Ángeles desnudos.
José Antonio Ibañez y Eduardo Gorostieta habían crecido juntos. Sus familias eran amigas, juntos hicieron las escuela elemental, juntos aprobaron el bachillerato, juntos compartieron los años de universidad aunque José Antonio siguió la carrera de ingeniero electricista y Eduardo ciencias económicas. Juntos comenzaron a salir con chicas. José Antonio no tomaba en serio a las hermosas representantes del sexo opuesto: -Ya llegará el momento en que tenga que tomar la vida en serio, solía decir él, pero Eduardo se había enamorado de una universitaria algo más joven, María José. Eduardo y José Antonio tenían la misma edad, 23 años cuando Eduardo besó por primera vez a Marijó. Estaba perdidamente enamorado de ella y ella de él. A los 26 años concluía sus estudios con brillantes notas recibiendo una beca para hacer un doctorado en ciencias económicas en Londres. Marijó, son tan solo dos años y luego nos casaremos tal como lo planeamos y conversamos miles de veces. Con ese estudio aseguro el porvenir de mi futura familia, confía en mí. Eduardo partió al Reino Unido para hacerse cargo del puesto de estudios que le ofrecía el Banco de Londres en su casa central.
Había transcurrido un año. Eduardo no recibió respuesta a las cuatro últimas cartas que escribiera a Marijó. Una consulta discreta que hizo a sus padres quedó sin respuesta. Escribió la quinta carta en el lapso de tres meses y entonces recibió una respuesta. Una tarjeta ... se complacen en anunciar la boda de su hija María José Ponce de León con el Ingeniero José Antonio Ibañes Echeverría... . Sintió que su corazón se desgarraba. Fue tocado en lo más profundo de sus sentimientos. Lloró, lloró inconsoladamente en el silencio y soledad de su habitación londinense. Un año más tarde el Dr. Eduardo Gorostieta abandonaba Londres para ocupar un importante cargo en el City Bank of New York. Los años pasaron con diversas suertes y vicisitudes. José Antonio fundó una fábrica de motores que se desarrolló rápidamente hasta alcanzar una posición dominante del mercado. Convirtió su empresa en una sociedad anónima reteniendo la mayoría de las acciones y con ello el control absoluto de la empresa. María José dio a luz mellizas; Estefanía y Guillermina, dos niñas vivarachas que con el correr de los años se iban convirtiendo en auténticas bellezas. Ambas habían heredado mucho de las cualidades físicas de su madre. Eduardo por su parte tenía éxitos en su combate con la suerte. Heredó una fuerte suma de dinero de un tío, hermano de su madre, solterón y rico que al morir dejó todo a su nombre. Sus padres pusieron en vida todo su capital a nombre de él y siendo buen conocedor de los manejos económicos del mercado consiguió asestar golpes magníficos en la bolsa que le llevaron a amasar un capital que, ya en los Estados Unidos, se catalogaba como una fortuna importante. No era de extrañar entonces que no le fuera difícil conseguir los socios necesarios para fundar su banco propio. Poco tiempo después el "Gorostieta Investment Bank" abría sus puertas. Eduardo era el principal accionista y por lo tanto el más fuerte.
Eduardo no había tenido más contactos con los amigos de la juventud. Nada sabía de José Antonio, ni de Marijó. Tampoco se preocupaba mucho por ellos pero cuando los recordaba no podía disimular un gesto, mezcla de dolor y odio. La primera sucursal del "Gorostieta Investment Bank" se abrió, como era lógico y de esperarse, en su tierra. El Dr. Gorostieta la declaraba su centro oficial de operaciones y sede de la presidencia. La prensa publicó grandes artículos sobre el banco y especialmente sobre su fundador y presidente. En la inauguración estuvieron presentes el Presidente del Gobierno y altos funcionarios públicos, como también representantes de la banca y el comercio. A José Antonio no le pudo pasar desapercibido la posición social de su antiguo compinche de estudios. Pronto pareció recordar los buenos amigos que eran. Mi "amigo el banquero" decía cuando hablaba de él, lo que provocaba que Marijó se enrojeciera. La verdad era que las estrellas habían cambiado. Fuertes convulsiones políticas en los principales países productores de cobre habían sacudido los precios del mercado. La competencia y el advenimiento de la automatización de la industria hizo más crítica la competitividad y las posibilidades de subsistencia de la industria pequeña, aunque técnicamente fuera buena. La buena técnica se podía adquirir con dinero, la hegemonía del mercado no. Pronto la empresa de José Antonio tuvo dificultades de liquides y en su empecinamiento por conservar lo inconservable tomó hipotecas sobre sus bienes inmuebles para mantener su empresa. Una reestructuración de plantilla le creó conflictos con los sindicatos. Las cosas no iban bien de momento para José Antonio. Pisoteando su propio orgullo, un día se decidió a escribir una carta de Eduardo, Querido Eduardo ... comenzaba diciendo. A los pocos días recibió una carta del Banco Gorostieta firmada por el secretario de la presidencia en el que se le invitaba a presentar sus proyectos o sus problemas en la sucursal más cercana a su domicilio. De una entrevista personal con Eduardo ni palabra. Al mes recibió otra carta del mismo banco anunciándole, que el Banco Gorostieta había adquirido sus letras de pago y obligaciones lo mismo que las hipotecas sobre las instalaciones industriales y privadas de los principales accionistas de la firma. José Antonio estaba totalmente en manos de Eduardo.
Marijó temblaba sólo con pensar lo que podría ocurrir. Tuvo una conversación extensa con su marido y José Antonio tuvo que aceptar, que su mujer se rebajara a solicitar una entrevista personal con Eduardo. Marijó escribió una carta manuscrita comenzando con las palabras Querido Eduardo .... También ella recibió una carta firmada por poder de alguien en la que se le solicitaba acudir a la sucursal más cercana a su domicilio. La humillación no había podido ser más efectiva. Marijó se sentía como una basura. Tampoco las mellizas pudieron pasar de alto la tensión que se vivía en casa, mucho más cuando llegó una nota del banco recordando el primer vencimiento de las obligaciones contraídas. Marijó lloraba inconsoladamente todas las noches. José Antonio se encerraba en su escritorio y salía sólo semiborracho para irse a dormir. Estefanía y Guillermina, tenían ahora 20 años de edad. Sufrían la amargura de sus padres. Estefanía fue la más decidida: - No digas palabra a nadie. Pero yo iré a ver a ese Dr. Eduardo Gorostieta. Estefanía se presentó en la dirección del banco. Entregó en secretaría de la presidencia un papel en el que había escrito su nombre y solicitó hablar personalmente con el Dr. Eduardo Gorostieta. La secretaria la miró algo dudosa, pero le pidió que aguardara un poco. Al rato volvió con un sobre, diciéndole que el Dr. Gorostieta en este momento no la podía atender pues estaba en una reunión importante, pero por tratarse de un asunto personal la esperaba hoy a las 21 horas en su residencia. El sobre contiene toda la información necesaria.
A las 21 horas, Estefanía llamaba a la puerta de la residencia del Dr. Gorostieta. El criado que la recibió la estaba esperando. La condujo a la sala y le solicitó tomar asiento y esperar unos minutos. Poco momentos después entraba Eduardo. Un hombre de unos 46 años, buena apariencia, sólido en el hablar, seguro de si mismo, pero amable y muy fino en sus modales. El criado sirvió vino fino y se retiró cerrando las puertas de la sala tras de si. - Bien Estefanía, a que debo tu visita. Sr. Ud. sabe muy bien por qué he venido. Se trata de la deuda de mi padre. Tiene problemas de pago y en ello va su existencia y especialmente la de mi madre. Yo y mi hermana somos jóvenes y no nos aterra tanto el problema, pero ellos se están muriendo de angustia. ¿Sabes que tu padre me robó a la mujer que amaba?, a tu madre., ¿Sabes, que tu madre juró esperarme hasta completar yo mis estudios, pero en lugar de hacerlo se casó con tu padre, porque entonces él iba más rápido que yo?, ¿Dime por qué debo tener consideración con tus padres?. De todas maneras se trata de operaciones comerciales realizadas por tu padre y no por mí. El solo se maniobró en la situación en la cual está, yo no hice nada. Pero Ud. Señor puede hacer algo por eso. Claro que puedo, pero no quiero. No tengo ninguna razón para hacerlo. Ni siquiera valen los recuerdos de la amistad que ahora quiere tener tu padre y especialmente tu madre. Señor por favor, no me deje ir con una negativa, haremos lo que pida. Mi madre estaba dispuesta a pedir perdón de rodillas. De que me vale que tu madre me pida perdón. ¿Sabes las lágrimas que derramé por tu madre?, ¿y tú pides ayuda?. - Sr. por favor, se lo ruego, pida lo que quiera pero haga algo.
Guillermina era el espejo de su hermana y el retrato de su madre en los años jóvenes. No era tan formal como Estefanía, sino algo más sensual, más lasciva. Su vestimenta era elegante pero provocativa. Un traje de calle en color rojo, con falda ajustada que resaltaba sus curvas y sus piernas, chaquetilla abierta sobre una blusa negra que denotaba la frescura de sus senos. Eduardo gozaba ya de ella cuando comenzó a desnudarla. Su ropa interior negra sobre sus carnes blancas le excitó mucho. Antes de quitar una de esas prendas la tomó en sus brazos y la acostó en la cama. Mientras se desnudaba la observaba y sintió la hinchazón de sus huevos. Esa hembra estaba para devorarla. Se acostó a su lado y la besó. Guillermina correspondió su beso. Le quitó el sostenedor. Su calentura iba en aumento, de rodillas en la cama le quitó las bragas. No pudo evitar el deseo de besar el coño que tenía delante de sus narices. Le abrió las piernas y la penetró. Era estrecha pero no era virgen. Guillermina levantó y abrió sus piernas posibilitando el libre movimiento a esa polla que estaba dispuesta a gozar. Se abrazó a Eduardo y lo besó mientras él la follaba, lanzó un ¡Ah ... Noooooo!, ... al tiempo que su cuerpo vibraba por el orgasmo vivido. Eduardo vació sus huevos dentro de ella. La noche fue larga e interminable. Aplicaron las armas más sofisticadas del placer en una entrega total del uno al otro.
Transcurrieron un par de meses, las cosas no iban mejor para José Antonio, pero el Banco no ejecutaba la deuda. José Antonio perdió todo dominio de si mismo. Bebía y se convirtió en una figura sombría. Un día, ya bien avanzada la noche y al ver que su marido no venía a la cama, entró Marijó a su escritorio y lo encontró bebido y dormido sobre la mesa. Bajo sus brazos unas cartas del Banco Gorostieta. Correspondían a los últimos cinco meses y todas con el mismo tenor: ..... y atendiendo a la solicitud de las Sritas: ..... se le concede una prórroga sin intereses por 30 días. ¿Qué estaba pasando?. Marijó decidió entrevistar personalmente a Eduardo. También ella recibió la respuesta de que por tratarse de asuntos personales el Dr. Gorostieta le invitaba a una entrevista esa noche a las 21 horas en su residencia. Eduardo la recibió muy fríamente. Sus ojos eran inexpresivos, hasta se podía afirmar que habían perdido el color. Marijó tendría unos 43 años, estaba muy elegantemente vestida y su cuerpo dejaba entrever zonas de placer. Eduardo la veía pero no la observaba. -¿A que debo el honor de tu visita?, si vienes por la deuda de tu marido te diré, que yo no se la impuse. Que la situación en que él está ahora la creó él mismo. Que mi banco, - y yo soy el director pero no soy el dueño -, está haciendo lo imposible para no hundirlo definitivamente, pero todo tiene un límite. No hay venganzas, ni odios, ni nada de esas cosas horrendas que puedas imaginar. Tan sólo hay negocios, tan sólo vale la frialdad de los números. -¿Qué papel desempeñan mis hijas en esto? - Eso pregúntaselo a tus hijas, no a mí. Eduardo por favor, tú y yo sabemos lo que pasó, te pido de rodillas que me perdones, te pido de rodillas que no metas a mis hijas en esto, te pido de rodillas que ayudes a José Antonio. ¿Dónde quedó el orgullo que tenías hace 20 años, Marijó?. ¿Es que sólo sabes pedir de rodillas?, pues bien, ven aquí arrodíllate frente a mí para implorar perdón. Marijó se arrodilló frente él. Eduardo abrió sus pantalones y le metió su pene en la boca. - Pues allí tienes, bébete hasta la última gota de mi perdón. En la boca tienes ahora la única parte de mí que te puede dar perdón. Mi corazón no te pertenece más. Marijó se la mamó con esmero, teniendo plena conciencia de que era el único camino abierto para llegar a él. Después de tragar la última gota y lamerle la polla hasta dejarla brillante y limpia, Eduardo la levantó tomándola por los cabellos. Bien, has saldado la deuda de capital, ahora me pagarás los intereses. La tumbó sobre el respaldo del sillón, le bajó las bragas y le asentó el pene en el culo. La penetró hasta las pelotas sin atender a sus quejidos. Eduardo estaba fuera de si. Tal como la tenía, ensartada por el culo contra el respaldo del sillón, Marijó no se podía mover. Le rasgó la blusa, echó mano a sus tetas a tiempo que le movía despacio el pene en el culo Repite conmigo - Y perdóname mis deudas, ... ¡repite te he dicho! - y perdóname mis deudas ..., - Así, como yo perdono a mis deudores ... - así como yo perdono a mis deudores ... Los viajes por el culo de Marijó se hicieron intensivos - Y no me dejes caer más en la tentación ... Y no me dejes caer más en la tentación ... Eduardo se vació en el culo de Marijó, la leche no terminaba de salirle. Eres una puta barata, me traicionaste a mí, para obtener ventajas con José Antonio y ahora le traicionas a él para tener ventajas conmigo. Vete antes que te entregue al mercado de esclavas, ¡vete!.
Pocos meses después José Antonio moría de un ataque al corazón. El Banco Gorostieta se hizo cargo de su empresa y de sus propiedades. Firmó un contrato de colaboración, fabricación y mercadeo con una similar japonesa y se fundó una nueva sociedad sobre la base de la antigua fábrica de José Antonio. Marijó fue nombrada miembro vitalicio del Comité Ejecutivo, recibiendo un sueldo vitalicio garantizado por el Banco Gorostieta. Estefanía se casó y se fue a vivir a los Estados Unidos. Guillermina era la amante de Eduardo.
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Nota del autor: mis historias son ficticias. Cualquier parecido con lugares, nombres o situaciones similares es pura coincidencia.