Abusos (IV: Ana María (III))


Al cumplir los 22 años, tal como lo disponía el testamento de su padre, Juan Carlos pudo disponer de una importante suma de dinero por herencia. A pesar de su juventud, era muy consciente con respecto al manejo de dinero, no lo derrochaba y mucho menos lo despilfarraba. Puso una parte en inversiones que le recomendaron bancos y asesores de su familia, pero también invirtió un capital en la compra de un excelente apartamento en la ciudad. Buscó mucho e interesó a importantes empresas inmobiliarias pero encontró lo que buscaba. Un hermoso piso en el centro, en una construcción de comienzo de siglo, pero perfectamente cuidada y modernizada, que disponía de todos los adelantos técnicos de la construcción. Ambientes grandes con techos altos. La sala era muy imponente por su amplitud, lo mismo que la suite que alojaba su dormitorio. Una amplia habitación con buenos ventanales y claramente iluminada, le servía de escritorio y cuarto de estudios. El piso disponía de otras habitaciones y de todas las dependencias de servicio.

La relación con su madre ya llegaba a los tres años de duración y si bien Ana María continuaba inflamada de sexualidad Juan Carlos iba perdiendo un poco de interés, especialmente debido a la aparición de otras mujeres jóvenes en su vida, que si bien no representaban una relación seria o extraordinaria eran, por decirlo así, buena carne para su cañón y una fuerte competencia para Ana María. No obstante, Ana María con sus 42 años de edad, continuaba ostentando un cuerpo escultural y Juan Carlos mentiría si dijera que no lo disfrutaba. Ana María le pertenecía incondicionalmente y no había ningún apetito sexual que ella no le complaciera. Los domingos los pasaban siempre juntos. Salían a comer y el resto del día transcurría en la piscina o en la cama, pero juntos. En la semana, Ana María se acercaba a menudo al piso de su hijo, donde sin temer a la mirada de la servidumbre, se dedicaban a las prácticas sexuales más insólitas y excitantes.

Rosario pertenecía a la categoría de carne para su cañón. Tenía 19 años, bien formada y había entrado al servicio de Juan Carlos para limpiar su apartamento. A las seis semanas ya había sucumbido al acoso sexual de su patrón y buena parte de sus horas de trabajo las pasaba en la cama con él. Dominaba bastante bien las artes marciales en posición horizontal, especialmente las del 69. A Ana María no le pasó desapercibido que su hijo hablara demasiado de su chica de la limpieza, Rosario de acá, Rosario de allá. Intrigada apareció un día por la mañana cuando Rosario estaba de servicio. Fue presentada como Ana, una antigua amiga de Juan Carlos. El sabía que la curiosidad y hasta los celos habían impulsado a Ana María a venir y aprovechó su oportunidad para calentar los ánimos. Sabiendo que Ana María no se perdería detalle escondida detrás de alguna puerta se dirigió a la cocina, donde estaba Rosario y abriéndole la blusa le besó las tetas y chupándole los pezones le puso una mano entre las piernas.

Te quiero tener en la cama ahora. Pero si tienes visita, ¿estás loco? La visita se fue, ya.

Levantó a Rosario en brazos. La llevó al dormitorio, la desnudó y la acostó sobre la cama. Un cuerpo joven, bien formado, para pasarse un buen rato con ella. Juan Carlos ya desnudo se sentó sobre la almohada de la cama e hizo girar a Rosario de manera que su cabeza le quedara entre sus piernas.

Estoy deseoso de volver a sentir tus labios en mi miembro. No me hagas desear más.

Rosario hizo una mamada de categoría. Cuando Juan Carlos se repuso salió del dormitorio alegando tener sed e ir en busca de agua. Ana María estaba en la sala con lágrimas en los ojos. Juan Carlos la desnudó entre besos y caricias. Ana María lo besaba sin oponer resistencia a ser desnudada.

Crees que me olvidé de ti. No, es imposible olvidarme de ti, ven conmigo.

Entraron al dormitorio. Rosario se sobresaltó.

Tranquila mujer, Ana quiere pasarla bien con nosotros no te asustes.

Acostándose al lado de Rosario, Juan Carlos comenzó a chuparle los labios, las tetas, los pezones. Le abrió las piernas, que le colgaban de la cama y acarició los labios vaginales que se humedecieron rápidamente.

Ana, muéstrale a Rosario lo que tu sabes hacer con un coñito tan bonito como ese. – Se levantó y tomando a Ana por la cintura la obligó a arrodillarse entre las piernas de Rosario. Abrió con sus dedos los labios vaginales mostrándole esa pulpa rosada y caliente: Mira que bonito es. Pásale la lengua. A Rosario le gusta que se lo hagan y también le gusta hacerlo.

Le apretó la cabeza de manera que los labios de Ana María chocaran con los labios (vaginales) de Rosario. Con timidez Ana María comenzó a mover su lengua. Juan Carlos aprovechó para trabajar a Rosario por arriba besándola y chupándole los pezones. Pronto pudo apreciar como Rosario cerraba los ojos, se mordía los labios inferiores y se entregaba al placer que le estaba ocasionando Ana María que ya había perdido la timidez inicial y estaba de lleno disfrutando de los jugos que desprendía ese coñito joven que tanto le recordaba al de Celeste. Juan Carlos sonreía. Ya las tenía por buen camino. El acariciaba a las dos, mientras la lengua de Ana María se hacía más rápida y a Rosario comenzaba a faltarle la respiración. Rosario se corrió. Ana María pasó a besar con intensidad el vientre y las tetas de Rosario. Rosario la atrajo hacia si y le inundó la boca con un beso.

Eres muy buena, me gustas. Déjame que te haga disfrutar a ti tanto como lo hice yo.

La besó, Ana María cerró los ojos y se entregó al placer que Rosario prometía darle. Sintió a Rosario lamer sus labios, penetrar su boca con la lengua, morderle los lóbulos de las orejas, el cuello y bajar hacia sus senos, morder y lamer sus pezones succionándole cada uno y continuar arrastrando la lengua hasta llegar a su ombligo donde se detuvo al tiempo que introducía sus dedos en la vagina de Ana María que ya comenzaba a desprender jugos de su interior. Rosario la hizo poner boca abajo y comenzó a besarle el culo. Sintió como la lengua de Rosario se introducía en su ano. Los dientes de Ana María se clavaron en la almohada. Juan Carlos disfrutaba mirando a esas dos mujeres entregadas a un amor apasionado. La Reina follando con fervor a su sirvienta, era un espectáculo interesante. Creyó llegado el momento de participar y le hizo entender a Rosario que formara un 69 poniéndose abajo. Las dos habían alcanzado el éxtasis máximo y se comían los coños febrilmente. Juan Carlos penetró a Ana María por el ano haciéndole sentir el rigor de su pene erguido. La lengua de Rosario que se paseaba por sus labios vaginales, la polla de Juan Carlos follándole el culo con buenos viajes y sus manos aferrándole los senos acabaron por reventarla. Cayó sobre las piernas de Rosario como si la hubiese atravesado una flecha. Juan Carlos no se la quitó sin antes vaciarse dentro de ese culo que tanto le gustaba tener.

Las dos mujeres permanecieron abrazadas, besándose en la cama, abandonadas a las caricias. Fue Ana María quién tiró de las piernas de Rosario para ponerla en posición al borde de la cama y así ella, arrodillada entre sus piernas, poder entregarse a acariciar y lamer con placer ese coñito que se le ofrecía. Rosario gozaba con ello, pero también Juan Carlos. La Reina comiéndose el coño de la sirvienta, ¿quién lo hubiese pensado?. Rosario dio otro gemido y prensó la cabeza de Ana María entre sus piernas. La lengua de Ana María se perdía dentro de la vagina de Rosario. Poco a poco Rosario se fue recuperando de su orgasmo. Juan Carlos se agachó para besar a su madre – eres fantásticamente buena, ahora hazme gozar a mí. Cobijó su pene en la boca de Ana María y ella se comió esa polla aplicando el arte más sofisticado. Rosario arrodillada detrás de ella le acariciaba los senos.

Rosario tiene un amigo de su misma edad que se adviene al cambio de pareja – dijo Juan Carlos, días más tarde a Ana María – los invitaré para disfrutar entre cuatro. ¿Qué me dices?. No. ¿Un hombre cualquiera conmigo?. No, de ninguna manera. Oye lo has hecho con una mujer cualquiera y te gustó. Sabes el material fotográfico que tengo y lo que puedo hacer con eso. No quiero hablar de eso pero tú sabes a qué me refiero. A ti te gusta el placer sexual como me gusta a mí. Tenemos la misma sangre no te lo olvides. Dejemos que las cosas sigan su curso.

Pasaron las semanas. Ana María se olvidó de la conversación tenida con Juan Carlos hasta que un día, avanzada la tarde y estando los dos en la cama llaman a la puerta. Era Rosario con su amigo Esteban. Ana María y Juan Carlos estaban en bata de baño. Los cuatro se sentaron en la sala a conversar, bebieron una tónica con ginebra, escucharon música. Hasta que Juan Carlos fue al grano:

Nosotros ya estamos bastante ligeros de ropa y vosotros; ¿a qué esperáis?

Ana María se encogió y se apretó al cuerpo de Juan Carlos. – Las pasaremos bien. Ya verás. Rosario y Esteban se desnudaron, Juan Carlos se quitó la bata y abrió la bata de su madre. Aunque trató de evitarlo, Ana María clavó los ojos en el pene de Esteban. Era más corto pero también más grueso que el de Juan Carlos. El corazón comenzó a latirle con fuerza.

Ven Esteban, nos beberemos otra ginebra – Se dirigió al bar, sirvió dos ginebras y quedándose en la barra llamó a Esteban para que viniera a recoger la suya. – Salud, Esteban - . – Ana acércate. Se acercó aún con la bata puesta. Juan Carlos se la quitó. ¿Qué te parece mi amiga, Esteban? –Esteban la estaba comiendo con los ojos. Su pene estaba erguido. Juan Carlos tomó la mano de Ana María y la puso sobre la polla de Esteban – Agarra fuerte que así no te caerás. Ana María lo hizo. Sintió el calor de esa polla en sus manos y sin quererlo comenzó a mover el dedo pulgar sobre el pene. Juan Carlos se colocó detrás de ella, puso sus manos sobre sus hombros y obligándola a arrodillarse frente a Esteban – chúpasela, quiero ver como se la chupas, lo harás despacio para gozarla mucho tiempo y no dejarás correr ni una gota sobre el piso, entendido - . Ana María abrió la boca y Esteban ubicó su pene entre sus hermosos labios. - Rosario, ven que yo también tengo ganas -, y Rosario no se hizo rogar para darle placer a Juan Carlos. Salud Esteban, la ginebra está buena. Bebamos que el servicio es bueno.

La noche transcurrió entre ginebras polvos y caricias. En un momento dado Esteban tomó en brazos a Ana María y desapareció con ella en el dormitorio. Juan Carlos acostó a Rosario sobre la mesa del comedor y deslizándola y volteándola de acuerdo a las necesidades se descargó a gusto en todas las cavidades disponibles. Se echó unos polvos magníficos. Realmente Rosario estaba buena para follar. Llegada la media noche se despidieron. Ana María permaneció en la cama.

Pasamos una buena tarde, ¿No te parece? Ana María permaneció callada.

Mamá, le semana próxima recibo visita. Un antiguo compañero del internado, que ahora reside en Canadá, viene de viaje por el país y le invité a pasar una semana conmigo. Pues entonces no nos veremos esa semana, salvo que tu vengas a casa. No hay razón para ello. Le conocerás. Te presentaré como mi amiga Ana de la cual estoy terriblemente enamorado.

Ana María se sintió alabada con las palabras de su hijo. Le divertía la idea de jugar a ser la amiga de su hijo. Andrés, que así se llamaba el joven amigo, tenía la misma edad de Juan Carlos, era alto, rubio, ojos azules, atlético y fornido, educado, amable en sus gestos y en sus palabras. Un aspecto sencillamente agradable. Ana María apareció mostrando el esplendor de sus líneas y su elegancia de vestir.

Andrés, te presento a Ana de quien ya te he hablado y como podrás apreciar, no te mentí con respecto a mis apreciaciones. ¿Cómo te va cariño?. Como siempre estás preciosa y apetecible. Al contrario, te has quedado corto al referirte a su belleza. Ana, más que encantado estoy maravillado de conocerte.

Ana María gozaba esos halagos. Se sentía confirmada en su belleza. Se sentó en el sillón junto a Juan Carlos. Juan Carlos le pasó su brazo por detrás de la cabeza y atrayéndola hacia si la besó y su mano se deslizó sobre sus senos bajo la mirada lujuriosa de Andrés.

Ana, le prometí a Andrés que nos harías un striptease al compás de buena música. ¿Qué me dices?.

Ana María se sonrojó. Juan Carlos la tenía acostumbrada a sorpresas pero con un streptease no había contado.

Sabes que nunca lo he hecho y un strep sin clase puede resultar hasta grotesco. Tu tienes clase y de ti no se puede nunca esperar algo grotesco. Si lo prefieres te ayudo a hacerlo. Mira escucha la música que seleccioné para que te entones.

Juan Carlos se levantó y colocó un CD con la melodía que había pensado para ese strep. A Andrés se le podían leer los pensamientos lujuriosos que en ese momento le cruzaban por la mente.

Escucha que buena música. Vamos anímate. Muéstranos tus líneas. Hazlo por mí. Levántate que pongo nuevamente la melodía. Y tomándole de la mano casi la forzó a levantarse. Yo te secundaré, déjame ayudarte mientras tú mueves tus caderas.

Ana María estaba ya en el centro de la sala donde la había llevado Juan Carlos. La Melodía se reinició. Otra vez los hechos se desarrollaban a mayor velocidad de lo que ella podía pensar. Comenzó a mover sus caderas al ritmo de la música, a tiempo que intentaba analizar lo que estaba pasando. Juan Carlos desde atrás le abrió su blusa, le abrió la cremallera de su falda, que cayó dejando a la vista unas piernas magníficas, cubiertas de medias oscuras sostenidas por ligas que terminaban en unas bragas muy pequeñas. La falda aterrizó en un rincón de la sala. Sentía los besos y las caricias de Juan Carlos, sus manos pasando por todo su cuerpo. Le abrió el sostenedor dejando a la vista ese magnífico par de tetas que ocuparan horas enteras la cavidad bucal de Juan Carlos. Andrés se abrió el pantalón, sacó su pene y comenzó a masturbarse. Estaba hirviendo. Haciendo fuerza con las dos manos Juan Carlos le destrozó las bragas dejándola solamente vestida con las medias, la abrazó, la beso y con ella entre los brazos se dejó caer de espaldas sobre el pasamanos del sillón, continuaba besándola cuando Ana María sintió el pene de Andrés penetrarle el culo. Quiso decir algo pero Juan Carlos le tapó la boca con un beso.

Ahora quiero que me la chupes mientras Andrés te folla el culo – y arrodillándose delante de ella le puso su pene en la boca.

No quiso pensar más en lo que estaba ocurriendo. Prefirió dejar que pasara lo que tenía que pasar. Sintió el semen de Andrés deslizándose en el ano y el de Juan Carlos que le inundaba la boca. Los dos amigos gozaban de ese polvo dejando sus respectivos penes en el lugar que los cobijaba. Al cabo de un rato, Juan Carlos le levantó la cabeza y la besó. La tomó en sus brazos y la llevó al dormitorio. Andrés les seguía.

Sabes Ana, he follado mucho contigo y me gustas, pero nunca te he visto follar. Ahora quiero ver como follas con Andrés – dijo Juan Carlos mientras depositaba el cuerpo de Ana María en la cama – quiero ver como te mueves para hacerme gozar tanto contigo.

Andrés se desnudó y segundos más tarde su pene atravesaba la vagina de Ana María. Juan Carlos se arrodilló junto a la cama y comenzó a apretarle los pezones, a lamérselos, a acariciar sus senos, a pasarle la lengua por los labios. Andrés tenía una buena verga y la follaba muy lentamente y con viajes largos desde la entrada hasta el fondo. Ella comenzó a disfrutar de la largura de ese pene que tenía en sus entrañas. Su corazón palpitaba agitadamente y se corrió. Entre gemidos y convulsiones se corrió. Andrés esperó a que se calmara un poco, le sacó la polla de la vagina y se la metió entre los labios.

Acaba tú conmigo, dijo Andrés. Ana María comenzó a succionar ese pene hasta sentir el semen correr por su boca y sin pensar mucho lo tragó. Sentía una sensación de placer. Se abrazó a Juan Carlos – Déjame descansar ahora, dijo, y se metió bajo las sábanas de la cama.

Lo sucedido dejó una fuerte impresión en la mente de Ana María. Tenía sueños en los que se deleitaba sintiendo que una polla le penetraba violentamente el culo mientras ella le mamaba el pene a su hijo, otros en que un pene le entraba por el culo mientras que su hijo se ubicaba en su vagina besándola y no pocos en los cuales su hija Celeste le trabajaba el coño con la lengua, mientras alguien sin definir depositaba su instrumento entre sus labios obligándola a tragar cantidades interminables de semen. Se despertaba bañada en sudor y se daba una ducha de agua fría para serenarse.

Juan Carlos por su parte disfrutaba pensando que se había adueñado de la voluntad de Ana María. El tomaba las decisiones. Ana María las ejecutaba. El trono de Ana María se balanceaba. "La Reina" perdía su orgullo, ya no era selectiva. Más que pertenecer a Juan Carlos, Ana María era esclava de su propia morbidez sexual que muchos años permaneció oculta, pero que Juan Carlos y Celeste habían sacado a la luz del día. Ese era el tema que Juan Carlos desarrollaba en la cama abrazado a su hermana Elena.

La Reina, nos robó a nuestra madre, es más nos robó nuestros padres. Nos dieron de mamar leche de mujeres desconocidas, nos secaron nuestras lágrimas con billetes de banco, en nuestra cama de adolescentes no nos contaban cuentos de Blanca Nieves, no, nos contaban cuanto dinero costaba el colegio. El amor y la dedicación que buscábamos y esperábamos de nuestros padres tuvimos que obtenerlos de nosotros mismos. Destrúyela. El día que tengamos hijos, es preferible que ellos no tengan abuela a tener una abuela que los rechace y les niegue amor. Destrúyela.

Los años habían pasado, pero Elena, la mayor de los tres hermanos ya con 26 años sentía aún desprecio por su madre. No discutió el tema nunca con ella, ni tampoco sintió nunca la necesidad de hacerlo. Se comportaba como si quisiera ignorar la existencia de Ana María. Juan Carlos caviló mucho sobre los argumentos de Elena. Ella por ser la mayor de los hermanos llevaba contra su madre una guerra representativa, pero Juan Carlos al igual que Celeste pensaba que ya habían hecho bastante. Ya no necesitaba de sus fotos para destruir a Ana María. Ella le pertenecía en cuerpo y alma. Hubo un par de hombres que pagaron a Juan Carlos sumas importantes de dinero por pasar una noche con su amiga Ana.

Ana María estaba rota. La reina de belleza, la mujer hermosa y orgullosa, la gran anfitriona de la sociedad era ahora una puta de lujo. Su nombre figuraba en muchas agendas de varones adinerados, dispuestos a pagar bien por un servicio sexual bueno. No porque ella estuviera necesitada de dinero ni mucho menos, no, sólo era por el placer de sentirse sexualmente deseada y codiciada. Más que del abuso psicológico y físico ejercido por Juan Carlos, Ana María era víctima de su propio egocentrismo. Ella era el centro, el mundo giraba alrededor de su belleza. Hasta consideraba lógico que los hombres la desearan y pagaran sumas de dinero por tenerla. Disfrutaba viendo los ojos de los hombres devorando su desnudez, ávidos y sedientos de ella. Quienes tuvieran la suerte de compartir su cama, no se olvidaban de ella nunca más. Su nombre comenzó a ser el centro de todas las charlas sociales. Ya no se hablaba, se murmuraba sobre ella. Hubo quienes afirmaban que la muerte del marido la había trastornado. Otros decían que una mujer tan hermosa no podía vivir sola sin una compensación sentimental y unos muy pocos creían saber que Ana María había seducido a su hijo y cometido incesto con él. En algún momento de su vida se retrajo en su residencia y ya casi no se le volvió a ver más. Sólo su hijo varón la visitaba a menudo. Era su compañero inseparable.

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Nota del autor: mis historias son ficticias. Cualquier parecido con lugares, nombres o situaciones similares es pura coincidencia.