquier revista atrevida nos muestra fotos mucho más insinuantes y eróticas, pero para aquella época eran lo suficientemente excitantes como para llevarse calenturas de todo tipo.
Un día al volver de visitar a un cliente, al entrar al escritorio vi que mi armario estaba abierto. Yo sabía muy bien que lo había dejado cerrado y sólo no se abría. Susana continuaba aparentemente compenetrada en su trabajo. Me senté en mi escritorio pensando. Supuse que ella había estado hurgando y al llegar yo súbitamente no le había dado tiempo a cerrar mi armario correctamente. Decidí sacarle el mayor partido posible a la situación.
Me levanté y me quedé parado apoyado en mi mesa mirando mi armario. Sabía que Susana me miraba disimuladamente. Me acerqué a mi armario y sin tocarlo comencé a mirarlo y observarlo por todos los ángulos. Susana seguía mis movimientos. Caminé unos pasos hacia atrás y vi que Susana estaba al rojo vivo. Me fui al armario y lo abrí totalmente. Las fotos no estaban donde yo las tenía ni tampoco en el orden en que estaban. Dejando el armario me coloqué por detrás de Susana al tiempo que le decía: - - ¿Te gustaron las fotos? - - ¿Qué fotos? - - Las de mi armario, las que estuviste viendo hoy y luego no tuviste tiempo para guardar correctamente. Me miró sonrojada pero sin responder. Seguía con la caldera interior encendida. La tomé por debajo de la barbilla tirándole la cabeza hacia atrás: - - ¿Te gustaron o no te gustaron?. ¿Te gustaría hacer lo mismo?. Seguía sin hablar.
Le puse una mano en la blusa y le acaricié un seno pasando rápidamente debajo del sostenedor a apretarlo con la mano. La tomé por los brazos tirándola para que se levantara. Apoyó su trasero contra la mesa. Le rodeé la cintura y la besé apretando el bulto que ya tenía contra su sexo. Ella temblaba, palpitaba y respiraba agitadamente. Estaba caliente y esperando que pasara algo. Seguí besándola hasta que comenzó a devolver y a corresponder los besos. Le abrí la blusa y se la quité. Le quité el sostenedor y dejé al descubierto sus senos. Comencé a besarla a chuparla y a morderle los pezones. Sus mejillas ardían, su boca ardía, movía su vientre apoyándose contra mi cuerpo. Pronto estaría a punto para comer. Le puse una mano entre las piernas, Respondió con una vibración de su cuerpo y me besó. Comencé a pasarle mi mano por su sexo sobre las bragas acentuando mis dedos entre sus labios vaginales. Apretaba las piernas, movía el vientre y se volvía a relajar para volver a comenzar de nuevo. Comencé a quitarle las bragas: - - Tengo miedo. Nunca lo hice. Estoy temblando de miedo. No me hagas nada malo por favor. - - No lo haré. Sé como se hacen las cosas. Me gustas y te cuidaré.
No ofreció más resistencia. Le quité las bragas. La tumbé sobre su mesa. Me bajé los pantalones. Tomé sus piernas por debajo, en mis manos y la atraje hacia mí. Estaba ardiendo, con la cabeza ladeada sobre la mesa, sus manos acariciándome los cabellos y comencé a penetrarla. Estaba húmeda, se había corrido sin que lo notara. Al sentir el contacto del pene con la punta penetrándola me miró. Yo seguía sosteniéndole las piernas abiertas. Un empujón, un gemido, una mordedura de labios, una mirada al vacío y ya era mujer. Su interior era un horno. Cuando estaba totalmente penetrada le dejé bajar las piernas y comencé a besarla sin moverme. Lanzó un grito y una mirada de felicidad. Sentí la humedad de su vagina y comencé a fornicarla con movimientos suaves y lentos. Era un placer tenerla. Un virgo más que había caído por su curiosidad. Cuando sentí que me venía se la saqué rápidamente y sosteniendo el pene con la mano sobre su vientre dejé que todo corriera sobre ella. Eso la éxito mucho.
Le limpié el vientre con un pañuelo y la sangre que se desprendía de ella. Besé su ombligo y sus senos. La ayudé a ponerse de pie, la desnudé totalmente y me desnudé yo también. Tenían un cuerpo escultural. La levanté en brazos y la acosté sobre el canapé, donde pasamos un largo rato abrazados y besándonos. No la quise forzar más por ese día. Los dos habíamos gozado. Al día siguiente cuando pasé a recogerla su madre me dijo que Susana no se encontraba bien, tenía fiebre y se quedaría en cama. Parecía tener un resfriado. Tendría que disculparla por ese viernes.
El lunes siguiente me estaba esperando en la puerta cuando pasé a recogerla. Sonreía y traía su ramito de flores. - - ¿Cómo te encuentras? - - Bien, descansé todo el fin de semana. Me encuentro bien y descansada. Le acaricié las rodillas al tiempo que le decía: - - Yo también pensé mucho en ti. El viernes la pasé muy mal sabiendo de tu indisposición. Llegados a la oficina la abracé y la besé. Correspondió mis besos y mis caricias. Sonreía. Puse mis manos en sus nalgas al tiempo que la besaba. Me besó. - - Voy a preparar café, dijo
Tomamos un café, ordenamos algunos papeles, intercambiamos alguna información de la oficina y salí a ver algunos clientes. Volví hacia el mediodía. La invité a comer (cosa que ya había hecho antes varias veces). Durante la comida hablamos de muchas cosas sin tocar el tema que ocupaba nuestras mentes. Cuando volvimos al taller las chicas estaban ya trabajando (la más antigua tenía llaves). Susana y yo nos fuimos a la oficina diciéndole a las chicas que estaría de balance y no quería ser molestado ni por mis clientes. Llegados arriba la abracé y la besé. Descolgué el teléfono. Nos desnudamos y nos acostamos sobre el canapé. Volví a penetrarla. No estaba tan nerviosa como la semana anterior y parecía disfrutar del coito.
Me separé un instante para colocarme un preservativo con lo que ella se tranquilizó aún más y fornicamos hasta que los dos llegamos a la gloria del orgasmo. Un polvo magnífico dentro de un cuerpo escultural y joven. No podía pedir más. - - ¿Cómo va a seguir esto?, me preguntó - - ¿Cómo quieres que siga? - - No soy una prostituta. Me hiciste mujer y ahora me encuentro a gusto contigo, pero me gustaría saber lo que piensas. - - No te puedo ofrecer nada más que amor. Tu sabes que tengo mujer e hijos (Cristina, mi segunda hija había nacido ya) tu me gustas mucho y siento cariño por ti, pero no haré ningún cambio radical en mi situación. - - Nos tendremos que separar pues esto no saldrá bien si lo llevamos a la larga. - - Eso me causaría mucha pena. Me gusta estar contigo.
Dos meses más tarde había encontrado otro trabajo y se fue.
La situación política y económica del país había empeorado mucho. Teníamos una desvalorización galopante de nuestro dinero. La corrupción destrozaba las instituciones, la policía, la justicia. Todo era comprable, todo era manejable con un par de dólares. Una justicia que funcionaba sólo para el mejor postor. Si alguien no paga sus deudas, se le inicia un juicio. Ese alguien compra, con 50 dólares, su expediente y adiós, a reclamarle a San Pedro. ¿Un cheque sin fondos?, denuncia policial por estafa. El estafador compraba el cheque en cualquier destacamento policial con 10 dólares y no había más pruebas. Una situación que constantemente y periódicamente se repetía, se repitió y se seguirá repitiendo en todos los países de los llamados tercermundistas y que siempre terminaba pagando aquel que más se había sacrificado por alcanzar algo, por hacer algo, por ofrecer algo a la economía. Una situación que siempre terminaba en un golpe de estado, para satisfacer fuertes intereses internos y especialmente foráneos, pero donde siempre se invocaban «los sagrados intereses de la patria, los derechos humanos y los de la clase trabajadora». Volvía a ser un idiota impotente a manos de la violencia estatal y la política.
¡Basta ya!, me dije, la patria para los idiotas. El mundo está allí para quién lo quiera tener. Mi patria soy yo, lo demás es mierda.
Hacía ya unos meses que venía conversando con Cristel sobre la posibilidad de liquidar todo y emigrar al exterior. El tiempo en el que habíamos estado juntos fue próspero. Había adquirido bienes inmuebles, había una cartera para cobrar, pocas deudas y un capital razonable invertido en el negocio. Pero las perspectivas para el futuro eran nulas. Necesitaba cobrar la deuda de tres televisores para poder comprar el material necesario para armar uno. Se barajaba entonces la posibilidad de trabajar en los Estados Unidos, Canadá, Australia y Alemania. Le dimos prioridad a Alemania. Cristel era alemana y hablaba el idioma lo que facilitaría mucho las cosas. Decidimos que si lográbamos afirmar pie en Europa nos casaríamos.
Alemania había pasado la posguerra y concluido el proceso de reconstrucción estaba ya de pleno en el período de industrialización. Hablo de la década del 60. Escribí a gente amiga y conocida en aquel país y un buen día recibí un contrato de trabajo, documento imprescindible para conseguir la documentación necesaria por parte de las autoridades alemanas. Se me acordó el permiso de estadía y el de trabajo por 6 meses renovables por otros 6, período dentro del cual debía llevar a mi familia a vivir conmigo.
Me llevé el dinero necesario para cubrir gastos iniciales, hacer algunas compras y de ser necesario, también para pagar mi regreso. Cristel se quedó encargada de liquidar el resto. Un mes de enero zarpaba en dirección a Hamburgo. Atrás quedaban 29 años de mi vida [email protected]