El Gaucho Zoilo.


en Don Ramón Arias era el estanciero más rico de la región. Tenía mucho campo tierras vecinas a Tacuarembó. Una veintena de gauchos curtidos y duchos en sus quehaceres cuidaban de su ganadería. Era uno de los tantos grandes productores de carne bobina en el Uruguay. Los gauchos jóvenes y solteros vivían en los galpones cercanos a la casa pero los viejos - y viejos por la antigüedad que llevaban al servicio de la familia Arias – tenían su rancho en algún lugar de la propiedad, la mayoría a las orillas del río bordeado de sauces llorones y algunos hermosos grupos de ceibos, que daban alegría al lugar con su floración roja. Ermenegildo era el capataz de la estancia. Zoilo era su lugarteniente. La faena comenzaba con el amanecer. Don Ramón mantenía la costumbre de su padre y la de su abuelo y permitía a sus hombres que se casaran – o los que decidieran compartir su vida con alguna china sin libreta de casamiento – a que levantaran su rancho en la estancia. Les daba unos metros de tierra para trabajar y con el tiempo y en muestra de fidelidad los daba derechos de por vida. Como dije, los más antiguos eran Ermenegildo, un cincuentón fuerte y enérgico, gaucho hecho a la antigua sin dobleces y ambigüedades. Ligero, hábil y peligroso cuando tenía un facón en su derecha y el poncho enroscado en la izquierda. Muy duro para sacar, pero cuando sacaba, quién fuera se llevaba el barbijo. No obstante afable, amistoso y humilde en sus modales. Vivía con una churrúa que le atendía el rancho, los quehaceres de la casa y le cultivaba la tierra con bastantes verduras. Carne la que quisiera. En el Uruguay no se cuentan las cabezas de ganado. Zoilo por su parte, había pasado el Paraná a los 17 años de edad procedente de Rosario y se internó por Paysandú. El padre de Don Ramón le dio trabajo 30 años antes y allí estaba, duro, curtido, varón derecho, ducho en la vida rural. Se casó y tuvo una hija. Su mujer murió con el parto. La niña se crió con él y con algunas concubinas que se le unieron a lo largo de su vida. Hoy Rosana tenía 20 años y atendía la casa y sus quehaceres. A las seis de la mañana se reunía la paisanada frente a la casa y mientras el mate pasaba de mano en mano, se iban conversando las tareas para el día. Cargaron el material necesario y Zoilo salió con un buen grupo de gente con rumbo norte a reparar alambradas. Don Ramón conversó aún algunos detalles con Ermenegildo y salieron cabalgando con sentidos opuestos. A Don Ramón le gustaba dar largas cabalgatas por sus tierras cuando no estaba envuelto en asuntos de faldas. Hoy se había orientado hacia el río. Hacía ya mucho tiempo que no se había detenido a pasear por allí y siempre era bueno darle un vistazo a los ranchos de su gente, para ver el estado que tenían y de ser necesario cubrirle algunas necesidades. Lentamente se acercaba al rancho de Zoilo. Ató su caballo al palenque y dio un paseo por la huerta. Bien cuidado estaba todo. La buena tierra de esa región y las lluvias abundantes permitían tener cosechas fantásticas de todo lo que se plantara. Entró al rancho – Con licencia, dijo en voz fuerte por si había alguien dentro. - ¿Quién es?. Preguntó Rosana desde su habitación. –Yo, Don Ramón y tú quién eres - Ave María Don Ramón, yo soy Rosana, la hija de Zoilo. Ramón recordó que Zoilo tenía una hija - Ahorita mesmo me levanto Don Ramón y le serviré unos mates. Ramón no pudo con su genio y se puso a espiar por la cortina entreabierta como Rosana se vestía. Las enaguas largas de campesina cubrían su cuerpo, pero para ponerse las medias apoyó un pie sobre la silla y se levantó las enaguas. Tenía unas piernas preciosas, carnes blancas, muslos fuertes. Su enagua abierta por la parte de arriba dejaba ver un seno joven y armado y al ponerse las bragas, de espalda a Ramón, mostró un culo blanco, macizo y redondo que provocó en Ramón una erección. Se sentó junto al fogón a esperar que saliera.

A Ramón se le quedó Rosana grabada en la mente. Hizo un par de kilómetros y se sentó junto al río a meditar. Rosana lo había calentado, tenía que tener ese culo, tenía que chupar esas tetas, tenía que tener a esa hembra pase lo que pase. Ramón acababa de cumplir los 40 años. Su mujer Raquel, también una hembra de figura respetable y apetecible, rondaba los 37. Tenían dos hijos en la ciudad que estudiaban. Una parejita Natalia y Jorge. Raquel estaba acostumbrada a las escapadas de su marido y a los polvos que se tiraba con las paisanas, indias, y criollas de la región. Ya había ocupado a 2 embarazadas por su marido en la casa. Pero así era la vida del campo entonces. A Ramón Arias le pertenecían esas tierras y todo lo que hubiera sobre ellas. Era el patrón. Llegó al galope, a tiempo para la comida – Celestina, para esta noche haceme unas empanadas criollas y que sean fritas. – Si, patrón, como mande. – Y ahora traéme unos chinchulines, unas mollejas y una jarra de vino. –¿Tenés pan fresco? – Sí patrón, lo horneamos hace tres días. Está para cortarlo. La comida y el vino le hizo apartar un poco los pensamientos de la Rosana. Terminó de comer y se echó a dormir sobre el catre que tenía bajo el grupo de Eucaliptos que le daban una sombra agradable y refrescante.

Los días pasaban y Ramón tenía un carácter insoportable. La peonada le conocía y cuando algo no andaba bien con él, lo mejor era desaparecer de su vista. Un día de mañana temprano salió bastante humanizado. – Zoilo, no te vayas hoy te necesito. Elegí dos hombre y que se queden en las cuadras esperando mis ordenes. Vos vení que tenemos que conversar algo. Rosana no había hablado con Zoilo sobre la visita de Don Ramón. Esperaba que él hablara con su padre. De manera que Zoilo no sabía nada de la propuesta del patrón, con respecto de emplear a Rosana en la casa. - Zoilo te tenés que ir a Paisandú. Vas a ir a la estancia de Carlos de la Cerna a recoger 200 cabezas que le compré. Las vas a controlar y organizás el transporte a Tacuarembó. Después te venís para acá a recibirlos y a organizar la yerra. Prepará tus cosas para salir mañana temprano. Don Carlos ya está enterado y te estarán esperando. Vas a estar afuera por los menos una semana. Por la tarde te daré dinero suficiente para los gastos que podés tener. – Bien patrón, como Ud. mande me llevaré al Aparicio y a algún otro que quiera acompañarnos. Hasta la tarde patroncito.

Zoilo se fue a la rueda de mate con sus compañeros. Ramón contento, alegre, satisfecho consigo mismo, tenía la necesidad de descargar su alegría. Enderezó hacia la habitación de la Celestina. -¿Patrón, que hace?, es temprano. Ramón no contestó. Se quitó los pantalones, las botas y se metió en la cama de la Celestina. Era una mujer de unos 25 años. Criolla, mestiza, tez oscura, ojos azabache, cabellos negros, alta, sin un gramo de grasa en sus músculos, tetas duras, culo fuerte y redondo. Era hija de algún polvo perdido de su padre con una mestiza y se había criado en la estancia. Ya a la edad de trece años fue desvirgada por Ramón y desde entonces era para él un objeto de satisfacción sexual. Estaba noviando con uno de los mozos de la cuadra, pero eso no impedía a Ramón montársela las veces que quisiera. Ramón ponía cuidado en no preñarla. Eso es lo que estaba sucediendo esa mañana. – Abrí bien las piernas, que hoy tengo ganas de cojerte a gusto. El polvo que se tiró Ramón casi le hace perder el conocimiento. – Estás buena negra, estás buena. Sacate toda esa porquería que tenés puesta que te quiero gozar desnuda. Celestina se desnudó y se tumbó al lado de Ramón. El la acariciaba. Le apretaba las tetas, le chupaba los pezones. – Date vuelta que este viaje te lo mando por el culo. Celestina ya estaba acostumbrada a esos polvos de Ramón de manera que hizo lo que le pedía. –Me cago, Celestina, con verte el culo se me hincha la pija y me da un dolor de huevos. Vení que te voy a hacer gozar de mi poronga. Se aferró a sus tetas y la montó como un perro en celo. La entraba y sacaba del culo de Celestina con pasión de alucinado. Le corría saliva por sus labios. No veía a Celestina, no, lo que veía era el culo blanco de Rosana. Ese culo que pensaba hacer suyo dentro de muy pronto. La vaciada lo derribó sobre el cuerpo de la muchacha que se dejó caer sobre la cama. Quedó largo tiempo metido en ese culo que le daba tanto placer. Por fin se levantó, se vistió, besó a Celestina. – Tomá, comprate algo que te guste, le dijo a tiempo que dejaba unos billetes sobre la mesa. Se arregló un poco y salió. Su mujer lo esperaba en el patio. -¿Querés unos mates, Ramón?.

Al día siguiente con el alba, se alejaba el carro que llevaba a los hombres a la estación. Ramón les observaba de lejos. A la media hora volvía el carro. - ¿Se fueron? - Sí patrón, tomaron el tren de las seis y media. Sintió que el corazón le latía a ritmo acelerado. Montó y salió al galope rumbo al río. Raquel lo observaba desde la ventana de su dormitorio. El rancho de Zoilo estaba tranquilo. Un perro salió a olerlo y continuó luego su camino sin prestarle mayor importancia. Ramón entró sigilosamente, se acercó a la puerta de la habitación de Rosana y corrió la cortina. Allí estaba ella, dormida boca abajo, con las enaguas corridas mostrando una piernas blancas y hermosas. Una ola de calor invadió su cuerpo. Se desnudó, entró a la habitación y se arrodilló junto a la cama de Rosana. Le levantó un poco más las enaguas hasta dejar el culo en descubierto. Esas carnes blancas le excitaban. Clavó sus dedos en esas carnes y besó esos hermosos cachetes. Rosana dio un salto en la cama. Asustada, temblorosa, - Don Ramón, ¿qué hace?, déjeme. Le rompió el escote de la enagua dejando saltar las tetas afuera. Una mano le apretó una teta, la boca de Ramón se estampó en su boca, algo muy duro le entraba entre las piernas, un dolor, sangre que corría por sus piernas y la voz de Don Ramón - Por fin eres mía. Entonces se dio cuenta de lo que había pasado. Rosana lloraba pero Ramón continuaba dentro de ella chupándole las tetas y los labios – Que buena que estás Rosana, que ganas tenía de cojerte. Me gustás. Le chupaba las tetas con locura, casi enloquecido. Se calmó y comenzó a acariciarla. - No llores, eres mía y no te vas a arrepentir, besame. Besándola comenzó a follarla en firme. De pronto abrió la boca, cerró los ojos, sacó la polla y se vació sobre el vientre de Rosana. – Desnudate. –Don Ramón es hora de levantarme. – ¿De levantarte a hacer qué?. Todavía vamos a estar unas cuantas horas en la cama. Los dos solitos. Desnudate. Rosana se desnudó. Las manos de Ramón no paraban de acariciar ese conjunto magnífico de curvas. Su boca no se saciaba de chupar esos pezones negros y sus manos de acariciar esas tetas y ese culo magnífico. – Me siento como si tuviera veinte años menos con vos. Abrí las piernas que me quiero echar otro polvo, en tu conchita tan divina. Por segunda vez se acomodó en su vagina. Ya calmado gozaba de la estrechez de ese coño casi virgen. Le dejó un buen rato la cabeza masajeándole los labios vaginales. Se la entraba un poco y se la volvía a poner a la entrada. Rosana cerraba los ojos. Sus mejillas rojas denotaban la calentura que se había apoderado de ella. Su boca semiabierta denotaba la ansiedad con que esperaba ser penetrada. Sin abrir los ojos sus labios buscaron los labios de Ramón. Con mucho tacto le acomodó totalmente la polla en la vagina. Hizo tres o cuatro pasadas. Fueron suficientes para Rosana. Se convulsionó, chilló y se soltó en la cama. Ramón sintió la humedad entre sus piernas. Nunca había tenido una hembra que viviera un orgasmo media hora después de ser desvirgada. Rosana era la primera. Sintió que a él también le venía, sacó su pene, se lo apoyo sobre las tetas y se vació sobre ese magnífico par de tetas. Se besaron como dos enamorados. Rosana le pertenecía totalmente. – Si vos no querés no te voy a embarazar, pero te voy a cojer todas las veces que pueda. Rosana se limpió las tetas con sus enaguas. Ramón se tiró de espaldas sobre la cama y atrajo a Rosana sobre él. Sus diez dedos se clavaban en el culo de ella. – A este culo le tengo ganas. – Don Ramón eso duele. –No, si vos y yo no queremos que te duela. Se ubicó detrás de ella. - Relajate, abrí las piernas y ayudame a metértela sin emplear la fuerza. Al final te va a gustar. Poco a poco, con mucha paciencia y cariño fue entrando. El culo de Rosana se dilataba. Al principio dolió, pero ahora el dolor disminuía a tiempo que sentía un placer extrañamente agradable. Sintió las manos de Ramón sobándole las tetas, apretándole los pezones y comenzó a hacer contrapresión para que entrara más. Ramón le puso el dedo índice en la boca y Rosana comenzó a chupárselo, La otra mano se fue en dirección a su vagina. Los dedos de Ramón se mojaron de los jugos que desprendía Rosana. Dio un grito de placer. Levantó el culo a tiempo que bajaba el torso. Las pelotas de Ramón se pegaron a las nalgas de Rosana. Se las abrió con sus dedos pulgares y pudo disfrutar la visión de ese anillo rosado ajustando su polla por la parte más alta posible. Todo su pene estaba dentro del culo de Rosana. Ramón sonreía satisfecho. Se la dejó un buen rato dentro, sólo haciendo movimientos cortos, disfrutando del calor que irradiaba ese culo que le había quitado el sueño de los últimos días. Los viajes se hicieron más largos. Rosana pudo sentir que un líquido tibio se desliza por las profundidades de su recto.

Ramón, tenía una concubina nueva a la que quería dar la mayor prioridad. Su deseo era traerla a la casa pero para ello se tenía que deshacer de Celestina. Dos concubinas y una esposa en la casa no podía llegar a buen fin. Una tarde en que Celestina estaba sola en la cocina se le acercó. – Desime ¿vos no estabas enredada con el Aparicio?. – Sí, patrón y lo estoy, pero no es tan fácil conseguir rancho para ubicarse. – Y, no estás embarazada de él. – No patrón, no lo estoy. No estamos mucho juntos, digo, no tanto que como con Ud. – Mirá, Celestina, vos sabés que me gusta tenerte en la cama y el Aparicio es buen trabajador si te querés casar se pueden hacer el rancho en mi tierra, pero hasta estar allá nada de embarazos. Y cuando estés allá te seguiré visitando cuando estés sola. ¿De acuerdo? – Sí patroncito, hablaré con el Aparicio. La paisanada ayudó, Don Ramón hizo las compras necesarias y a los dos meses, el rancho de Aparicio y Celestina quedó para ser habitado. La boda se celebraría el próximo domingo y ese domingo por la noche dormirían por primera vez en su rancho. Se preparaba una buena fiesta campestre. Don Ramón había donado las reces, las bebidas estaban al hielo, La carne estaba adobada, el chimichurri listo, las guitarras y acordeones estaban afinados. La noche del sábado fue larga en los preparativos. El domingo de madrugada había aún brazas de la foguera de la noche y algún madrugador estaba ya calentando agua para el mate. Una sombra se deslizó por los pasillos y penetró en la habitación de Celestina. – Don Ramón, ¿hoy también?, es el día de mi boda. -¿No te parece que hice bastante por vos?. Yo también quiero algo. Se sacó los pantalones y se metió en la cama de la Celestina. –Abrí las piernas, que nos vamos a despedir de esta cama. Le abrió sus enaguas y mientras le chupaba las tetas la comenzó a follar. – Besame, Celestina. Quiero sentir el calor de tu boca. Celestina lo abrazó y mientras lo besaba sintió el semen que le llenaba su vagina. – Don Ramón me va a embarazar. Estoy en periodo de concepción. – Eso es lo que quiero Celestina. Te voy a echar otro polvo para ir seguro que el hijo que vas a tener es mío. Dejalo al Aparicio que se crea padre. El polvo que te embarace será mío. Celestina, cerró los ojos. Ramón comenzaba a echarse el segundo dentro de ella. Conseguido lo que quería. Se levantó y se vistió, pero antes de abandonar la habitación hizo que Celestina se arrodillara frente a él y se la mamara. –Raquel, ¿qué hacés levantada a estas horas? - No podía dormir viejo, ¿querés un mate?.

-Zoilo, sentate que vamos a hablar. Vos sabés que echamos de menos a la Celestina en la casa, no sólo debido a la buena persona que es, sino es que además nos falta en el quehacer diario de la casa. Quiero que tu hija Rosana ocupe el puesto de la Celestina. La habitación está libre y por lo que a vos respecta, preparate porque Ermenegildo me anunció que vuelve a sus pagos para levantar un rancho propio. Bien, si te parece mañana por la mañana me acercaré a buscarla. – Sí patroncito, hablaré hoy mesmo con ella, pero no va a haber problemas. Me alegro que la Rosana se ponga a su servicio, patrón.

A la mañana siguiente antes de partir a la yerra del ganado que había arribado, Zoilo alcanzó a decirle a Ramón que había hablado con Rosana y que estaría esperando con sus cosas para venir a la casa. Al rato salió Ramón con el carro de tiro para recoger a Rosana. – Antes de irnos nos vamos a pasar un rato en la cama. – Patrón, estoy vestida para irnos. .- Bueno, arrodillate y abrí la boca. –Chupame la pija que quiero gozar tus labios - Nunca lo hice Don Ramón. – Pues empezá a aprender. Tardó poco en aprender. Le hizo una buena chupada primeriza. Cuando Ramón sintió que le venía, la tomó de las trenzas y tirándole la cabeza hacia atrás le hizo abrir la boca de dolor. Le metió la polla hasta la garganta. Rosana sintió el semen bajar hacia su estómago. – Chupala, chupala hasta que me salga todo, chupala. Rosana se levantó mientras Ramón se la comía a besos. - No me voy a ir sin culearte. Vení, apoyá las manos en la silla y abrí las piernas. Se acomodó por detrás, le levantó el vestido y las enaguas, le bajó las bragas y se la mandó a guardar. Rosana movía el culo disfrutando de la polla que tenía metida. Hacía fuerza para que le entrara toda y comenzó a follarse ella misma. Le entraron convulsiones. Dio unos gemidos anunciando su orgasmo y mientras vibraba bajó su torso subiendo el culo. La polla de Ramón le entró hasta el último milímetro. –Esto me gusta, Don Ramón. Me hace sentir algo muy bueno.

Todo estaba perfectamente organizado. Ramón se follaba a gusto y placer a la Rosana y también a la Celestina que ya estaba embarazada para orgullo del Aparicio. Tanto la una como la otra, y también un par de mestizas de algunos rancheríos vecinos, ocupaban las mañanas de su vida. Cuando la paisanada se ponía en marcha para realizar sus quehaceres Ramón se tomaba unos mates, a veces acompañado de su mujer, montaba después a caballo y ya no se le volvía a ver hasta la hora de la comida.

Zoilo se acercaba a todo galope a su rancho. Ató su caballo junto al otro y entro corriendo a la casa. Ella estaba ya allí esperándole. – Raquel, hoy estás bonita. La besó y comenzó a abrirle la blusa. Dos tetas hermosas se ofrecían para gozar, blancas, de pezones rojos y duros. La lengua de Zoilo bailaba sobre esos pezones, su boca se llenaba con esas tetas. La tomó en brazos y la llevó a la cama. Se desnudaron. Raquel era una mujer madura pero con un cuerpo que muchas chavalas de veinte envidiarían. Vientre fuerte, tenso, piernas bien formadas y largas, de figura estética, delgada y flexible como una caña del río, un culo aperado de nalgas firmes, carnosas y blancas. Zoilo la penetró besándola, acariciándola, susurrándole al oído, - Me gustás. Sus movimientos eran lentos y acompasados. Raquel gozaba de ese polvo. Llevaban veinte minutos cuando Raquel se puso un puño cerrado en la boca, mordió con fuerza dejando escapar unos chillidos amortiguados por el puño y se relajó en la cama. Zoilo apuró sus viajes y dejó correr todo lo que le salía dentro de Raquel. Quedaron tendidos el uno junto al otro. – Fue una buena idea de tu marido el llevarse a Rosana de aquí, estamos más tranquilo y con menos peligros. Tu cama era más cómoda, pero se tenía el peligro de llevarse un susto algún día. Por aquí ya no vendrá más, no hay ninguna china en muchos kilómetros a la redonda. Lo que sí extraño son las buenas empanadas de la Celestina. Pero Rosana también sabe hacerlas y ya conseguiré yo algunas. Raquel sonreía. – Date vuelta Raquel que vamos a gozar los dos de tu culo.

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